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– Sí que lo sé.

Sherry Bishop se acercó a Cate y le dio unos golpecitos en el hombro.

– Tienes que llamar al sheriff.

– No es que no quiera hacerlo -respondió ella mientras le ofrecía una sonrisa algo temblorosa-. Pero es que creo que no van a poder hacer nada. Seguramente, esos hombres me dieron nombres falsos y ya hace mucho que se han ido. Esto demuestra que el señor Layton no era trigo limpio y, a pesar de que amenazar a alguien con una pistola va contra la ley, la realidad es que nadie está herido. Sí, podría presentar una denuncia, pero seguramente la cosa no iría a más. ¿Para qué molestarme?

– ¡Tenían pistolas! ¡Te han robado! ¡Eso es un delito muy grave! ¡Tienes que llamar a la policía! Tiene que quedar constancia de esto, por si algún día vuelven.

– Supongo que tienes razón -miró a Calvin-, aunque creo que no mencionaré que el señor Harris golpeó a uno de ellos en la cabeza -apartó la mirada muy deprisa, con una extraña sensación. No dejaba de recordar algo con mucha claridad: Calvin con la escopeta apuntando directamente a la cabeza de Mellor. No tenía ninguna duda de que, si hubiera sido necesario, habría apretado el gatillo y estaba segura de que Mellor había pensado lo mismo. En aquellos segundos, había descubierto una faceta de Calvin que jamás imaginó que existiera y le costaba relacionar al terriblemente tímido y amable hombre que le venía a arreglar las averías con el hombre con aquellos ojos tan fríos y el dedo perfectamente tenso en el gatillo.

Nadie mas parecía sorprendido por lo que había hecho, o sea que igual era ella la única que había estado ciega. La realidad era que, desde la muerte de Derek, ella se había dedicado por completo a criar a los niños y a sacar adelante la pensión, y nada más de su alrededor le había llamado la atención. No había sentido curiosidad por ninguno de sus vecinos ni había hecho preguntas que la habrían informado de quién y qué eran más allá de la cara que veía cada mañana. Había pasado esos años encerrada en sí misma, ocupándose de su trabajo y bloqueando cualquier otro tipo de información. Con lo destrozada que estaba, había sido la única forma de sobrevivir.

¿Qué más se escondía detrás de la amabilidad de sus vecinos? Neenah era su mejor amiga en el pueblo, pero realmente no sabía nada sobre ella. Ni siquiera sabía por qué había dejado la orden religiosa. ¿Era porque Neenah no quería hablar de eso o porque Cate nunca se lo había preguntado? Se sintió avergonzada y dolida consigo misma por los años de amistad perdidos, por los momentos en que podría haber estado ahí y no lo había hecho.

Ahora todos sus vecinos estaban allí; habían venido en cuanto habían oído que había tenido problemas. No tenía ninguna duda de que, si lo hubieran sabido antes, se habrían enfrentado a Mellor y a Huxley con las armas que hubieran podido encontrar. Después de vivir con ellos tres años, tuvo la sensación de que los veía por primera vez. Justo en ese momento, Roy Edward se había sentado y se estaba sacando cosas del bolsillo para hacer hablar a Tanner. A raíz de sus encuentros anteriores con Roy Edward, Cate creía que era un cascarrabias y un impaciente, pero ahora parecía haber conseguido su objetivo, porque Tanner se había quitado el dedo de la boca y se le estaba acercando con cara de interesado mientras analizaba una navaja suiza y una avellana.

Milly se acercó a Cate.

– Si no te importa que me adueñe de tu cocina, prepararé un poco de té para Neenah y para ti. Dicen que, para los nervios, el té va mejor que el café. No sé por qué, pero eso dicen.

– Me encantaría una taza de té -dijo, con una sonrisa, aunque no era verdad. Neenah y ella estaban tomando té cuando Mellor había entrado en la cocina y las había apuntado con la pistola. Sospechaba que Milly necesitaba hacer algo y donde mejor se desenvolvía era en la cocina. Neenah había oído el ofrecimiento de Milly; Cate miró al otro lado del comedor y sus miradas se cruzaron. En el rostro de Neenah se dibujó una sonrisa pero luego adoptó un aire compungido. A ella tampoco le apetecía una taza de té.

