—La de Amsterdam. —El tono de Merrial tenía algo de desafío.
—¿Y es más joven que yo, John? —preguntó Celia en voz queda—. ¿Es más guapa? ¿Es tan joven como yo cuando nos conocimos? ¿O más? ¿Es igual de exótica? ¿Es extranjera? ¿Tiene mejores contactos? ¿Un apellido famoso? ¿Tiene dinero? ¿Es fértil?
Quizá la mirada de Merrial osciló un poco.
Ceel se relajó. Dio un paso atrás, apoyó el peso en un pie al tiempo que asentía.
—Ah —dijo Ceel—. Está embarazada, ¿verdad?
Por un instante Merrial abrió los ojos como platos, luego dejó escapar una breve risa.
—Siempre se te ha dado bien adivinar las cosas, ¿eh, Celia? —Miró al grandullón rubio que estaba detrás de su mujer—. ¿A que sí, Kaj?
Kaj se limitó a parecer incómodo y asentir.
Entonces fue como si Celia se viniera abajo de repente, desvió la mirada y se tapó los ojos con una mano. En silencio, sus hombros —anchos bajo la gruesa chaqueta negra y amarilla de montañero— se sacudieron; contrayéndose una, dos, tres veces. Merrial parecía todavía más incómodo y vacilante. Parecía a punto de acercarse a ella para abrazarla, pero no lo hizo. Buscó algo que hacer con las manos y se cruzó de brazos, miró a Kaj con esa mirada patética que significa «¡Mujeres!» y gesticuló al grandullón. Kaj se estremeció, que probablemente era lo más cercano a un comentario elocuente sobre el tema que cabía esperar de él.
Eres una mujer bella, valiente, inteligente, fabulosa, pensé contemplándola con los ojos anegados en lágrimas. Tuve que apartar la mirada por si Merrial me descubría. Tenía que seguir recordándome que las extraordinarias, exquisitas e inmaculadamente honradas muestras de cólera que Celia estaba desplegando eran de hecho una completa farsa, que, cuando le decía a Merrial con sus dientes deliciosos y perfectos que había sido una esposa fiel, mentía, pero en cualquier caso de momento había conseguido alejar el centro de atención de mí, ahora importaban ella y su matrimonio. Había optado por el ataque nuclear al sacar el tema del divorcio y había recibido un contraataque equivalente, pero parecía que saldría adelante.
Era una mujer que luchaba por su vida y la de su amante, pero no se conformaba solo con el resultado, parecía decidida a cumplir la misión con audacia, virtuosismo y estilo. En la vida había visto yo una actuación con más recursos y coraje, ni en persona, ni en escena, ni en la pantalla. Incluso si todo acababa horrible, dolorosa y letalmente mal, al menos podría sufrir y morir sabiendo que había estado en presencia de un genio.
Celia se secó los ojos con una mano, luego se sacó un pañuelo de un bolsillo de los vaqueros y se dio unos toquecitos en la nariz y las mejillas. Se sorbió la nariz y guardó el pañuelo. Se enderezó.
—No quiero dinero. Y no diré nada, ni a la prensa ni a la policía ni a nadie. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Pero quiero que luego me dejes en paz. Quiero vivir mi vida. Tú vive la tuya. Que yo viviré la mía. Y no debe ocurrirle nada a nadie de mi familia o allegados. —Alzó la barbilla frente a Merrial cuando lo dijo, como desafiándolo a objetar algo.
Merrial asintió; luego, en voz baja, contestó:
—Me parece justo. —Gesticuló tímidamente con las manos—. Lamento que haya tenido que acabar así, Celia.
—Yo siento que haya tenido que ser tan poco digno, delante de Kaj y esos tipos y —señaló distraídamente en mi dirección— ese pobre payaso.
Merrial me miró como si se hubiera olvidado de mi presencia. Suspiró.
—Pensé que… —empezó a decir. Luego se encogió de hombros. Me atravesó con una mirada que me hizo encogerme—. Una sola palabra en el programa sobre esto, señor Nott, una palabra a cualquiera, amigo, familia, policía o público, y me aseguraré de que muera lentamente, ¿entendido?
