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– ¿Debo suponer que Madlyn también lo sabía?

– Estaba conmigo -dijo Jago-. Los dos fuimos a Alsperyl y caminamos hasta la cabaña de Hedra. Había algo dentro de lo que quería deshacerse. Era lo último que la ataba a Santo Kerne.

«Aparte del propio Santo», pensó Bea.

– ¿Y qué era? -preguntó.

Con delicadeza, Jago dejó el papel de lija encima de la tabla.

– Miren, estaba loca por Santo. Su primera vez (perdona, Lew, a ningún padre le gusta oír eso) fue con él. Cuando las cosas terminaron entre ellos, Madlyn se quedó muy mal. Y luego perdió al bebé. Le estaba costando superarlo todo, a quién no. Así que le dije que se deshiciera de todo lo relacionado con Santo, de principio a fin. Lo hizo, pero quedaba esta última cosita, así que por eso fuimos allí. Habían grabado sus iniciales en la cabaña, cosas de chavales, con un corazón y todo eso, ¿se lo puede creer? Fuimos para destruir eso. No la cabaña, claro. Lleva allí… Dios mío, ¿cuánto? ¿Cien años? No queríamos destrozar la cabaña. Sólo las iniciales. Dejamos el corazón como estaba.

– ¿Por qué no terminar todo esto de una manera lógica? -le preguntó Bea.

– ¿Y cuál sería?

– La obvia, señor Reeth -intervino Havers-. ¿Por qué no cargarse también a Santo Kerne?

– Espere un minuto, joder… -dijo Lew Angarrack acaloradamente.

– ¿Es una chica celosa? -le interrumpió Bea-. ¿Suele ser vengativa cuando le hacen daño? Puede responder cualquiera de los dos, por cierto.

– Si intenta decir…

– Intento llegar a la verdad, señor Angarrack. ¿Madlyn le dijo, o a usted, señor Reeth, que Santo estaba viéndose con alguien en mitad de todo esto? Y digo viéndose a modo de eufemismo, por cierto. Estaba tirándose a una mujer de por aquí mayor que él al mismo tiempo que se tiraba y dejaba embarazada a su hija. Nos lo dijo ella misma, que se tiraba a otra, al menos. Tuvo que hacerlo, porque ya la hemos pillado en más de una mentira y me temo que se vio acorralada. Al final, siguió al chico y allí estaban, en casa de la mujer, el semental lleno de energía follándose entusiasmado a la vaca vieja. ¿Lo sabía? ¿Y usted, señor Reeth?

– No. No -contestó Lew Angarrack. Se pasó la mano por el pelo canoso y provocó una caída de polvo de poliestireno-. He estado ocupado con mis propios asuntos… Sabía que ella y el chico habían roto y pensaba que con el tiempo… Madlyn siempre ha sido una niña nerviosa. Siempre he pensado que era por su madre y por el hecho de que nos dejara que no lleva bien que la dejen. Bueno, a mí me parecía bastante natural y al final siempre lo superaba cuando algo moría entre ella y otra persona. Creía que también superaría esto, incluso la pérdida del bebé. Así que cuando la vi… alterada como estaba, hice lo que pude, o lo que creí que podía hacer, para ayudarla a sobreponerse.

– ¿Y qué hizo?

– Despedí al chico y la animé para que volviera a surfear, para que volviera a ponerse en forma y volviera al circuito. Le dije que a todos nos destrozan el corazón una vez en la vida, pero que uno se recupera.

– ¿Como le pasó a usted? -preguntó Havers.

– Pues sí, en realidad.

– ¿Y qué sabía de esta otra mujer? -le preguntó Bea.

– Nada. Madlyn no me dijo nunca… No sabía nada.

– ¿Y usted, señor Reeth?

Jago cogió el papel de lija y lo examinó. Asintió despacio.

