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Pero ya había sido muy difícil.

Acento árabe. Y que si iban a retirar el programa. Menudos cabrones sin principios, qué zorros. (No tenía ni idea de quién había sido el memo que pensaba que era todo una obra de arte. ¿Revista de filosofía tenía ahora, en estos tiempos post-posmodernos, ratas que te asaltaban a la puerta del trabajo? Tuve que suponer que así era.)

Con todo, de un modo extraño, dejando momentáneamente a un lado la moralidad, no pude sino sentirme impresionado por la dedicación e ingenuidad de aquellos reporteros. Me sentía privilegiado porque aquellos consumados expertos me habían dado una paliza verbal. Y no lo estaba haciendo nada mal; seguro que eran cazanoticias de primera, no novatos echando todavía los dientes.

La vida y el programa siguieron adelante. Craig anunció que también pasaría la noche del lunes fuera, así que pensé que podía trasladarme de nuevo al Bella del templo. Me mudé y no pasó nada. Me devolvieron el Landy del garaje y lo dejé una noche en el aparcamiento exterior sin que lo atacaran, incendiaran, secuestraran ni nada.

Superado el primer encontronazo con la prensa, cada vez me resultó más fácil. El truco estaba en no responder a nada. «Ken, tu padre dice que se avergüenza de ti, ¿qué respondes?» (Mi respuesta consistió en telefonear a mis padres, a cuya puerta se había presentado el puto Mail on Sunday. Por supuesto, ellos no habían dicho que se avergonzaran de mí; habían contestado a una pregunta hipotética del periodista acerca de pegar a gente indefensa y esto, de algún modo —aterrador—, había sido extrapolado a una cita directa.)

Por otro lado, el Guardian había investigado un poco a Lawson Brierley y había descubierto que él sí que tenía condenas por agresión; de hecho, tenía dos, una con un componente racial. Por no mencionar el tiempo cumplido en prisión por fraude y desfalco. Algunos periódicos se mostraban ligeramente a mi favor, aunque el Telegraph y el Mail seguían pensando que debían colgarme de las pelotas y el Mail gritó además a los cuatro vientos que retiraba su publicidad de Capital Live! Entretanto rechacé dos ofertas para aparecer en televisión y varias entrevistas en exclusiva; creo que las ofertas alcanzaron las once mil libras, una cifra aduladora pero no lo suficientemente alta para que me detuviera siquiera a considerar aceptarlas.

—Supongo que debe de ser un poco raro tener que defender a alguien que sabes que es culpable —le dije a mi abogada.

Maggie Sefton me miró como queriendo decir: «¿Hablas en serio?». Le devolví la mirada y ella obviamente decidió que yo era tan inocente como parecía.

—Pregúntale a cualquier abogado defensor; la mayoría de nuestros clientes son culpables. —Rió en silencio—. Por lo visto, los legos suelen pensar que tiene que resultar muy duro defender a alguien que sabes que es culpable. No lo es; es lo que haces casi todo el tiempo. Defender a alguien que sabes que es inocente, eso sí que es raro. —Alzó una ceja y abrió una carpeta archivadora bastante llena—. Puede quitarte el sueño durante noches.

—A ver, Maggie, dímelo sin rodeos. ¿Me estoy comportando como un estúpido?

Alzó la mirada rápidamente.

—¿Quieres mi opinión personal o profesional?

—Las dos.

—Profesionalmente, te estás metiendo en un campo de minas. Te estás complicando la vida.

No pude evitar sonreír. Ella también sonrió, solo un momento.

—Ken, te arriesgas a cargos de perjurio y desacato al tribunal. Afortunadamente, llegado el caso, tu empresa puede permitirse un buen abogado, pero sospecho que él o ella van a pasarse la mayor parte de la preparación tratando de dejarte claro que tendrás que ser muy cuidadoso y controlar muy, muy bien lo que dices. Si vas por ahí abriendo la boca, ya sea en el tribunal o fuera de él, podrías meterte en problemas muy serios. El juez puede encarcelarte por desacato sin más, sin ningún trámite extra, y el perjurio para los jueces es aún un delito más serio que una simple agresión sin agravantes.

