Выбрать главу

– Es esa -dijo Toxtel-. No debería costamos mucho encontrarla.

Desde que habían cogido el coche no habían dejado de subir pero, poco después de adentrarse en la estrecha carretera de un único carril, empezaron a descender de forma bastante brusca. El descenso era mucho más pronunciado que la subida y Toxtel, a pesar de poner una marcha más corta, tuvo que pisar el freno.

Desde una curva, vieron lo que debía de ser Trail Stop, un pueblo que se levantaba en una lengua de tierra con el río a la derecha. Parecía que el número de casas coincidía con el número de buzones en la carretera.

Cuando llegaron al valle, cruzaron un estrecho puente de madera que crujió bajo el peso del Tahoe. Goss se asomó por la ventana y observó el enorme caudal del riachuelo que venía de las montañas y desembocaba en el río; el agua era blanca de la fuerza con la que chocaba contra las rocas del lecho del río y sintió un escalofrío en la espalda. El riachuelo no era tan grande como el río que habían visto, pero había algo que le daba mala espina.

– No mires, pero creo que estamos en el escenario de la película Deliverance -susurró.

– Te has equivocado de estado -le respondió Toxtel como si nada, absolutamente relajado entre tanta vida salvaje.

La carretera ascendía ligeramente en una curva hacia una pequeña colina y, cuando llegaron a la cima, Goss cerró los ojos por si acaso venía otro coche en dirección contraria y chocaban y después vieron el pueblo: varios edificios que se levantaban a ambos lados de la carretera. Había varias casas, casi todas pequeñas y viejas, un colmado, una ferretería, unas cuantas casas más y, al final de la carretera a la izquierda, había una casa de estilo Victoriano con unos enormes porches, muy elegante, y con un cartel donde ponía que era una pensión. En el aparcamiento lateral había dos coches y, en el de la parte posterior, otro. La puerta lateral estaba abierta y, a la derecha del garaje, había otra puerta. Quizá sería un buen lugar para empezar a buscar las cosas de Layton, pensó Goss.

– Bueno, tenías razón -dijo-. No nos ha costado encontrarlo.

Mientras aparcaban, una mujer bajó las escaleras y se les acercó.

– Hola -dijo-. Soy Cate Nightingale. Bienvenidos a Trail Stop.

Toxtel fue el primero en bajar del coche y se presentó con una sonrisa, y luego abrió el maletero para poder sacar sus cosas. Goss fue más lento, aunque también se presentó con una sonrisa. Se presentaron como Huxley y Mellor; él era Huxley y Toxtel era Mellor. Faulkner se había hecho cargo de la factura por medio de una tarjeta de crédito de una compañía, de modo que no tendrían que enseñarle ninguna identificación.

Goss no disimuló su interés mientras repasaba de arriba abajo a la propietaria de la pensión. Era más joven de lo que se esperaba, con un cuerpo delgado que no tenía demasiadas curvas, aunque tenía un culo que no estaba mal. La chica no lo lucía, porque llevaba pantalones negros y una camisa blanca con las mangas arremangadas, pero Goss tenía buen ojo. Hablaba con una voz cálida y alegre. Llevaba el pelo castaño recogido en una cola y tenía los ojos marrones, nada fuera de lo normal. Sin embargo, tenía una boca de esas con una forma rara, con el labio superior mucho más carnoso que el inferior. Le daba un toque sensual y dulce.

– Sus habitaciones están listas -dijo ella, con una sonrisa muy amable que no respondía en absoluto al interés que él había demostrado. Cuando se giró, Goss volvió a mirarle el culo. No se había equivocado; estaba muy bien.

Una vez dentro de la casa, vio un osito de peluche en la puerta de una habitación, lo que delataba la presencia de un niño. Y, por lo tanto, puede que también hubiera un señor Nightingale. Sin embargo, la chica no llevaba anillo de casada; se había fijado cuando le había dado la mano al presentarse. Goss miró a Toxtel y vio que él también se había fijado en el osito de peluche.