– Me lo contó. Quería que hablara con el chico, supongo que para que le hiciera entrar en razón. Pero le dije que no serviría de mucho. ¿A esa edad? Un chico no piensa con la cabeza, ¿acaso no lo veía? Le dije que había muchos peces en el mar, como se suele decir, y que lo que había que hacer era deshacerse de ese desgraciado y seguir adelante con nuestras vidas. Es la única manera.

No pareció percatarse de lo que acababa de decir. Bea lo miró detenidamente. Adivinaba que Havers estaba haciendo lo mismo.

– «Irregular» es la palabra que han utilizado para describirnos lo que Santo hacía a escondidas mientras salía con Madlyn y fue el propio Santo quien la usó. Le aconsejaron que fuera sincero al respecto, pero al parecer no lo fue con Madlyn. ¿Fue sincero con usted, señor Reeth? Parece que sintoniza bien con la gente joven.

– Sólo sé lo que sabía Madlyn -dijo Jago Reeth-. ¿Irregular, dice? ¿Fue la palabra que usó?

– Irregular, sí. Lo bastante irregular como para que pidiera consejo.

– Tirarse a una mujer mayor que él ya podría ser bastante irregular -observó Lew.

– Pero ¿lo suficiente como para pedir consejo al respecto? -preguntó Bea, más a sí misma que a ellos.

– Supongo que depende de quién fuera la mujer, ¿eh? -dijo Jago-. Al final siempre se reduce a eso.

Capítulo 21

A pesar de la advertencia de Jago, Cadan no pudo controlarse. Era una completa locura y lo sabía muy bien, pero se recreó en ella de todos modos: el suave tacto de sus muslos rodeándole con fuerza; el sonido de sus gemidos y luego el «sí» extasiado e intenso de su respuesta y con el telón de fondo de las olas rompiendo en la orilla cercana; la mezcla de aromas del mar, de sus fragancias femeninas y de la madera putrefacta de la minúscula caseta de la playa. Su sal eterna allí donde lamía mientras ella gritaba «sí, sí» y le metía los dedos en el pelo; la luz tenue de las grietas alrededor de la puerta proyectando un resplandor casi etéreo en su piel, que era resbaladiza pero ágil y firme y, Dios mío, tan hambrienta y tan dispuesta…

Podría haber sido así, pensó Cadan, y a pesar de que se estaba haciendo tarde no se encontraba tan lejos de colocar a Pooh en el salón, sacar la bicicleta del garaje y pedalear frenéticamente hasta Adventures Unlimited para aceptar la oferta de Dellen Kerne para verse en las casetas de la playa. Había visto suficientes películas en el cine para saber que el tema mujer adulta-chico joven nunca era perfecto -menos aún estable-, lo cual era una ventaja para él. La idea en sí de hacérselo con Dellen Kerne estaba tan bien en la mente de Cadan que había traspasado la frontera de lo correcto y había entrado en un terreno absolutamente distinto: el de lo sublime, lo místico, lo metafísico. El único problema era, por desgracia, la propia Dellen.

Estaba chiflada, de eso no cabía la menor duda. Pese al deseo de apretar sus labios en varias partes del cuerpo de la mujer, Cadan reconocía a una achotada cuando la veía, suponiendo que «achotada» fuera realmente una palabra, algo que dudaba seriamente. Pero si no era una palabra, tenía que serlo, y ella estaba cien por cien achotada. Era una achotada que andaba, hablaba, respiraba, comía y dormía. Cadan Angarrack, aparte de un chaval que iba lo bastante caliente como para follarse a un rebaño de ovejas, era lo suficientemente inteligente como para rehuir a una achotada.

No había ido a trabajar, pero no se había visto capaz de enfrentarse a ninguna pregunta de su padre sobre por qué andaba por casa. Así que para impedir que Lew se adentrara en ese terreno, Cadan se levantó como siempre, se vistió como siempre -incluso se puso los vaqueros salpicados de pintura, lo que consideró un detalle muy bonito- y se sentó como siempre a desayunar a la mesa, donde Madlyn comía medio pomelo espléndido y Lew volcaba una buena fritanga de la sartén en su plato.