—¿Y tu opinión personal?

Maggie sonrió.

—Personalmente, Ken, te diría: «Bravo». Pero mi opinión personal no cuenta.

—¿Y las buenas noticias?

Apartó la mirada unos instantes.

—… No hay prisa —dije.

Dio una palmada.

—Pongamos manos a la obra, ¿de acuerdo?

Desviar a los periodistas y los oyentes normales interesados en el asunto durante el turno de llamadas se convirtió en el juego de la semana. La multitud de gacetilleros disminuyó rápidamente hasta que el jueves conseguí trabajar sin que me molestaran. Me metí en la cabeza que Ceel estaría escuchando ese día y que recibiría un paquete y una llamada de ella al terminar el programa, pero, una vez más, nada.

Quedaba el viernes; el viernes tenía que recibir noticias de Ceel. De lo contrario el intervalo habría sido demasiado largo. Ceel se habría olvidado de mi aspecto. Se habría vuelto a enamorar de su marido. Habría encontrado a otro. ¡Dios mío! ¿Y si ya lo había encontrado? ¿Y si era un especie de aventurera sexual en serie y yo era solo uno más de la docena o así de tíos con los que quedaba cada quince días para mantener relaciones sexuales? ¿Y si se estaba follando un harén masculino entero? Uno por día, ¡o incluso dos al día! ¡Uno por la mañana, antes de mí! Quizá no salía nunca de esos hoteles de cinco estrellas, quizá prácticamente vivía en ellos, servida por un flujo continuo de amantes tristemente engañados. Quizá…

Mierda, estaba volviéndome loco. Tenía que verla, tenía que hablar con ella.

—Oye, ¿ésa no es tu ex novia?

Estábamos en el despacho después del programa del jueves. Kayla había cogido nuestro ejemplar del número de febrero de Q nada más llegar. Me lo mostraba por encima de la mesa. Phil apartó la vista de la pantalla del ordenador.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Quién?

—Jo —dijo Kayla—. Mira. —Me pasó la revista.

Estaba en la sección de noticias. Un fotografía pequeña a color y un par de párrafos. Brad Baker de Addicta fotografiado después de un concierto en Montreux con su actual pareja Jo Le Page. La Le Page, componente del equipo de management de Addicta, ha sido vista en el escenario ayudando a la banda en los coros; claramente, tiene mejor voz que Yoko Ono o Linda McCartney. Sobran las comparaciones con Courtney Love. Probablemente las fans adolescentes de Brad Baker ya han enviado cartas de odio.

—¿Se está tirando a ese cabrón? —dije—. ¡Me dijo que lo odiaba!

—El viejo truco —murmuró Kayla. Estiró las manos abiertas en mi dirección. Chasqueó los dedos—. De vuelta, por favor.

—Y es relaciones públicas de Ice House —continué—. No es manager de Addicta. Putos periodistas inútiles. Hijos de puta.

—Ejem. —Kayla volvió a chasquear los dedos.

—Ten —dije, tirándole la revista a las manos.

—¡Te has sonrojado! —exclamó Kayla.

—¿Quién está colorado? —preguntó Andi entrando por la puerta con un bandeja de cafés y galletas.

—Ken; mira —contestó Kayla—. Su ex se tira a Brad Baker.

—¿Quién? ¿El de Addicta?

—Sí.

—¡Menuda suerte!

—Sí. Viene aquí, en el Q. ¿Ves?

—Ah, sí. —Andi chasqueó la lengua en señal de desaprobación, mirando la revista mientras dejaba la bandeja en la mesa. Me miró—. Qué vergüenza.

Miré a Phil.

—¿De verdad estoy colorado? —Tenía la impresión de que podía ser. Desde luego, la situación me resultaba embarazosa. Me refiero a que todavía me afectara tanto que fotografiaran a Jo con otro; patético.