Выбрать главу

El bueno de Hugh. Iba a echarlo de menos. Bueno, en realidad no.

Tenía que asegurarse de que aquello salpicaba a Faulkner. Quizá podría esconder una nota en el cuerpo de Hugh donde pusiera: «Yuell Faulkner me pagó para hacer esto». Sí, claro. Tenía que ser algo que la policía encontrara, pero no tan obvio como para que lo descartaran como pista. Implicar a Bandini también estaría bien; garantizaría que tanto los buenos como los malos pondrían precio a la cabeza de Faulkner.

Se puso los guantes y se acercó al Tahoe, abrió la puerta y sacó el móvil de Toxtel de la guantera. Aquí no tenía cobertura, pero no quería llamar a nadie. Lo encendió y grabó el número de Faulkner en la agenda. Sin nombre, sólo un número. Los policías ya seguirían la pista. Apagó el móvil y lo dejó en la guantera, aunque luego se lo pensó mejor, lo cogió y se lo metió en el bolsillo. Luego tuvo otra idea, sonrió, y volvió a dejar el móvil en la guantera. Sí. Eso sería mucho mejor.

El Tahoe estaba lleno de papeles, mapas, listas y planos. Una de las hojas de papel había caído al suelo del coche, alguien la había pisado y estaba sucia. Goss cogió un bolígrafo, escribió el nombre de Bandini en el papel, lo encerró entre signos de interrogación y luego lo tachó para que fuera prácticamente ilegible; prácticamente, pero no imposible. Tiró todos los papeles a la parte de atrás y lanzó el bolígrafo en algún punto entre el asiento del conductor y el volante.

Después, silbando, se dirigió por el oscuro camino hacia donde estaba Toxtel, sentado, haciendo guardia solo mientras esperaba que alguien del otro lado quisiera hablar con él.

Cal se camufló en la sombra de un árbol, confundiéndose con el suelo del bosque. Estaba a un escaso metro y medio del tercer tirador, al que reconoció como Mellor, cuando oyó que alguien se les acercaba… silbando.

Se quedó inmóvil, con la cabeza agachada y los ojos prácticamente cerrados. Se había impregnado la cara con barro para camuflar la piel pálida, porque camuflarse para salir de caza no le costaba, pero si el instinto le decía que tenía que agachar la cabeza y cerrar los ojos, lo hacía. Estaba tan cerca que el brillo de los ojos podría delatarlo.

El segundo tirador estaba en medio de un charco de sangre, con el cuchillo del primero clavado en el cuello. Dos menos; todavía le quedaban cuatro. Tuvo la tentación de eliminar a estos dos al mismo tiempo, pero no lo hizo. Sería demasiado complicado controlar el ruido y el movimiento. Se ceñiría al plan original y los eliminaría de uno en uno.

– Llegas temprano -dijo Mellor, mientras se levantaba de su posición protegida. Llevaba un abrigo muy grueso y, en lugar de rifle tenía una pistola. Cal meneó la cabeza al ver cómo se estaba exponiendo ese idiota a un posible disparo. Debía de sentirse a salvo en la noche pensando que nadie de Trail Stop podía verlo.

– He pensado que podía relevarte antes -dijo el otro tipo. Cal también lo reconoció. Era Huxley-. Teague y su primo están jugando a cartas en la tienda. Te lo digo por si quieres relajarte antes de acostarte -mientras hablaba, se inclinó, cogió una manta del suelo, la sacudió y empezó a doblarla.

– Yo no juego a cartas -respondió Mellor mientras se volvía hacia las siluetas oscuras de las casas-. ¿Qué le pasa a esa gente? -preguntó, de repente-. ¿Están locos? Yo ya habría intentado saber qué pasa, descubrir qué queremos, algo. Se han escondido y se han encerrado. Nada más.

– Teague dijo que están…

– A la mierda Teague. Si hubiera sabido lo que tenía entre manos, ya tendríamos ese lápiz de memoria y estaríamos en Chicago.

«Un lápiz de memoria.» Así que eso era lo que querían. Cate tenía ordenador; si hubiera encontrado alguna cosa electrónica entre las pertenencias de Layton, la habría reconocido y habría sabido que, seguramente, era lo que querían. Y no lo había encontrado porque no estaba allí. Layton se lo había llevado.

– Pensaba que habías dicho que te lo habían recomendado -Huxley había colocado la manta doblada encima de su brazo derecho. Curiosa forma de sostenerla, con la mano debajo de la manta.

