Cuando llegó arriba, giró a la derecha y siguió caminando hasta el final del pasillo, hasta la puerta del desván. Pensó que quizá las matarían allí y, ante esa idea, se le congeló la sangre. El tiempo que tardaran en encontrar los cuerpos daría margen a Mellor y a su amigo para escapar.
¿Qué les pasaría a sus hijos si la mataban? No les faltaría amor, porque se los quedarían sus padres o Patrick y Andie, a pesar de que ellos estaban esperando su propio hijo en estos momentos, pero sus vidas estarían marcadas para siempre por la violencia. ¿Se acordarían mucho de ella? Dentro de diez años, ¿qué recordarían de su madre? ¿Sabrían lo mucho que los quería?
«¡Maldito Jeffrey Layton por traer esto a esta casa!», se dijo con una repentina violencia. Si alguna vez le ponía las manos encima, lo mataría.
Con cuidado, subieron las estrechas escaleras del desván. Con los ojos entrecerrados, Mellor iba vigilando a su alrededor mientras empujaba a Neenah hacia delante.
– ¿Dónde están?
– Aquí -Cate se acercó hasta la maleta y la cogió. Estaba a punto de decirle que, fuera lo que fuera lo que buscara, estaba perdiendo el tiempo, porque allí sólo había ropa, pero se calló. Quizá era mejor que creyeran que había encontrado lo que buscaba. Quizá así no las mataría; quizá las dejaría aquí y se marcharía.
Con la maleta en la mano, se volvió y se quedó de piedra.
Calvin Harris estaba en lo alto de las escaleras, con una escopeta pegada al hombro que apuntaba directamente a la cabeza de Mellor.
Cate dio un respingo y, al instintivamente intentar apartarse de la línea de fuego, se golpeó la cabeza con el techo. Alertado por aquella reacción, Mellor dio media vuelta, cubriéndose con Neenah.
– Suéltala -dijo el señor Harris muy despacio. El arma que llevaba en las manos estaba quieta como una roca y tenía la mejilla apoyada en la culata y los ojos, que hasta ahora a Cate le parecían perdidos, estaban pálidos y fríos como el hielo.
Mellor sonrió.
– Es una escopeta. Me matarás, pero a ella también. Has hecho una mala elección de arma.
Calvin también sonrió.
– Sí, pero está cargada con balas, no con cartuchos. A esta distancia, te arrancará la cabeza y ni siquiera rozará a Neenah.
– Sí, claro. Deja la escopeta en el suelo o la mato.
– Analiza la situación -dijo Calvin muy tranquilo-. Tu amigo no subirá a ayudarte. Puedes disparar, sí, pero no evitarás que apriete el gatillo. Utilizo esta escopeta para cazar ciervos, así que créeme cuando te digo que está cargada con balas y no cartuchos. Puede que me dispares, puede que dispares a Neenah, pero tú también acabarás muerto. De modo que podemos tener dos cadáveres o podemos salir todos ilesos y tu amiguito y tú os largáis de aquí.
– Puede llevarse la maleta -dijo Cate. Cualquier cosa para evitar que volvieran.
Mellor respiró hondo mientras se lo pensaba. La verdad era que estaban en un callejón sin salida y la única forma de salir de allí con vida era tirar el arma. Cate intentó leerle el pensamiento pero lo único que sabía era que ese hombre tendría que confiar en que Calvin no lo disparara una vez se hubiera desarmado. Seguro que Mellor los mataría a todos a sangre fría, pero Calvin no.
Muy despacio, Mellor soltó a Neenah y puso el seguro de su pistola automática. Neenah cayó al suelo, porque no tenía fuerzas ni para levantarse. Cate quiso acercarse a ella, pero Calvin le lanzó una mirada muy severa y ella se detuvo; entendió que no quería que se acercara más a Mellor.
– Suelta el arma -ordenó Calvin.
El arma cayó al suelo con un golpe seco. Cate se estremeció porque creía que se dispararía, pero no pasó nada.
– Coge la maleta y lárgate.
Muy despacio, sin hacer ningún movimiento brusco, Mellor cogió la maleta que tenía Cate. Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Sus miradas se encontraron durante un segundo. Él seguía estando calmado e inexpresivo, como si aquello fuera algo habitual en su vida.
