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La tercera puerta ocultaba un gimnasio. Un gimnasio muy bien equipado, con el suelo de madera clara pulida y montones de máquinas, algunas de las cuales reconocí y un par que no conocía. Dos ventanales más con estores translúcidos.

Se oyeron pasos subiendo las escaleras. Estaba empezando a hiperventilarme. ¿Qué notabas cuando te empezaba un ataque al corazón? ¿Se te aceleraba el corazón? ¿Te dolía el pecho? ¿La cabeza? ¿Los brazos? En mi caso la respuesta era: e) Todas las anteriores.

Me colé en el gimnasio. Qué diablos, quizá allí la peste a sudado fuera menos intensa. Seguía necesitando un escondite. Dos puertas más; la primera daba a otra sala. La segunda, a un armario hondo y grande.

Mierda; había alguien en el primer piso, en el descansillo. El armario contenía equipamiento viejo para practicar fitness y varias prendas deportivas, incluido un equipo de submarinismo. Tendría que servir. Cerré la puerta y me abrí camino a oscuras todo lo rápido que pude, golpeándome en la espinilla y arañándome una mano en algo duro y metálico. Cuando llegué a la pared del fondo me escondí en un rincón, agachado. Olía a moho. Me pareció bueno.

Se abrió una puerta. ¿Era la puerta del gimnasio?

Mierda. ¿En qué coño estaba pensando? Si Merrial acababa de llegar de las cuevas, ¿qué era lo más probable que podía hacer? Guardar el equipo. ¿Dónde lo guardaría? ¿Adónde se dirigiría nada más llegar? Justo donde estaba yo. El mismo armario, la misma puerta. Justo donde el señor tonto del culo estaba escondido, agachado como un colegial asustado en el fondo de su escondrijo.

Bien hecho, Kenneth. Eres el número uno, chaval. Disfruta de tus rodillas ahora que todavía se doblan en el mismo sentido que las de todo el mundo.

Pasos; zapatos pisando la madera cada vez más cerca. Hostia puta. Tenía ganas de llorar. Iba a echarme a llorar. Tápate la cara, que no se te vea el blanco de los ojos. Tal vez los pasos no se acercaban. En las casas desconocidas no podías saberlo seguro. Tal vez subían al piso de arriba. Quizá… Se abrió la puerta del armario. La luz se filtró entre los párpados. Dejé de respirar.

¿Cuánto? ¿Qué pasaría? ¿Me descubriría por el olfato? ¿Me vería? ¿Cuánto? ¿Cuánto tenía que esperar para averiguarlo? ¿Diría algo? ¿Se limitaría a mirar, escudriñar, para luego chillar o sacar un arma? ¿O iría a buscarla a la caja de armas del estudio? ¿O llamaría al grandullón rubio? ¡Luz! ¡Tenía que haber una luz en un armario tan grande! No se me había ocurrido buscarlo ni con la vista ni a tientas, pero seguro que había algún interruptor. Merrial encendería la luz y me vería acurrucado en el rincón. ¡Puto imbécil!

No se encendió ninguna luz. Quizá me viera sin ella. De todos modos seguro que con el olor le bastaba. Los animales huelen el miedo y nosotros no somos más que animales, sobre todo en situaciones así. El sentido más antiguo, más vil y de conexiones más profundas iba a traicionarme y cuanto más me asustara la idea más feromonas del miedo emitiría y, por tanto, más probable sería que me descubrieran. Mierda, volvía a tener retortijones. Se oyó un ruido y el suelo tembló bajo mi trasero. Casi salto y grito.

Entonces la puerta se cerró y se apagó la luz.

Oí unos pasos alejándose.

Volví a respirar. Por supuesto, seguía cabiendo la posibilidad de que Merrial me hubiera visto y hubiese preferido fingir lo contrario para poder ir a por un arma o a avisar a la poli o al rubio.

