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Phil me miró con cautela.

—Ajá —dijo con aire ausente al tiempo que Andi le pasaba su café y su donut. Entornó los ojos detrás de las gafas y asintió—. Tal vez un poco.

—A mí me parece enternecedor —sentenció Andi mirándome con una sonrisa compasiva, compungida.

Por mi parte conseguí mover la boca en un mueca que tal vez, con la distancia y la luz desde atrás, alguien corto de vista podría interpretar como una sonrisa.

—Esto me recuerda —dijo Phil tecleando en su ordenador— un cotilleo del correo de la empresa. —Tecleó un poco más—. Sí —dijo asintiendo frente a la pantalla—. Es posible que Mouth Corporation compre Ice House.

—¡Ice Mouth! ¡La boca de hielo! —dijo Kayla.

—Mouth House —sugirió Andi.

—Mierda —dije, muy elocuente.

El programa del viernes acabó. No llegó ningún paquete. Me deprimí. Iba por el pasillo hacia el despacho cuando mi móvil, recién conectado, vibró. ¡Sí! Saqué el Motorola de la funda.

Mierda; mi abogada, otra vez.

—Maggie —dije con un suspiro.

—Buenas noticias.

Me animé al instante; los abogados no van soltando frases así sin una buena razón.

—¿Qué pasa? ¿Han descubierto que Lawson pertenece a una red de abuso de menores?

—Mejor. Ha retirado los cargos.

—¡Es broma! —Me detuve en el pasillo.

—No. Tenía algunos partidarios dispuestos a financiarle la demanda civil y creo que han decidido que llevarla adelante solo serviría para proporcionarte una plataforma desde la que dejar claro el argumento que evidentemente tratas de demostrar. De modo que la han cancelado. El señor Brierley ha llegado a la misma conclusión.

Tenía gracia; Lawson y sus colegas de derechas preocupados por la posibilidad de proporcionarme una plataforma.

—Entonces, ¿ya está?

—Queda la cuestión de las costas. Podemos intentar que las paguen.

—Bien, bueno, será mejor que hables con la gente de la empresa que lleva los temas financieros y legales, pero ¿qué pasa con el caso? Es decir, ¿se acabó?

—Como te decía, parece que han desestimado la posibilidad de una demanda civil y, dado que la policía decidió no presentar cargos, sí. Considero muy poco probable que ahora cambien de opinión. Parece que estás limpio.

—¡Guapísima! —chillé—. ¡Hemos ganado!

—Bueno, puedes decirlo así, pero técnicamente ni siquiera empezamos la lucha. Digamos que se han retirado del campo de batalla y te han dejado vía libre.

—Brillante. Maggie; gracias por todo lo que has hecho. Te lo agradezco mucho. De verdad. Es increíble.

—Sí, bueno, recibirás la factura por correo, por una cantidad justa, felicidades. Ha sido un placer conocerte, Ken.

—Igualmente, Mags. Has hecho un trabajo estupendo. Gracias de nuevo.

—Está bien. Que disfrutes del champán.

—¡Eso es! Oye, nosotros acabamos enseguida. ¿Te vienes a tomar una copa con nosotros?

—Gracias, pero estoy muy liada. Tal vez en otra ocasión, ¿de acuerdo?

—Sí, vale. Gracias otra vez. Hasta la vista.

—Adiós, Ken.

Recorrí los pasos finales y abrí de golpe la puerta del despacho para encontrarme con Phil, Kayla y Andi con cara de sorpresa.

Abrí los brazos.

—¡Tachán!

—¡Craig! ¡Genial! ¡Te estaba buscando!

—Ken.

Estaba delante del Bough, contemplando la calle. Detrás de mí, en el pub, sonaba «Ms. Jackson» de los Outkast. La música estaba bastante alta; habíamos convencido a la encargada, Clara, de que subiera el volumen para equipararlo al nivel de la celebración. Eran más o menos las seis y media y el cielo estaba todo lo negro que llega a ponerse en Londres; con la oscuridad de una noche despejada tras un día claro. Un olor a alcantarillas levemente fecal, independiente de la estación del año, se escapaba desde alguna rejilla hasta que una ligera brisa lo arrastró lejos.

—¡Me he librado! —bramé al móvil—. ¡No voy a juicio! ¡El cabrón de Lawson Brierley ha cedido! ¿No te parece genial?

—Sí. Me alegro mucho por ti.

Su voz me produjo escalofríos.

