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– Impresionante -dijo Lynley-. En eso no podría igualarle.

– Ustedes los jovencitos no podrían igualarme en nada. -Wilkie guardó el pañuelo en su sitio-. Hablamos aquí en la casa del Señor o no hablamos. Además, tengo que quitar el polvo a los bancos. Espere aquí. Tengo el material.

Wilkie, pensó Lynley, no estaba chalado en absoluto. Seguramente podría darle mil vueltas al sargento Ferrell de Newquay. Y haciendo el pino, además.

Cuando el hombre regresó, llevaba un cesto del que sacó una escobilla, varios trapos y una lata de cera para muebles, que abrió haciendo palanca con una llave y untó un trapo en ella con brusquedad.

– No entiendo qué ha pasado con la asistencia a misa -reveló.

Le entregó a Lynley la escobilla y le dio instrucciones detalladas sobre cómo debía usarla en los bancos y debajo de ellos. Él seguiría a Lynley con el trapo, así que le dijo que no se dejase ningún rincón. No había trapos suficientes si los que había en el cesto se ensuciaban. ¿Lo entendía? Lynley lo entendía, lo que al parecer dio licencia a Wilkie para retomar su pensamiento anterior.

– En mi época, la iglesia estaba llena a rebosar. Dos, quizá tres veces el domingo y luego durante el oficio de los miércoles por la tarde. Ahora, entre una Navidad y la siguiente, no se ve ni a veinte feligreses habituales. Aparecen algunos extras en Pascua, pero sólo si hace buen tiempo. Yo lo achaco a los Beatles esos. Recuerdo ese que dijo un día que era Jesucristo. Tendrían que haberle dado una buena lección, en mi opinión.

– Pero eso fue hace mucho tiempo, ¿no? -murmuró Lynley.

– La iglesia no volvió a ser lo mismo después de que hablara ese infiel. Nunca. Todos esos capullos con el pelo largo hasta la rabadilla cantando sobre satisfacer sus placeres y destrozando sus instrumentos. Esas cosas cuestan dinero, pero ¿acaso les importa? No. Es todo una infamia. No me extraña que la gente dejara de venir a mostrar su debido respeto al Señor.

Lynley empezaba a replantearse el tema de la chaladura. También necesitaba que Havers estuviera con él para decirle cuatro cosas al hombre sobre su versión de la historia del rock and roll. Él también había madurado tarde en casi todo y el rock and roll era una de las muchas áreas de la cultura pop del pasado sobre las que no podía hablar, elocuentemente o no. Así que no lo intentó. Esperó a que Wilkie se cansara del tema y, mientras tanto, se volvió tan diligente como pudo con la escobilla en los rincones de los bancos y pese a la iluminación inadecuada de la iglesia.

Entonces, como había esperado, Wilkie terminó con una valoración con la que Lynley no discrepaba:

– El mundo se va al infierno a una velocidad endemoniada, en mi opinión.

Unos minutos después, mientras trabajaban en otra fila de bancos, el viejo habló de repente:

– Los padres querían que ese chaval pagara por la muerte, Benesek Kerne. Se les puso entre ceja y ceja y no quisieron dejarlo.

– ¿Se refiere a los padres del chico muerto?

– El padre en especial se volvió loco cuando murió el chaval. Era la niña de sus ojos, ese Jamie, y Jon Parsons, que así se llamaba, nunca me lo ocultó. Un hombre tiene que tener un hijo preferido, me dijo, y los demás tienen que emularle para ganarse el favor del padre.

– Entonces, ¿tenían más hijos?

– Cuatro en total. Tres chicas más pequeñas (una era prácticamente un bebé) y el chico que murió. Los padres esperaron a la resolución de la investigación y cuando se determinó que había sido una muerte accidental, el padre vino a hablar conmigo unas semanas después. Estaba ido, el pobre. Me dijo que sabía seguro que el chico de los Kerne era el responsable. Le pregunté por qué había esperado a contarme aquello (yo no creía lo que me contaba, pensé que eran los desvaríos de un hombre desquiciado por el dolor) y me dijo que alguien se había chivado después de la investigación. Había estado indagando él mismo, me dijo. Había contratado a un detective. Y lo que consiguieron fue un chivatazo.

– ¿Cree que le decía la verdad?

– ¿Acaso no es ésa la pregunta? ¿Quién diablos lo sabe?

– Esa persona, el chivato, ¿nunca habló con usted?

– Sólo con Parsons. Es lo que afirmaba él. Y tanto usted como yo sabemos que no significa nada porque lo que ese hombre más deseaba en el mundo era que detuviéramos a alguien. Necesitaba culpar a alguien. Y la mujer también. Los dos necesitaban un culpable porque creían que acusar, detener, juzgar y encarcelar a alguien haría que se sintieran mejor, algo que no es cierto, naturalmente. Pero el padre no quería escuchar. ¿Qué padre querría? Llevar a cabo su propia investigación es lo único que le impedía hundirse en la miseria. Así que estuve dispuesto a colaborar con él, ayudarle a superar el desastre en que se había convertido su vida. Y le pedí que me dijera quién era el chivato. No podía detener a nadie basándome en chismes que ni siquiera tenía de primera mano.

– Naturalmente -señaló Lynley.

– Pero no quiso decírmelo, así que, ¿qué más podía hacer que no hubiera hecho ya? Habíamos investigado la muerte del chaval del derecho y del revés y, créame, no quedaba más por examinar. El chaval de los Kerne no tenía coartada, aparte de «me fui caminando a casa para despejarme», pero por eso no se cuelga a nadie, ¿verdad? Aun así, yo quería ayudarle. Llevamos al chico Kerne a la comisaría una vez más, cuatro veces más, dieciocho veces más… Quién coño se acuerda. Husmeamos en todos los aspectos de su vida y también en la vida de todos sus amigos. A Benesek no le caía bien el chico de los Parsons, eso lo descubrimos enseguida, pero resultó que el chaval no caía bien a nadie.

– ¿Tenían coartada? ¿Sus amigos?

– Todos me contaron la misma historia. Estaban en casa y en la cama. Esas historias no se alteraron y nadie rompió filas. No pude sacarles nada, ni siquiera pegándome a ellos como una lapa. O habían hecho un pacto o decían la verdad. Según mi experiencia, cuando un grupo de chavales hace algo malo, al final alguien acaba desmoronándose si sigues insistiendo. Pero eso nunca pasó.

– ¿Así que llegó a la conclusión de que decían la verdad?

– No podía haber otra.

– ¿Qué le contaron sobre su relación con el chico muerto? ¿Cuál era su historia con él?

– Sencilla. Kerne y Parsons tuvieron unas palabras esa noche, una pequeña pelea por algo que pasó durante la fiesta. Kerne se marchó y sus amigos también. Y, según lo que contaron todos, ninguno volvió más tarde para acabar con el chico de los Parsons. Debió de bajar solo a la playa, dijeron. Fin de la historia.

– Tengo entendido que murió en una cueva.

– Entró de noche, la marea subió, quedó atrapado y no pudo salir. Las pruebas toxicológicas demostraron que había bebido hasta perder el conocimiento y encima había tomado drogas. Lo que pensamos al principio era que se había encontrado con una chica en la cueva para echar un polvo y que se había desmayado antes o después.

– ¿Lo que pensaron al principio?

– Verá, el cadáver quedó muy destrozado, después de estar seis horas rebotando contra la cueva mientras la marea entraba y salía, pero el forense encontró marcas que no concordaban con eso y resultaban estar alrededor de las muñecas y los tobillos.

– Entonces lo ataron. Pero ¿no había más pruebas?