—¿Sí, Celia? —le oí decir—. Estoy en casa… Sí, llovía demasiado. Oye. La alarma no estaba conectada cuando he llegado. —Se oía un ruidillo metálico rítmico. Entonces, mientras miraba el delgado marco lumínico que rodeaba la puerta cerrada, uno de los bordes de esa frontera brillante empezó a ensancharse lentamente. La puñetera puerta estaba abriéndose—. La alarma de la casa. No estaba conectada. —La puerta se abría silenciosa y lentísimamente. Gradualmente fueron quedando a la vista partes de relucientes equipos de fitness. Luego el mismo Merrial, de pie junto a una de las brillantes máquinas de cromo, mirando al exterior por una ventana alta con los estores recogidos. Llevaba vaqueros y una cazadora de cuero negro—. Pues claro que estoy seguro. No preguntes tonterías. —Apoyaba una mano en la máquina, golpeando uno de los pesos colgantes contra el soporte metálico, de ahí el ruido rítmico que había escuchado. Merrial no se había dado cuenta de que la puerta del armario se estaba abriendo—. Ni siquiera tengo a Kaj conmigo… —Debió de ver la puerta con el rabillo del ojo; dio un respingo y giró la cabeza de golpe al tiempo que saltaba y dejaba escapar una exclamación involuntaria—. Puta puerta —dijo en voz baja. Daba la impresión de que tenía la vista clavada en mí.

Mierda. Si me movía me vería, pero si seguía mirándome así, seguro que acabaría por distinguir mi cara paliducha en medio de la oscuridad. Me quedé quieto pero cerré los ojos. Luego los abrí un pelín porque le oía acercarse por el suelo de madera del gimnasio.

—No, la puerta del armario del gimnasio. Se abre sola. Espera… un segundo —dijo cerrando la puerta con una mano. La luz volvió a disminuir. Volví a respirar—. Entonces, ¿has sido tú la última en salir o qué? —preguntó con voz de nuevo amortiguada por la puerta cerrada—. Bueno, pues alguien se ha olvidado de conectar la alarma de los cojones, Celia.

Joder, déjala en paz, cabrón. Ella no era cualquiera. Era Ceel; Ceel nunca cometería un error tan tonto. Ceel es serena, infalible. Su único defecto es cierta debilidad por los villanos y los idiotas.

Quizá podía lanzarme encima del cabrón y golpearle en la cabeza con algún objeto pesado. Cargármelo, matarlo. El tipo era un señor del crimen que traficaba con personas, les arruinaba la vida y les partía las rodillas, por Dios; matarlo sería hacerle un favor a la sociedad. Luego Ceel y yo huiríamos juntos.

O, mejor aún, limítate a quedarte aquí escondido a oscuras y no pierdas la esperanza.

—Pues voy a llamar a Kaj para que compruebe la alarma… Bueno, ayudó a instalarla. Voy a echar un vistazo para asegurarme de que no ha entrado nadie… No estoy siendo paranoico, Celia. No pienso ducharme convencido de que podría andar suelto por la casa un drogata en busca de joyas o algo así. Esos tipos están desequilibrados, son capaces de cualquier cosa… Sí, una broma divertida para la hora de comer, Celia. Los comentarios irónicos son lo último en que ocuparía ahora la cabeza, con la posibilidad de que haya un yonqui con una navaja escondido detrás de alguna puerta… No insinúo que un yonqui sepa anular la alarma, insinúo que alguien se olvidó de conectarla y que, por consiguiente, cabe la posibilidad de que alguien se haya colado en la casa sin que la alarma salte como habría sido… No pienso discutir contigo. Estás muy rara… No, no quiero saber cómo te va el fin de semana… Haz lo que quieras.

Se oyó un leve chasquido seco, como cuando alguien pliega el móvil. Siguieron pasos, una pausa, más pasos, una puerta abriéndose, luego cerrándose, luego otra puerta y después nada.

Tenía la mano dolorida. Seguía aferrada al móvil; supuse que el teléfono aún estaba conectado al contestador del estudio situado una planta más abajo. Cerré el móvil y lo volví a abrir para que se encendiera la luz de la pantalla. Duración de la llamada: 6:51, 6:52, 6:53… ¿Finalizar Llamada?

Seis minutos deberían bastar para cubrir el mensaje que había dejado la noche anterior. A estas alturas estaría borrado. Pulsé OK para finalizarla llamada. El teléfono vibró casi de inmediato y me asustó. Se me cayó el teléfono, intenté atraparlo antes de que llegara al suelo pero, en el armario a oscuras, solo conseguí batearlo contra la pared con un golpe sordo y después contra algún objeto metálico no identificado de forma más ruidosa. Luego cayó al suelo con otro ruido apagado.