– Lo más caro era el par de zapatos y yo misma los metí allí dentro. Cuando entré en la habitación, no estaban en la maleta.
Marbury cerró su libreta.
– Entonces, eso es todo. Si vuelve a verlos, llámeme inmediatamente pero, ahora que tienen lo que querían, seguro que no volverán.
Con la distancia de una noche entre ayer y ahora, Cate estaba de acuerdo con él. Hoy estaba mucho más tranquila y empezaba a arrepentirse de haberle pedido a su madre que se llevara a los niños, pero ahora los planes ya estaban en marcha y los niños estaban muy ilusionados ante la idea de ir a casa de Mimi.
De repente, volvieron a oír gritos y Cate, que ya estaba acostumbrada a los distintos gritos de sus hijos, interpretó que esos eran de alegría.
– Seguro que han visto al señor Harris -le dijo a Marbury-. Les encanta la caja de herramientas.
– Es comprensible -respondió él con una sonrisa-. Un niño, un martillo… claro que les encanta.
Salieron de la sala y vieron cómo Calvin bajaba las escaleras, precedido de los niños, que revoloteaban a su alrededor.
– ¡Mamá! -dijo Tucker en cuanto la vio-. ¡El señor Hawwis me ha dejado coger la llave ingleza?
– Inglesa -lo corrigió Cate de forma automática, mientras miraba a Calvin, que tenía una mirada tranquila y serena como siempre.
– Inglesa -repitió Tucker mientras agarraba el mango del martillo, que estaba en el bolsillo de los pantalones de Calvin, y estiraba.
– Deja de tirar de la ropa del señor Harris -dijo Cate-, antes de que se la arranques.
En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, Cate notó que se sonrojaba. ¿Qué le pasaba? Hacía años que no se sonrojaba y ahora parecía que, desde ayer, no hacía otra cosa. Todo parecía tener un doble sentido, o parecía abiertamente sexual y, sí, la idea de arrancarle la ropa a Calvin parecía definitivamente sexual.
Aquello la sorprendió.
¿Calvin? ¿Sexual?
¿Porque las había salvado ayer? ¿Acaso le estaba atribuyendo un papel heroico y, siguiendo el modelo histórico de las relaciones hombre-mujer, respondía de forma inconsciente a aquella demostración de fuerza?
Había asistido a clases de antropología, porque le parecían interesantes, así que conocía la dinámica de los instintos sexuales. Tenía que ser eso. Las mujeres respondían ante los hombres fuertes, poderosos o heroicos.
En los tiempos de las cavernas, eso significaba mayores posibilidades de supervivencia. Las mujeres ya no tenían que hacerlo, pero los viejos instintos permanecían intocables; ¿cómo, si no, podría explicarse que Donald Trump resultara atractivo a tantas mujeres?
Aquello la relajó. Ahora que sabía qué provocaba aquella repentina sensibilidad, podía controlarla.
Presentó los gemelos a Marbury y, lógicamente, enseguida vieron la pistola y quedaron maravillados de estar frente a un policía, aunque los decepcionó un poco que no llevara uniforme. Al menos, estaban distraídos y Cate pudo preguntar a Calvin:
– ¿Qué te debo?
Él sacó la factura de la cerradura del bolsillo y se la dio. Sus dedos se rozaron y Cate contuvo un escalofrío que quería estremecerla de arriba abajo, al tiempo que recordó esas poderosas manos sujetando la escopeta y el dedo fijo en el gatillo. También recordó cómo las había abrazado a Neenah y a ella, con sus cálidos y acogedores brazos, con su esbelto cuerpo sorprendentemente musculoso y duro debajo del mono vaquero.
Maldita sea. Ya volvía a sonrojarse.
Y él no.
Capítulo 12
– A ver -dijo su madre como si nada por la noche, mientras hacían las maletas de los niños-, ¿hay algo entre Calvin Harris y tú?
