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Ceel volvió a llamar al cabo de unos cuarenta minutos con la noticia de que el aeropuerto de Inverness estaba cerrado a causa de la niebla.

—Tienes que escaparte —dije. Se me había vuelto a secar la boca—. No podemos hacer nada más. Corre. Tienes que huir. Lejos. Dios mío, Ceel…

—No, no —dijo con resolución—. Me enteraré de cuándo sale el siguiente vuelo para Londres desde Aberdeen, Edimburgo o Glasgow, luego alquilaré un coche para ir al aeropuerto. Fletaré un avión o un helicóptero. Iremos con el tiempo más justo pero todavía puede funcionar. Aunque hay otra posibilidad.

—¿Cuál?

—Que entres en la casa.

—¿Cómo? ¿Alguien tiene una llave? ¿Hay alguien dentro?

—No. En principio, no. El servicio tiene el fin de semana libre.

—Entonces…

—Hay una llave en el jardín de atrás, dentro de una piedra artificial.

—¿Sí? —Me pareció un poco barato y arriesgado para un barrio tan pijo.

—Sí. Una vez dentro tendrás que desconectar la alarma.

—Vale, vale, muy bien.

—Te daré el código. Sin embargo, hay un problema.

—Mierda. ¿Qué?

—Entrar en el jardín trasero desde el callejón. Hay un muro alto.

—Entonces, ¿qué sentido tiene…?

—Hay un garaje que da al callejón; se supone que puedes entrar con el control remoto del coche y luego utilizar la llave de reserva. También hay una puerta normal, pero está cerrada con llave.

—Bien. Vale. —Tuve una idea—. ¿Qué altura tiene exactamente el muro? Bueno, no exacta…

—Tres metros, tal vez tres y medio.

—¿Con alambrada o algo más?

—No.

—¿Ni siquiera botellas rotas?

—No.

—Vale, creo que podré entrar en el jardín. Supongo que está vigilado, ¿no? Por…

—Sí. Pero normalmente no hay nadie; es un callejón sin salida.

—La piedra artificial; ¿cómo la encuentro?

—Contando desde la pared trasera del garaje hay dos faroles en la pared occidental del jardín y luego el de la piedra. La piedra con la llave está justo al pie del tercer farol, a dos piedras del muro. En cuanto la ves resulta obvio que es falsa.

—Muro occidental, pared trasera del garaje, tercer farol, a dos piedras. —Me froté la nuca con la mano. Aquel lío era justo lo que necesitaba en mi estado—. ¿Qué pasa con la alarma? ¿Está conectada con la central de alguna empresa de seguridad?

—Sí, y con la comisaría de policía.

—¿La comisaría de policía? ¿En serio?

—Te sorprenderían los acuerdos a los que John ha llegado con la policía metropolitana, Kenneth.

—Ya, apuesto a que sí —convine—. ¿Hay cámaras de vigilancia?

—No. Bueno, no que yo sepa.

—Bien.

—Copia el código de la alarma.

—Dispara.

—Apúntalo, ¿quieres?

—De acuerdo. —Cogí la tarjeta de Merrial—. Dime. —Apunté el código en el dorso de la tarjeta de Merrial, luego lo leí—. ¿Dónde está el contestador?

—En el estudio de John. En la primera planta. Oh.

—¿Y ahora qué pasa?

—El estudio estará cerrado con llave.

—¿Cerrado? Pero…

—También es la sala de armas; se supone que tiene que estar cerrada.

—¿Una sala de…? La hostia. Bien. Bueno, y, si está cerrada, ¿qué?

—Tengo una llave en el dormitorio. Está en la segunda planta. John no lo sabe. Tendrás que subir primero al dormitorio si el estudio está cerrado.

No podíais tener el maldito trasto donde la gente suele tener el contestador, junto a la puerta de entrada, ¿verdad? Y el dormitorio de Ceel; había pasado meses fantaseando con algo parecido, pero no exactamente en las mismas circunstancias.

—Vale. ¿Dónde está la llave?

—En el cuarto de baño. Hay un armario sobre el lavamanos. Dentro de la caja de tampones.

Buena idea, supuse.

—Bien.

—Cuando llegues al contestador, para borrar la cinta aprietas Función y luego Borrar. ¿Entendido?

—Función y Borrar. Preferiría destrozar la cinta o borrarlo todo con un imán grande, pero tendré que conformarme con borrarla. A lo mejor la borro dos veces.

—Con Función y Borrar debería bastar.

—De acuerdo.

—Mantente en contacto.

—Claro.

—Por favor, Kenneth, ve con cuidado.

—Lo haré. Suerte con el vuelo.

—Gracias. Adiós.

—Adiós.

Colgué. Ahora ya no temblaba tanto. Bebí un poco más de agua. Al menos teníamos un plan de ataque. Al menos tenía algo que hacer en lugar de limitarme a esperar que Celia llegara para solucionar las cosas. Dios, ¿qué clase de hombre era? Pues claro que tenía que hacer algo. Era yo el que nos había metido en aquel lío truculento; debía ser yo el que nos sacara. Aunque solo fuera a ella. Si pudiera salvar al menos a Ceel habría hecho algo bueno, algo para compensar mi flagrante incompetencia. Obviamente mi miserable trasero no merecía ser salvado, unido como estaba a una espina dorsal con un puñado de gachas a medio solidificar en el extremo opuesto donde una persona normal tendría un cerebro funcional, pero el de ella… su glorioso culo merecía ser salvado a toda costa, incluso a expensas del mío.

Piensa. Tenía que aparcar el Landy en el callejón. ¿Y si alguien me veía saltar la tapia? Llamarían a la policía o como mínimo tomaría el número de matrícula del Land Rover.

¿Cómo podía conseguir matrículas nuevas? Podían conseguirse placas traseras en cualquier ferretería, la gente las compraba para las caravanas y nadie comprobaba que tuvieras un vehículo con el número de matrícula que querías, pero no era tan fácil conseguir placas delanteras. Quizá pudiera fabricar unas falsas con el ordenador. Imprimir un par de páginas tamaño A4 con los números adecuados y pegarlos luego con film transparente o algo encima de los de verdad. Debería engañar a las miradas casuales. Ni siquiera necesitaba que la fuente fuera correcta porque a veces la gente tiene letras raras en la matrícula, lo había visto.

Mejor, podía llamar al garaje donde habían reparado el Landy y pedirles unas placas viejas. Seguro que tenían; de todos modos sería un préstamo a corto plazo. Tenía unas trescientas libras ahorradas para emergencias en el fondo del cajón de los calcetines y podía sacar otras doscientas cincuenta del cajero automático. Con eso bastaría para alquilar las matrículas por una hora. ¿No? ¿Qué probabilidades existían de que fuera a parar al único garaje londinense pequeño que rechazara mi proposición delictiva y avisara inmediatamente a la poli? Casi ninguna.

Por otro lado, llevaría tiempo, retrasaría las cosas. Supongamos que Merrial regresa temprano. Desviarse hasta el garaje podría cambiarlo todo. Introduciría otra variable en la ecuación, otra fuente más de fallos potenciales. Supongamos que la gente del garaje conoce a gente que sabe quién es Merrial. Si veían el Landy y seguían la pista de las matrículas falsas hasta el garaje, ¿qué les sonsacarían? ¿Cómo reaccionarían?

No podía arriesgarme. Pero mientras había estado sentado mamando agua y pensando ya había malgastado varios minutos. Bien hecho, Kenneth. Las once y diez. En marcha.