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Era obvio que Darren Fields era el líder. Era el más corpulento y, como director de la escuela primaria, seguramente poseía el nivel de educación más alto. Encabezaba la fila por el sendero y fue el primero en saludar a Lynley con la cabeza y en reconocer la elección del lugar para la reunión con las palabras:

– Me lo imaginaba. Bueno, ya dijimos todo lo que había que decir sobre ese tema hace años. Así que si cree…

– Estoy aquí por Santo Kerne, como les he dicho -comentó Lynley-. También por Ben Kerne. Si mis intenciones fueran otras, no habría sido tan transparente con ustedes.

Los otros dos hombres miraron a Fields, que valoró las palabras de Lynley. Al final sacudió la cabeza en lo que debía interpretarse como un gesto de asentimiento y se dirigieron todos a la mesa y su banco. Frankie Kliskey parecía ser el más nervioso. Era un hombre excepcionalmente bajito y se mordía un lado del dedo índice -un lugar sucio de aceite de motor y en carne viva por el mordisqueo constante- y sus ojos saltaban de un hombre a otro. Por su parte, Chris Outer parecía dispuesto a esperar que las cosas se desarrollaran como quisieran. Encendió un cigarrillo protegiendo la llama con la mano y se recostó en el banco con el cuello de su chaqueta de piel subido, los ojos entrecerrados y una expresión que recordaba a James Dean en una escena de Rebelde sin causa. Sólo le fallaba el pelo: era calvo como una bola de billar.

– Espero que entiendan que esto no es una trampa de ningún tipo -dijo Lynley a modo de preámbulo-. David Wilkie, ¿les suena el nombre?, sí, ya veo que sí, cree que lo que le sucedió a Jamie Parsons hace años seguramente fue un accidente. Wilkie no piensa ahora, ni lo pensó nunca, al parecer, que ustedes planearan su muerte. En la sangre del chico había rastros de alcohol y cocaína. Wilkie cree que no comprendieron el estado en el que estaba y que pensaron que saldría por su propio pie cuando acabaron con él.

Los hombres no dijeron nada. Sin embargo, los ojos de Darren Fields se habían vuelto impenetrables, lo que sugirió a Lynley que estaba resuelto a ceñirse a lo que habían dicho en el pasado sobre Jamie Parsons. Tenía muchísimo sentido, desde la perspectiva de Darren. Lo que habían dicho en el pasado les había mantenido fuera del sistema judicial durante casi tres décadas. ¿Por qué cambiarlo ahora?

– Lo que yo sé es lo siguiente… -empezó Lynley.

– Espere un momento, colega -le espetó Darren Fields-. Hace menos de un minuto nos ha dicho que había venido por otro tema.

– El hijo de Ben -apuntó Chris Outer. Frankie Kliskey no dijo nada, pero su mirada seguía alternando entre ellos.

– Sí. He venido por eso -reconoció Lynley-. Pero las dos muertes tienen un hombre en común, Ben Kerne, y hay que investigarlo. Así funcionan las cosas.

– No hay nada más que decir.

– Yo creo que sí. Yo creo que siempre hay algo más. Y también el inspector Wilkie, en realidad, pero la diferencia entre nosotros es, como ya he dicho, que Wilkie cree que lo que sucedió no fue intencionado, mientras que yo estoy lejos de estar seguro de eso. Podrían convencerme, pero para eso necesito que uno de ustedes o todos me hablen de esa noche y de la cueva.

Ninguno de los tres hombres respondió, aunque Outer y Fields intercambiaron una mirada. Sin embargo, no podía llevarse una mirada al banquillo de los acusados, por no mencionar a la inspectora Hannaford, así que Lynley insistió.