– Llamé a un tipo que conocía -dijo Mellor mientras se volvía-. Confi…

Huxley disparó tres tiros y la manta amortiguó el ruido, de modo que era como si hubiera utilizado silenciador. Mellor retrocedió cuando los dos primeros tiros le impactaron en el pecho, y luego Huxley le dio el disparo de gracia en la frente. Mellor cayó como un saco de grano. Huxley no se molestó en comprobar si estaba muerto, ni siquiera le dedicó otra mirada. Se volvió y se marchó por donde había venido.

Vaya, vaya. ¿Una pelea o alguien tenía otros planes? Con mucho sigilo, Cal lo siguió camuflándose entre las sombras del bosque, integrándose en el paisaje nocturno. A Huxley parecía no importarle hacer ruido; subió por la carretera como si estuviera caminando por una acera de la gran ciudad. Después de una curva, dejó la carretera principal y tomó un camino recién abierto hacia la izquierda. Cal se dijo que los vehículos debían de estar aparcados allí detrás; los arbustos estaban chafados como si algo bastante grande les hubiera pasado por encima.

Había una tienda plantada en un claro del bosque, con cinco vehículos aparcados a su alrededor: cuatro camionetas y un Tahoe. Dentro de la tienda, había una linterna de gas encendida, enfocando a dos hombres que estaban jugando una intensa partida de póquer. Cal pudo ver, a través de la lona abierta, varios sacos de dormir enrollados en el suelo de la tienda.

– ¿Qué pasa? ¿A Toxtel le gusta hacer guardia o qué? -dijo un hombre corpulento y con un gran moretón en la cara mientras levantaba la cabeza-. ¿O acaso cree que empezarán a hablar esta noche, como por arte de magia?

– Supongo que es demasiado aplicado -dijo Huxley, que estiró el brazo y empezó a apretar el gatillo. O bien había pensado mucho cómo iba a eliminar a los dos hombres a la vez o bien lo había hecho tantas veces que aquello era casi natural en él. Sus movimientos eran mecánicos: no dudaba, no se alteraba, no mostraba ninguna emoción. Dos disparos al tipo corpulento, y luego dos más al otro, que apenas tuvo tiempo de reaccionar. Después, el cañón volvió al primer hombre, con un movimiento perfectamente controlado y le dio el disparo de gracia. Después se volvió hacia el otro hombre e hizo lo mismo, con frialdad. «Taptap, tapatap, tap, tap.» Casi como si fuera un baile.

Huxley se arrodilló junto al hombre más corpulento, metió los dedos enguantados en el bolsillo correcto de los pantalones y sacó un juego de llaves. Tiró la pistola al suelo entre los dos cuerpos, salió de la tienda y se dirigió hacia una de las camionetas.

Cal lo observó alejarse, con la mirada entrecerrada y pensativa. Podría haberlo eliminado, pero Huxley había hecho el trabajo por él y, al mismo tiempo, lo había librado de cargar con las otras dos muertes, así que dejarlo marcharse parecía lo más lógico. Ya descubriría la policía lo que había pasado. En todo caso, en los planes de Huxley no estaban incluidos sus socios.

Cal entró en la tienda y cogió un juego de llaves del bolsillo del segundo cadáver. Miró la llave y vio que era de un Dodge así que, sin dudarlo, salió de la tienda y se subió al potente Dodge Ram. Estaría en la cabaña de Creed en quince minutos.

Neenah se pasó el día en el hospital junto a Creed mientras le hacían una radiografía de la pierna y evaluaban el trabajo manual de Cal. Cuando el doctor le preguntó quién le había suturado, Creed se limitó a decir que un antiguo amigo que había recibido clases de medicina en los marines. Bastó, porque el médico enseguida asumió que debió de ser otro médico y se quedó tranquilo.

Resulta que tenía una mínima fractura, como si Cal no se lo hubiera dicho ya, y le colocaron un vendaje blando en lugar de uno duro. Tenía que llevarlo durante dos semanas, hasta que volviera al hospital a que le hicieran más radiografías, pero el doctor creía que para entonces la fractura estaría curada. En resumen, todo buenas noticias. Le dieron un par de muletas; el médico le recomendó que las utilizara y que descansara la pierna lo máximo posible y le dijo que, si hacía lo que debía hacer, dentro de dos semanas volvería a caminar utilizando las dos piernas.