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Volvieron a la cama y se dejaron caer sobre el colchón. Simón la sujetó con el peso de su cuerpo y se aprovechó de su posición dominante para morderle el lóbulo de la oreja.

– ¿Cuánto hace que tienes este problema de sonambulismo? -preguntó él.

– Demasiado tiempo, Simón.

– Es el sentimiento más vulnerable del mundo.

– Sí.

– A un nivel subconsciente, sientes que buscas algo que es crucial para ti. Tienes miedo de no encontrarlo nunca.

– Sí.

– Yo lo he encontrado en ti, Bree. Tú eres lo que yo estaba buscando. Te quiero, cariño y no hay forma, ¿me entiendes?, de que te deje marchar.

– Simón, estás confundido. Eres tú el que no puede marcharse. Tu primer error garrafal fue dejar entrar a una viajera que se había perdido en la tormenta. El segundo fue amarla de una manera que ella no creía posible. Cuando un hombre comete esa serie de errores ha de pagar un precio.

Simón sonrió. Bree maldijo para sus adentros su sonrisa maliciosa. Le besó con una plenitud metódica porque Simón era un hombre de orden. Introdujo la mano entre sus cuerpos para alcanzar su cremallera. Le quitó los pantalones lentamente.

– Bree…

Ella le oyó. Quería que fuera a él. No tenía que seducirle porque ya estaba seducido. Pero la seducción no era lo que ella tenía en mente. Quería amarle. Simón le había enseñado un universo de confianza. Bree estaba decidida a hacerle el mismo regalo. El control y la disciplina eran rasgos básicos de su carácter. Cuando los perdiera, ella estaría allí. Para él, con él.

Nadie más iba a vagar dormido por la casa a oscuras. Quería asegurarse de que Simón lo entendiera. No era una tarea fácil sabotear su control, hundir su autodisciplina. Costaba una enorme cantidad de amor y paciencia. Bree tenía que intuir dónde deseaba que le tocara, dónde necesitaba que le besara.

Bree recurrió a su lengua, a sus manos, a todo su cuerpo para conseguir que se relajara. Una parte de él lo consiguió. Otra se hizo cada vez más tensa a medida que ella concentraba sus esfuerzos allí. Exploró, acarició, aprendió lo que le gustaba con los dedos y después con la lengua.

Prosiguió con sus esfuerzos hasta que Simón juró en francés. Sólo el cielo sabía dónde podía haber aprendido aquel torrente de palabras picantes y su gruesa gramática, pero de repente, Bree sintió que la izaba para depositarla sobre el colchón.

– Tendremos que trabajar más nuestro idioma.

– Más tarde.

– Quiero que te sientas amado -dijo ella con ferocidad.

– Es algo que ya has hecho peligrosamente bien. Pero ahora, vamos a concentrarnos en ti, amor mío.

Simón hizo que lo rodeara con las piernas. Bree dio la bienvenida a su lenta invasión. Pensó que lo conocía como amante, pero se equivocaba. El ritmo era familiar pero había algo más, profundo, oscuro, dulce y mágico. La amó hasta que una oleada de fuego la consumió y la única idea que quedó en su cabeza fue hasta que una oleada de fuego la consumió y la única idea que quedó en su cabeza fue la de amar y ser amada por él.

Subió tan alto que se creyó perdida, pero él la encontró. La llevó a un lugar de arco iris y maravillas donde una mujer era incomparablemente libre, un lugar donde el fuego era un susurro del alma. El lugar era el corazón de Simón.

Bree había llegado a casa.

Con el tiempo. Simón encontró la energía suficiente como para apagar la luz. Tiró de las mantas hasta que los dos quedaron tapados. Bree se quedó inmóvil, sólo sus ojos ardientes indicaban que estaba despierta.

– ¿Sabes que esta va a ser la primera noche que duerma tranquila desde que llegué a esta casa?

– ¿No será el aire de las Tierras Malas?

– Creo que el problema estriba en haberme enamorado de un sonámbulo. Me parece que tu problema tiene una solución relativamente sencilla. Hace falta una mujer que te mantenga tan ocupado por las noches que no te quede energía para ir andando por ahí.

– ¿Hay alguna que se presente voluntaria?

– Yo no. Estoy demasiado cansada.

– Bueno, ya buscaré a otra.

– Inténtalo. Te cogeré antes de que llegues a la puerta. Eres mío, «cher». Y no intentes librarte del compromiso porque tengamos unos temperamentos un tanto diferentes.

– ¿Un tanto nada más?

Bree se incorporó para besarle en la garganta. La manta volvió a resbalar sobre sus hombros.

– Eso es lo que yo pensaba hasta que me di cuenta de lo parecidos que somos. Los dos nos preocupamos por la gente. Los dos hemos estado perdidos. Tenemos las mismas heridas, Simón. Y también la misma necesidad de encontrar a alguien en quien poder confiar completamente, amar absolutamente. Sentirnos lo bastante seguros como para crecer y aprender con toda nuestra capacidad.

– Te ha costado mucho decidirte, Reynaud.

– Pensé que ibas a darme una patada en el trasero.

– Pues no eres muy lista.

– Te he encontrado. ¿No te parece suficiente?

– De acuerdo, eres razonablemente lista.

– Más que tú, Courtland. Tuve el sentido común de amarte primero.

Simón abandonó sus esfuerzos por mantenerla tapada. Se dio cuenta de que sólo podía hacer una cosa con ella cuando se hallaba en ese estado. Bree no pareció sorprendida cuando él la puso sobre su cuerpo.

– Creía que querías hablar de bodas, de niños, de planes…

– Claro que sí -le aseguró él.

¡Dios! Aquellos ojos tan llenos de amor. Nunca había imaginado que tanto amor pudiera ser suyo.

– Pero más tarde.

Jennifer Greene

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