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Al ver a Cadan, Lew señaló la comida de un modo sorprendentemente afable. Cadan lo interpretó como una ofrenda de paz y un reconocimiento a sus esfuerzos por rehabilitarse a través de un empleo remunerado, así que aceptó el desayuno con un «fantástico, papá, gracias», empezó a comer y le preguntó a su hermana cómo lo llevaba.

Madlyn le lanzó una mirada torva que recomendaba un cambio de conversación, así que Cadan examinó a su padre un momento y se percató de que Lew desprendía una tranquilidad de movimientos que en el pasado había significado una liberación sexual reciente. Decidió que era improbable que su padre se hubiera hecho una paja mientras se duchaba aquella mañana.

– ¿Has vuelto con Ione, papá? -le preguntó en un tono de hombre a hombre cuyas implicaciones no podían malinterpretarse.

Y Lew no lo malinterpretó, sin duda. Cadan lo vio. Porque la piel morena de su padre se oscureció un poquito antes de que regresara a los fogones para preparar una segunda fritanga. Y lo hizo en silencio.

Un hurra por las conversaciones cordiales en familia. Pero no se preocupó. Como no iba a producirse ningún sonido más entre ellos más allá de los propios de masticar y tragar, el tema del trabajo de Cadan no surgió. Por otro lado, el chico se moría por preguntar qué problema suponía intercambiar unas palabras subidas de tono sobre el hecho de que Lew hubiera conseguido aplacar el resentimiento de Ione el tiempo suficiente como para sujetarla valientemente a la cama. De acuerdo, Madlyn estaba presente y tal vez hubiera que mostrar cierta deferencia con su feminidad -por no mencionar con todo lo malo que le había pasado últimamente- y no sacar los aspectos más ordinarios de las relaciones entre hombres y mujeres. Por otro lado, un guiño entre varones no habría estado de más y, en otros tiempos mejores, a Lew no le había importado permitir que su hijo supiera algunos detallitos de sus conquistas triunfales.

Así que Cadan se preguntó qué estaba pasando.

¿Estaba Lew con otra mujer? Era propio de él, sin duda. Por la vida del pequeño clan de los Angarrack habían pasado varias mujeres, que por lo general acababan llorando, despotricando o intentando ser razonables con una conversación en la mesa de la cocina o en la puerta de casa o en el jardín o donde fuera, porque Lew Angarrack no quería comprometerse con ellas. Pero cuando otra mujer hacía su aparición en escena, normalmente Lew la traía a casa para que conociera a los niños antes de acostarse con ella porque así se llevaba la impresión de que realmente existía una posibilidad entre ellos… un futuro. Por lo tanto, ¿qué significaba que Lew estuviera en la cocina tan feliz y como si hubiera dado un buen repaso a una mujer cuando no había traído a nadie de visita? Los chicos eran mayores, cierto, pero en aquella casa había cosas grabadas a fuego y desde siempre una de ellas había sido el comportamiento de Lew.

Esto provocó que pensara en Dellen Kerne. No era que la hubiera apartado de su mente en ningún momento, pero le pareció que el secretismo de Lew significaba que había motivos para el mismo y que hubiera motivos implicaba algo ilícito, lo cual sin duda conducía al adulterio. Una mujer casada. Dios santo, concluyó. Su padre se había tirado a Dellen primero. No sabía cómo, pero imaginaba que había ocurrido. Sintió una punzada de auténticos celos.

Tuvo mucho tiempo durante el día para meditar acerca de lo que aún podría sacar de un encuentro con Dellen. Tenía la sensación de que la mujer no consideraría un problema echar un polvo con el padre y con el hijo, pero la verdad era que no quería empeorar todavía más las cosas con su padre, así que acabó intentando concentrarse en otros asuntos.

El problema estribaba en que Cadan era una persona de acción, no de reflexión. Meditar le producía ansiedad y la cura tomaba dos direcciones. Una de ellas era actuar y la otra, beber. Sabía cuál de las dos debía elegir, teniendo en cuenta su historial, pero sabía muy bien que quería escoger la otra y, a medida que transcurrían las horas, el deseo aumentó. Cuando el deseo le presionó hasta tal punto que el pensamiento racional se volvió imposible, dio a Pooh un plato de fruta para mantenerle ocupado -entre otros comestibles, el loro sentía especial debilidad por las naranjas españolas- y cogió su bicicleta. Binner Down House era su destino.