– ¡No! -asombrada, Cate casi dejó caer el par de vaqueros que estaba doblando y miró a su madre-. ¿Por qué lo dices?
– Por… algo.
– ¿El qué?
– Por cómo estáis juntos. Un poco incómodos, y apartáis la mirada cuando el otro mira.
– Yo no aparto la mirada.
– Si no fuera tu madre, quizá ese tono indignado te serviría, pero yo te conozco demasiado bien.
– ¡Mamá! No hay nada. Yo no… No he… -se detuvo y apoyó las manos en las rodillas mientras acariciaba el pequeño vaquero con los dedos-. No desde que Derek murió. No me interesa salir con nadie.
– Pues deberías. Ya han pasado tres años.
– Lo sé -y era verdad, pero saber algo y hacerlo eran dos cosas distintas-. Es que… los niños y la pensión me roban casi todo el tiempo y la mera idea de añadir algo más, alguien más, a la mezcla sería demasiado. Y no aparto la mirada -añadió-. Estaba preocupada por tener que prestar declaración ante Marbury porque no sabía si Calvin le había dicho que golpeó a Huxley en la cabeza. Si he apartado la mirada, ha sido por eso.
– Pues él te mira.
Cate se echó a reír.
– Sí, y seguramente se sonroja mientras aparta la mirada lo antes posible. Es muy tímido. Creo que estos dos últimos días le he oído hablar más que en los últimos tres años. No quieras ver más de lo que hay. Seguramente, aparta la mirada de todo el mundo.
– No es verdad. No he notado que sea especialmente tímido. Cuando estaba cambiando la cerradura del desván y los niños estaban prácticamente encima de él, hablaba conmigo como lo hace con Sherry o con Neenah.
Cate hizo una pausa y recordó el día que oyó a Calvin hablar con Sherry. Evidentemente, había algunas personas con las que se sentía más cómodo, y estaba claro que ella no era una de ellas. Aquello le provocó una punzada de dolor en la boca del estómago. Instintivamente, se negó a estudiar el motivo del dolor y se obligó a volver a la conversación.
– Da igual. Antes de que empieces a fantasear con nosotros, piensa un momento: ninguno de los dos es un buen partido. Yo estoy eróticamente arruinada y tengo dos niños. Él se dedica a arreglar cosas. Los pretendientes no hacen cola en nuestra puerta.
Sheila apretó los labios para contener una risa.
– En tal caso, haríais muy buen pareja, puesto que sois tan iguales.
Cate no sabía si alegrarse o asustarse. ¿Ahora resulta que estaba al nivel del manitas del pueblo? Sus padres no la educaron en un sistema clasista, pero había trabajado en el mundo empresarial y tenía ambiciones. No eran muy grandes, pero existían. Por lo que sabía, Calvin estaba perfectamente satisfecho con lo que hacía. Por otro lado, teniendo en cuenta que Cate había elegido llevar una pensión, ¿qué le podría venir mejor que vivir con alguien que sabía arreglarlo todo? Dios sabe que, sin él, no habría podido sobrevivir esos tres años.
Se echó a reír.
– Bueno, en realidad he considerado la opción de pedirle que se instale aquí.
Su madre parpadeó, sorprendida.
– Darle alojamiento a cambio de los arreglos -explicó Cate, riéndose mientras se levantaba para ir a buscar la ropa interior de los niños a la cómoda. Se asomó por la puerta para ver cómo estaban los pequeños, que jugaban con sus coches y camiones en el pasillo. Los había puesto allí para que su madre y ella pudieran hacer la maleta tranquilamente sin tenerlos a ellos ayudando, porque habría sido caótico. Estaban levantando una especie de fuerte y lo tiraban al suelo empotrando los coches con él. Así estarían entretenidos un buen rato.
– Cariño, va siendo hora que empieces a plantearte volver a salir con hombres -continuó Sheila-. A pesar de que Dios sabe que las opciones aquí son tan limitadas que lo único a escoger es Calvin. Si volvieras a Seattle…