Tragué saliva, asentí. No me atrevía a decir nada. El capullo que hay en mí con el pulgar aparentemente pegado con Superglue al botón de Autodestrucción quería decir algo del tipo: «Sí, sí, sí, puta omertà», o «Moriré de una lenta agonía, señor pez gordo, pero su mujer se la acaba de pegar y los dos lo sabemos, capullo, y estas amenazas de macho para compensarlo no convencen a nadie…». Aunque al final, bajo aquella mirada, tuve que rendirme y graznar:
—Sí. Sí, entendido. Nada. A nadie.
Merrial siguió mirándome un poco más, luego llamó con un gesto de la cabeza a los tipos que me custodiaban.
—Dadle sus cosas y devolvedlo al lugar donde lo encontrasteis.
—¿En la caja, señor M.? —preguntó el tipo que me había pegado.
Merrial pareció molestarse.
—No, en la puñetera caja, no. En la parte de atrás de la furgoneta; tapadle los ojos, con eso bastará.
Pensé: ¡Sí…! Pero un poco antes de tiempo. Kaj pasó al lado de Celia, le habló al oído a su jefe, entre murmullos. Merrial sonrió con esa sonrisa suya de labios tan finos y dijo muy tranquilo:
—Muy bien. Uno pequeño.
Luego, mientras yo pensaba «¡No, no, no! ¡Ya estaba! ¡Esto no tocaba!», Merrial miró a Celia, suspiró y dijo:
—Será mejor que mires para otro lado.
Celia puso los ojos en blanco y siguió el consejo.
Kaj se colocó delante de mí.
—Esto, por cagar en mi lavabo —dijo.
Tuve el tiempo justo para pensar: Ahora sí que parece sueco, el hijo de puta; luego me golpeó tan fuerte en la cara que no me desperté hasta que estaba otra vez en la parte de atrás de la Astramax, con los ojos tapados y maniatado, pero sin más restricciones. La cabeza y las pelotas me dolían lo indecible, me sangraba la nariz, tenía los calzoncillos llenos de mierda fría y me estaba congelando; una cortante brisa invernal se colaba en la furgoneta por las ventanillas abiertas de la parte delantera.
No culpé a los chicos; apestaba.
13. EL VEREDICTO ESCOCÉS
—¿Qué coño te ha pasado?
—Me he comido una puerta.
—… Seguro. ¿Con alguna escalera de por medio?
—Exacto; me comí la puerta y después me caí por las escaleras.
—¿Y luego?
—Luego alguien me dio como para sacarme el hígado por la boca, Craig.
—Les ha tenido que llevar un buen rato. ¿Trabajaban por turnos?
—… Vaya, eso debe de escocer.
—Philip, aunque viviera mil años, «escozor» es una palabra que nunca llegaría a relacionar con lo que tengo en la cara.
—Bien, el cerebro y la lengua todavía te funcionan. Debbie quiere vernos después del programa y el primer disco es el nuevo tema de Addicta en el que canta Jo… No, no despiertas más compasión porque tengas un ojo morado. Buen intento, eso sí.
—Oh, Dios mío Todopoderoso, ven aquí, Kennit, necesitas que alguien se ocupe de ti.
—La hostia, colega, ¡cuántos colorines tenéis los blancos!
Desconocido:
—¿Sí?
—No olvides borrar las últimas llamadas recibidas y hechas desde tu móvil, por si acaso. Aquí, ya me he encargado yo.
—Ya lo he hecho. —También había destruido la tarjeta con el código incriminador—. Aunque ahora tendré que borrar esta, claro. ¿Celia?
—¿Qué, Kenneth?
—Gracias. Estuviste brillante. Me has salvado la vida.
—Ha sido un placer.
—Te quiero.
—¿Todavía? ¿Estás seguro?
—Lo estoy. De verdad.
—Bueno. Gracias, Kenneth.
—… Y ahora, ¿qué?
—Tengo que pagar a nuestra antigua doncella para compensarla por el despido.
—No me refería a eso.
—Lo sé.
—¿Entonces…?
—Entonces… bueno, a esperar.
—¿El qué?
—¿Un paquete, una llamada?
—Así que te veré pronto.
—Te oigo sonreír cuando lo dices. Sí.