El propósito de Cadan era buscar a alguien con quien tomar unas copas. Beber solo más de una vez a la semana sugería que podía tenerse un problemilla con las sustancias de la variedad líquida que alteraban el humor y no quería ser etiquetado como nada más que un bon vivant. Así que decidió que Will Mendick sería un buen compañero para unos tragos.

Como Will no había hecho progresos con Madlyn, era lógico pensar que querría agarrarse un pedo. Cuando estuvieran como una cuba, podían dormir la mona en Binner Down House sin que nadie se enterara. Parecía una idea estupenda.

Will vivía en Binner Down House con nueve surfistas, chicos y chicas. Él era la excepción. No cogía olas porque no le gustaban los tiburones y tampoco le tenía mucho cariño a los peces araña. Cadan lo encontró en el lado sur de la finca, que era un lugar antiguo con las condiciones típicas de una propiedad cercana al mar y de la que nadie se ocupa como es debido. Así que el terreno que la rodeaba estaba lleno de aulagas, helechos y algas marinas. Un ciprés retorcido que se alzaba en lo que se suponía que era un jardín necesitaba una buena poda y las malas hierbas habían invadido un césped que había librado desde hacía tiempo una dura batalla contra ellas. El propio edificio necesitaba imperiosamente una reforma, sobre todo en las tejas y los marcos de madera de puertas y ventanas. Pero sus inquilinos tenían preocupaciones más importantes que el mantenimiento de la propiedad y una evidencia de ello era el cobertizo destrozado donde guardaban sus tablas de surf en fila como puntos de libros de colores. Igual que sus trajes de neopreno, que por lo general colgaban a secar en las ramas más bajas del ciprés.

El lado sur de la casa daba a Binner Down, de cuyos alrededores llegaban los mugidos de las vacas. En la pared del edificio habían construido una especie de invernadero triangular. Su tejado de cristal bajaba hacia la casa, con un lado que también era de cristal y el otro que abarcaba el granito del viejo edificio, pero que estaba pintado de blanco para reflejar el sol. Era una viña, según había sabido Cadan, por lo que su propósito era cultivar vides.

Cadan encontró a Will dentro. Estaba agachado para adaptarse al cristal inclinado del techo, trabajando en la base de una parra joven. Cuando Cadan entró, Will se irguió.

– Joder, tío, ya era hora -dijo antes de ver quien cruzaba la puerta-. Lo siento. Creía que eras uno de ellos.

Cadan sabía que se refería a uno de sus compañeros de casa surfistas.

– ¿Siguen sin ayudarte con esto?

– Qué va, joder. Para eso tendrían que levantar el culo.

Will había estado utilizando una horca para remover la tierra -una opción que Cadan no consideró la mejor, teniendo en cuenta el tamaño de las plantas, pero no dijo nada- y Will tiró la herramienta a un lado. Cogió una taza de algo que había encima de la repisa y se bebió el resto del contenido. En el invernadero hacía calor, como debía ser a pesar de la hora, y estaba sudando, por lo que tenía el pelo ralo pegado al cráneo. Cuando cumpliera los treinta ya estaría calvo, decidió Cadan, que dio gracias por sus rizos abundantes.

– Te debo una -le dijo Cadan a Will a modo de introducción-. He venido a decírtelo.

Will parecía confuso. Cogió la horca y se puso a cavar de nuevo.

– ¿Qué es lo que me debes, exactamente?

– Una disculpa. Por lo que te dije.

Will volvió a erguirse y se pasó el brazo por la frente. Llevaba una camisa de franela, con algunos botones desabrochados, y debajo, su camiseta negra habitual.

– ¿Qué me dijiste?

– Eso sobre Madlyn. El otro día, ya sabes. Cuando pasaste por casa. -Cadan pensaba que cuanto menos dijeran sobre Madlyn mejor, pero quería cerciorarse de que Will sabía de qué estaba hablando-. Tío, ¿qué coño sé yo sobre quién tiene una oportunidad con mi hermana y quién no?