—¿Craig? ¿Qué ocurre? —pregunté, alejándome un poco más de la puerta del pub en dirección a la calle, lejos del ruido y el olor a cerveza y alegría.

—Bueno. Tengo buenas y malas noticias, Ken.

—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Nikki está bien?

—Nikki está perfectamente. No tiene nada que ver con Nikki.

Eso al menos ya era un alivio.

—Bueno, pues entonces, ¿qué pasa?

—La buena noticia es que Emma y yo volvemos a intentarlo.

—¿En serio? —Me detuve a pensarlo—. Bueno, ¡es fantástico! ¡Bien hecho! Estupendo. Me alegro muchísimo. Por los dos. De veras.

—Sí —contestó Craig, y le oí respirar hondo.

—La mala noticia es que cuando decidimos volver juntos pensamos que tendríamos que hacer borrón y cuenta nueva de nuestra relación.

Oh, oh, pensé.

—Ajá —dije.

—Tuve que contarle… un par de episodios.

—Ya —dije, sintiendo frío de pronto—. Bien hecho; me alegra oírlo. —Me apoyé en la pared de al lado de una ventana del pub.

—Emma también tenía un par de devaneos que contar. Pero uno, creo que un rollo de una noche, no quería contármelo. Se suponía que teníamos que contárnoslo todo, pero ella no quería dar nombres, al menos no ese en concreto. De hecho, no ha llegado a decírmelo. Pero después de… bueno, al final he sacado yo mismo la conclusión, Ken.

Siguió una larga pausa.

—Sí —dije.

—Eras tú, ¿verdad?

Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda.

—¿Sigues ahí, Ken?

—Aquí sigo, tío.

—Eras tú, ¿verdad?

—Craig, yo…

—Eras tú.

—Mira, tío, yo…

—Tú.

—… Sí, era yo.

Otra larga pausa. Carraspeé, cambié de postura, sonreí brevemente, tímidamente cuando un tipo que pasaba por allí me miró como si me conociera.

—Bueno, Ken, venga —dijo Craig en voz baja—. ¿Cómo crees que me siento?

Respiré hondo y suspiré.

—Os quiero a los dos. A Nikki también. —Tuve que aclararme otra vez la garganta—. Ocurrió, Craig, no lo planeamos, o sea, no estaba previsto ni nada. Fue una de esas cosas, te consuelas y luego la cosa, ah, llega demasiado lejos, bueno, ya sabes.

—No, no lo sé, Ken. La única vez que estuve en una situación remotamente similar, fui un ingenuo y Jo y yo decidimos que no valía la pena poner en peligro nuestra relación contigo solo por un polvo rápido. Debo admitir que ahora lo lamento. Por dentro debías de estar muriéndote de la risa cuando te lo conté, ¿no?

—Pues claro que no, Craig; por amor de Dios, me moría de vergüenza. Mira, tío, por Dios, lo siento. Nunca quise hacerte daño. Ni que Emma y tú lo pasarais mal. Ocurrió, fue una de esas cosas que pasan. ¿Qué podía hacer? Pensé que tal vez podríamos…

—Seguir como si nada.

—Si quieres decirlo así. Solo… que no se convirtiera en una pérdida. Tío, no intentaba pegártela ni tampoco se trató de ese rollo de competencia entre machitos, solamente intentaba comportarme como un amigo con Em, ayudarla en lo que estaba pasando. Estaba hecha un mar de lágrimas y, bueno, ya sabes; habíamos bebido lo nuestro y, bueno, como te digo, lloraba… y lloraba y nos abrazamos y, y…

—Y te tiraste a mi mujer, Ken.

Cerré los ojos, me volví de cara a la pared del pub.

—No.

—¿No?

—No, eso no fue lo que pasó. No fue solo eso. Éramos dos personas que se conocían y eran amigas, que tenían a alguien en común a quien querían, o habían querido o todavía querían, se juntaron dos personas así y una se sentía muy sola y vulnerable y necesitaba un hombro sobre el que llorar y la otra también estaba un poco sola y, como la mayoría de los hombres, era débil y se alegró tanto de poder ayudar a la otra y le halagó tanto que la otra persona se sintiera reconfortada por su apoyo y sus abrazos y sus susurros y… ninguna de las dos pudo detener una especie de respuesta natural que se desencadenó al abrazarse. Y los dos se sintieron culpables, pero también… tranquilizados, validados; no, validados no, menuda palabra de mierda. Los dos se habían aferrado a otro ser humano y pese a que había un tercero implicado, otra persona a la que ambos amaban, en el fondo no era más que eso; no se trataba…