La chica se detuvo junto a una mesa que había en el pasillo, junto a la escalera, y cogió dos llaves.

– Les he puesto en las habitaciones tres y cinco -dijo, mientras los acompañaba al piso de arriba-. Cada habitación tiene su propio baño y bonitas vistas desde la ventana. Espero que disfruten de su estancia.

– Seguro que sí -respondió Toxtel con educación.

Cate lo acomodó en la habitación número tres y a Goss en la cinco. Goss miró a su alrededor y vio dos habitaciones a la derecha, que daban a la parte delantera, y cuatro más a la izquierda. Teniendo en cuenta los vehículos que había en el aparcamiento, había un mínimo de dos habitaciones ocupadas, dependiendo de las personas que hubiera en cada coche. Puede que buscar el lápiz de memoria no fuera tan fácil como ellos creían.

Por otro lado, se dijo Goss con una sonrisa mientras deshacía su equipaje, saber que había un niño en la casa abría un interesante abanico de posibilidades.

Capítulo 8

Cate no sabía qué estaba pasando, pero sospechaba que el hombre que había llamado ayer por la tarde para reservar las habitaciones de los señores Huxley y Mellor era el mismo hombre que la había llamado fingiendo ser un empleado de la compañía de alquiler de coches y que quería saber dónde estaba Jeffrey Layton. No estaba segura y, de hecho, si aquella llamada no hubiera despertado sus suspicacias, jamás se le hubiera pasado por la cabeza aquella posibilidad, pero tanto la voz como el acento le sonaron y, después de colgar, no dejó de darle vueltas hasta que lo relacionó.

Era obvio que aquellos dos hombres buscaban a Layton, cosa que también resultaba sospechosa. Si hubieran estado preocupados por su desaparición, lo habrían dicho desde un principio, le habrían dicho que buscaban a su amigo y le habrían hecho preguntas sobre la mañana en que se marchó. El hecho de que no lo hubieran hecho demostraba que no estaban preocupados por su bienestar. El señor Layton tenía problemas y esos dos hombres eran parte del problema.

No debería haberlos dejado quedarse aquí. Ahora lo sabía. Si hubiera reconocido antes la voz del teléfono, le habría dicho que no le quedaban habitaciones libres; eso no habría impedido que esos hombres vinieran a Trail Stop pero, al menos, no dormirían bajo el mismo techo que ella y los niños. Sintió un escalofrío en la espalda cuando pensó en los niños, y en su madre, e incluso en los tres jóvenes que habían llegado ayer por la tarde para pasarse un par de días escalando. ¿Acaso los había puesto a todos en peligro sin saberlo?

Al menos, Mimi y los chicos no estaban en casa ahora mismo. Su madre se los había llevado de paseo; les había dicho que les daba una segunda oportunidad para demostrar que sabían portarse bien y que si esta vez la decepcionaban… Por supuesto, su madre jamás terminaba aquella frase pero, cuando Cate era pequeña, siempre creyó que decepcionar a su madre por segunda vez sería algo parecido al fin del mundo. Tucker y Tanner la habían mirado muy serios. Cate sólo esperaba que el paseo fuera muy largo.

Cabía la posibilidad de que aquellos hombres no tuvieran ningún tipo de relación con Jeffrey Layton. Cate no podía descartar completamente la idea de que su imaginación la estuviera traicionando. Las dos voces del teléfono eran parecidas, pero eso no significaba que fueran de la misma persona, a pesar de que la opción de la identificación de llamada le había vuelto a dar «Número privado». Se sentía ridícula pensando lo peor, pero también estaba asustada.

Los dos hombres habían sido muy educados. El mayor, Mellor, parecía bastante fuera de lugar con el traje y la corbata pero, en el fondo, eso no significaba nada. Quizá había tenido una reunión de negocios, después había cogido el avión y no había tenido ocasión de ponerse algo más informal. El otro, Huxley, era alto y apuesto, y había intentado ligársela. La había repasado de arriba abajo, pero ella había hecho como si nada y él, en lugar de insistir, había desistido. Quizá tenían un motivo completamente inocente para estar allí…