– Cate -dijo Calvin. Ella parpadeó y lo miró-. Coge la pistola.
Ella se arrodilló y la cogió con mucho cuidado. Jamás había tenido un arma en las manos y le sorprendió lo mucho que pesaba.
– ¿Ves el botón de la izquierda? Apriétalo.
Mientras sujetaba la pistola con la mano derecha, apretó el botón con la izquierda.
– Muy bien -dijo Calvin-, acabas de quitar el seguro. No aprietes el gatillo a menos que tengas intención de disparar. Baja primero las escaleras y mantente fuera de su alcance. Nosotros iremos detrás. Cuando llegues al pasillo, síguele apuntando hasta que baje yo, ¿de acuerdo?
El plan tenía sentido. Si dejaba que Mellor bajara primero, bien Calvin tendría que seguirlo tan de cerca que Mellor podría volverse y quitarle el arma o bien lo perdería de vista unos segundos cuando Mellor llegara al pasillo. Cate no se imaginaba lo que Calvin creía que Mellor podía hacer en esos pocos segundos pero, si creía que podía ser peligroso, ella lo creía.
¿Dónde estaba el otro hombre, Huxley? ¿Qué le había hecho Calvin?
Bajó las escaleras mucho más deprisa de lo que las había subido, aunque no a propósito. Todavía le temblaban las rodillas y las bajó casi llevada por el peso de su cuerpo. Sujetaba la pistola con fuerza mientras rezaba para que Mellor no intentara nada, porque no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Llegó al pasillo y se volvió, apuntando con el cañón hacia Mellor y sujetando la pistola con ambas manos, intentando estabilizarla lo máximo posible. Se movía un poco porque seguía temblando, pero le parecía que lo estaba apuntando desde bastante cerca, por lo que no haría nada o, al menos, eso esperaba.
Calvin siguió a Mellor a una distancia prudencial y, a diferencia de ella, parecía de hielo; no mostraba ningún nerviosismo.
– Sigue andando -le dijo a Mellor en ese tono tranquilo que no había abandonado en ningún momento. Empezaron a bajar las escaleras.
Al cabo de un momento, Cate dio un paso adelante para seguirlos. Entonces, Neenah bajó del desván muy despacio y sujetándose primero a la barandilla y después al marco de la puerta. Miró a Cate y tragó saliva.
– Estoy bien -dijo, con un hilo de voz-. Ayuda a Cal.
Cate bajó hasta el piso de abajo. Vio al otro hombre tendido en el suelo, delante de la puerta principal, con las manos atadas a la espalda. Intentaba ponerse de pie, algo aturdido.
– No puedo encargarme de él y de las tres maletas al mismo tiempo -dijo Mellor.
– Desátalo. Puede caminar -Calvin seguía con la escopeta pegada al hombro.
Mellor desató a Huxley y lo ayudó a levantarse. El otro hombre se balanceó un poco, pero se mantuvo de pie. Sus ojos azules cargados de odio se clavaron en Calvin pero, a juzgar por la nula reacción de este, se lo podría haber ahorrado.
Entre los dos, cogieron las maletas y salieron al porche; Huxley se tambaleaba un poco, pero consiguió llegar al coche. Cate siguió a Calvin hasta el porche y los observó meter las bolsas en el maletero del Tahoe y luego subir a los asientos delanteros. Justo antes de que Mellor encendiera el motor, oyó las agudas voces de los niños y supo que su madre y los gemelos venían de paseo. Cuando se dio cuenta de lo cerca que habían estado de verse envueltos en aquel infierno, casi se echó a llorar.
Cuando el Tahoe pasó por delante de la puerta, Huxley les lanzó una mirada asesina, pero Calvin y ella se limitaron a observar el coche hasta que se perdió en la carretera.
– ¿Estás bien? -preguntó él, sin apartar la mirada de la carretera. Cate se preguntó si creía que volverían.
– Estoy bien -dijo, con un hilo de voz. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo-. Estoy bien. Neenah…
– Estoy bien -dijo Neenah, que estaba en el umbral de la puerta. Todavía estaba pálida y temblorosa, pero ya no se apoyaba en nada para poder mantenerse en pie-. Un poco asustada, nada más. ¿Se han ido?