– Lo que yo sé es lo siguiente: hubo una fiesta. En ella se produjo un altercado entre Jamie Parsons y Ben Kerne. Jamie necesitaba que alguien le diera una lección por varias razones, la mayoría de las cuales tenían que ver con quién era y cómo trataba a la gente y, al parecer, su manera de comportarse con Ben Kerne aquella noche fue la gota que colmó el vaso, así que recibió su lección en una de las cuevas. Creo que el objetivo era humillarlo: de ahí que no llevara ropa, que tuviera marcas de ataduras en muñecas y tobillos y heces en las orejas. Yo diría que seguramente también se mearon encima de él, pero que la marea borró la orina, mientras que las heces no. Mi pregunta es: ¿cómo consiguieron que bajara a la cueva? He estado pensando y me parece que ustedes debían de tener algo que él quería. Si ya estaba borracho y quizá drogado, no podía ser la promesa de un colocón. Eso nos deja algún tipo de producto ilegal que no quería que el resto de la fiesta, tal vez sus hermanas, que podrían chivarse a sus padres, viera. Pero no querer que los demás le vieran con algo que quizás ellos también quisieran no parecía propio de Jamie, por lo que me han dicho de él. Tener lo que los otros necesitaban, querían, admiraban, respetaban, lo que fuera… parece que era así como funcionaba. Presumía de esas cosas. Presumía y punto. Se creía mejor que los demás. Conque no me lo imagino accediendo a quedar en una cueva para apropiarse de algo ilegal. Debieron de prometerle algo más privado. Lo que, al parecer, nos conduce al sexo.

Los ojos azules de Frankie respondieron, sus pupilas se hicieron más grandes. Lynley se preguntó cómo se las había arreglado para guardar silencio cuando Wilkie le interrogó sin sus amigos delante. Pero tal vez fuera por eso: sin sus amigos no habría sabido qué decir, así que no dijo nada. En su presencia, podía esperar a que ellos hablaran primero.

– Los jóvenes hacen casi cualquier cosa si el sexo forma parte del plan -dijo Lynley-. Imagino que Jamie Parsons no era distinto al resto de ustedes a ese respecto. Así que la pregunta es: ¿era homosexual y uno de ustedes le hizo una promesa que iba a mantenerse cuando bajara a la cueva?

Silencio. Aquello se les daba muy bien, pero Lynley estaba bastante seguro de que él era mejor.

– Pero tuvo que ser más que una simple promesa -continuó-. No era probable que Jamie respondiera a la mera sugerencia de un polvo. Creo que debió de haber algún tipo de movimiento, un desencadenante, una señal que le indicara que era seguro seguir adelante. ¿Qué sería? Una mirada de complicidad, una palabra, un gesto, una mano en el trasero, la prueba de una erección en un rincón íntimo. El tipo de lenguaje que hablan…

– Aquí nadie es marica. -Fue Darren quien habló. Era lógico, se percató Lynley, ya que era maestro de niños pequeños y era quien más tenía que perder-. Y tampoco ninguno de los otros.

– Del resto de su grupo -aclaró Lynley.

– Es lo que le estoy diciendo.

– Pero fue por sexo, ¿verdad? -dijo Lynley-. Ahí llevo razón. Jamie pensó que quedaba con alguien para tener sexo. ¿Con quién?

Silencio. Y al finaclass="underline"

– El pasado está muerto. -Esta vez habló Chris Outer y su expresión parecía tan dura como la de Darren Fields.

– El pasado pasado está -replicó Lynley-. Santo Kerne está muerto. Jamie Parsons está muerto. Sus muertes pueden estar relacionadas o no, pero…

– No lo están -dijo Fields.

– … pero hasta que no tenga claro lo contrario, tendré que suponer que hay una conexión entre ellas. Y no quiero que la conexión sea que las dos investigaciones terminen iguaclass="underline" con un veredicto abierto. Santo Kerne fue asesinado.

– Jamie Parsons no.

– De acuerdo, lo aceptaré. El inspector Wilkie también lo cree. No van a procesarles más de un cuarto de siglo después por haber sido tan estúpidos como para dejar al chico en esa cueva. Lo único que quiero saber es qué ocurrió aquella noche.

– Fue Jack. Jack. -La admisión estalló en los labios de Frankie Kliskey, como si hubiera estado esperando casi treinta años para pronunciarla. Dijo a los demás-: Jack está muerto, ¿qué importa ya? No quiero cargar con esto. Estoy harto de cargar con esto, Darren.

– Maldita sea…

– Me mordí la lengua entonces y mírame. Mira. -Extendió las manos: le temblaban como si tuviera espasmos-. Aparece un poli y me vuelve todo y no quiero pasar por eso otra vez.

Darry se separó de la mesa con un gesto de indignación y de desdén que podía interpretarse como: «Haz lo que quieras».