En lugar de retrasar la llamada, y porque también quería compartir con todo el mundo lo que le dijera el agente Seth Marbury, Cate fue hasta el cuarto de estar familiar y volvió a llamar a la oficina del sheriff. El policía no cogió el teléfono, así que dejó un mensaje en el contestador, colgó, se reclinó en el sofá, cerró los ojos y, aprovechándose de la relativa paz que se respiraba en la casa, intentó tranquilizarse. Oía las voces que llegaban del comedor, algunas más enfadadas que otras pero, básicamente, la conversación fue relajada.

El teléfono sonó antes de que hubiera reunido fuerzas para regresar al comedor. Era Marbury que le devolvía la llamada.

– No estoy seguro de haber entendido lo que ha dicho -hablaba en un tono serio y cauteloso, lo que significaba que lo había entendido perfectamente pero que no estaba seguro de creérselo.

– Hoy han llegado dos hombres -le explicó ella- y, poco después, uno de ellos bajó a la cocina y nos apuntó a Neenah Dase y a mí con una pistola. Nos pidió que le entregáramos las cosas que Jeffrey Layton se había dejado en la pensión. Lo hice y luego se marcharon. Creo que ahora ya podemos decir que el señor Layton no era trigo limpio, y estos dos hombres tampoco.

– ¿Cómo se llamaban? -preguntó Marbury.

– Mellor y Huxley.

– ¿Y los nombres?

– Un momento -se levantó para ir al pasillo a buscar el libro de registros y se quedó parada cuando vio a Calvin Harris en la sala, escuchando la conversación. También era asunto suyo, así que Cate le hizo un gesto para que se acercara mientras ella iba a por el libro-. Se registraron con los nombres de Harold Mellor y Lionel Huxley.

– ¿Cómo pagaron?

– El hombre que llamó ayer por la tarde e hizo la reserva me dio un número de tarjeta de crédito. Creo que era el mismo hombre que fingió trabajar en la compañía de alquiler de coches. Es imposible saberlo, pero creo que era la misma voz. Y el identificador de llamadas ponía Número privado; las dos veces.

– ¿A qué nombre va la tarjeta?

– Me dijo que iba a nombre de Harold Mellor, pero el hombre con el que hablé no era el mismo que ha venido hoy; tenía una voz totalmente distinta.

– ¿Ha intentado cobrarles?

– Sí, y no ha habido ningún problema.

– Igualmente podría ser falsa. Podemos verificarlo. ¿Anotó la matrícula del coche?

– No -no era algo que solía hacer cuando llegaba un cliente, aunque quizá tendría que empezar a hacerlo.

– ¿Y se marcharon sin herir a nadie cuando les dio las cosas de Layton?

– Exacto. No hirieron a nadie.

Calvin hizo un gesto para indicar a Cate que quería hablar con Marbury. Cate arqueó las cejas para comprobar si estaba seguro, y él asintió.

– Un momento -le dijo a Marbury-. El señor Harris quiere hablar con usted. Es el agente Seth Marbury -le dijo a Calvin cuando le pasó el teléfono.

– Hola, soy Cal Harris -dijo, con su tranquila y sosegada voz. Cate tuvo una sensación muy extraña, como si hubiera perdido el equilibrio. Lo miró incrédula de pensar que aquel hombre era el que fríamente había apuntado con una escopeta a la cabeza de alguien. Aquello era demasiado y, casi a modo de defensa, se quedó mirando la fuerte mano con que sujetaba el teléfono. Por suerte para Neenah y para ella, había manejado la escopeta con la misma pericia que el martillo o la llave inglesa.

Marbury debió de preguntarle a qué se dedicaba, porque Calvin respondió:

– Arreglo cosas. Carpintería, lampistería, mecánica, tejados.

Se quedó escuchando un minuto. Cate oía la voz de Marbury pero no entendía lo que decía. Calvin dijo:

– Cuando la señora Nightingale me entregó el correo para que lo llevara a la ciudad, había puesto los sellos bocabajo. Ya sabe, son esos sellos con la bandera americana que vienen en rollos de cien -más palabras de Marbury-. Sí. Me pareció que estaba rara, así que me arriesgué a hacer el ridículo y volví; para asegurarme de que todo iba bien. Cogí la escopeta -más palabras y, al cabo de unos segundos, añadió-. No, nadie disparó ni un tiro. Por eso se marcharon sin herir a nadie. Apunté a uno con mi escopeta Mossberg y soltó su Taurus y, por cierto, se la dejaron aquí -Cate percibió cierta satisfacción en su tono-. Sí, mañana va bien -dijo, y le pasó el teléfono a Cate.