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Se produjo un silencio tenso entre los hombres. En él, las gaviotas chillaron y abajo el motor de una barca aceleró en la cala.

– Se llamaba Nancy Snow -dijo Chris Outer, despacio-. Era la novia de Jack Dustow y éste era uno de nuestro grupo.

– El que murió de un linfoma -dijo Lynley-. ¿Ese Jack?

– Ese Jack. Convenció a Nan… para hacer lo que se hizo. Podríamos haber utilizado a Dellen (ahora es la mujer de Ben, Dellen Nankervis se apellidaba entonces) porque siempre estaba lista para la acción…

– ¿Ella estaba allí esa noche? -preguntó Lynley.

– Oh, sí, estaba. Por ella empezó todo. Porque estaba allí.

Resumió los detalles: una relación entre adolescentes que se estropeó, los dos jóvenes mostrándole al otro que estaban con otra persona, la reacción de Jamie cuando vio que su hermana se liaba abiertamente con Ben Kerne, la agresión de Jamie a Ben…

– De todos modos había que darle una lección, como ha dicho usted -terminó Frankie Kliskey-. A ninguno nos caía bien ese tío. Así que Jack le pidió a Nan Snow que le pusiera caliente. El resultado fue que Jamie quiso follar allí mismo en la casa.

– Preferiblemente donde todo el mundo pudiera verlo -añadió Darren Fields.

– Donde Jack pudiera verlo -señaló Chris-. Así era Jamie.

– Pero Nan dijo que no. -Frankie siguió con la historia-. No iba a hacérselo con él donde los demás pudieran verles, sobre todo donde pudiera verles Jack. Le dijo que bajaran a la cueva, así que bajaron. Y ahí estábamos nosotros esperando.

– ¿Ella conocía el plan?

– Jack se lo contó -dijo Chris-. Lo sabía. «Baja a Jamie a la cueva para acostarte con él. No quedes con él allí porque no es estúpido y se lo olerá y no bajará. Llévale tú. Haz como si lo desearas tanto como él. Nosotros nos encargaremos del resto.» Así que bajaron sobre la una y media de la noche. Nosotros estábamos en la cueva y Nan nos lo dejó allí. El resto… Ya puede imaginárselo.

– Tenían una buena ventaja. Ustedes eran seis y él uno.

– No -dijo Darren. Su voz sonó dura-. Ben Kerne no estaba.

– ¿Y dónde estaba?

– Se fue a casa. Estaba idiotizado por Dellen, siempre lo estuvo. Dios mío, si no hubiera sido por ella, no habríamos ido a la maldita fiesta. Pero había que animarle, así que dijimos que iríamos a beber su bebida, comer su comida y escuchar su música. Sólo que ella también estaba allí, esa maldita Dellen con un tío nuevo, de modo que Ben reaccionó ligándose a la chica equivocada y después de eso sólo quería irse a casa. Y eso es lo que hizo. El resto de nosotros hablamos con Nan, ella volvió a la fiesta y… -Darren hizo un gesto en dirección a la cueva, debajo de ellos, incrustada en el acantilado. Lynley siguió con la historia.

– En la cueva le desnudaron y le ataron. Le mancharon con las heces. ¿También se le mearon encima? ¿No? Entonces, ¿qué? ¿Se hicieron una paja? ¿Uno de ustedes? ¿Todos?

– Lloró -dijo Darren-. Era lo que queríamos, era lo único que queríamos. Cuando se echó a llorar todo terminó para nosotros. Le desatamos y le dejamos ahí para que volviera subiendo por el acantilado. El resto ya lo sabe.

Lynley asintió. La historia le puso malo. Una cosa era suponer y otra muy distinta era escuchar la verdad. Había tantos Jamie Parsons en el mundo y tantos chicos como estos hombres que tenía delante… También estaba la gran brecha que los separaba y cómo se salvaba o no esa brecha. Seguramente Jamie Parsons era insoportable. Pero eso no significaba merecer morir.

– Siento curiosidad por algo -dijo Lynley.

Ellos esperaron. Todos lo miraron: Darren Fields, malhumorado; Chris Outer, tan chulo como seguramente era veintiocho años atrás; Frankie Kliskey, esperando un golpe psicológico de algún tipo.

– ¿Cómo se las arreglaron para mantener la misma historia cuando la policía fue tras ustedes al principio? Antes de que fueran a por Ben Kerne, quiero decir.

– Nos marchamos de la fiesta a las once y media. Nos fuimos en el punto álgido. Volvimos a casa. -Fue Darren quien habló y Lynley captó el mensaje. Sólo tres frases, repetidas hasta la saciedad. Tal vez fueran estúpidos, esos cinco chicos implicados, pero no desconocían la ley.

– ¿Qué hicieron con la ropa?

– El campo está lleno de bocaminas y pozos mineros -explicó Chris-. Es típico de esta parte de Cornualles.

– ¿Qué hay de Ben Kerne? ¿Le contaron lo que había pasado?

– Nos marchamos de la fiesta a las once y media. Nos fuimos en el punto álgido. Volvimos a casa.

Entonces, pensó Lynley, Ben Kerne desconocía lo que había ocurrido igual que el resto de la gente, aparte de los cinco chicos y Nancy Snow.

– ¿Qué pasó con Nancy Snow? -preguntó Lynley-. ¿Cómo podían estar seguros de que no hablaría?

– Estaba embarazada de Jack -explicó Darren-. De tres meses. Le interesaba que Jack no se metiera en líos.

– ¿Qué pasó con ella?

– Se casaron. Después de morir él, se mudó a Dublín con otro marido.

– Así que estaban a salvo.

– Siempre lo estuvimos. Nos marchamos de la fiesta a las once y media. Nos fuimos en el punto álgido. Volvimos a casa.

En resumen, no había nada más que decir. Era la misma situación que se había producido después de la muerte de Jamie Parsons casi treinta años atrás.

– ¿No sintieron cierta responsabilidad cuando la policía centró su atención en Ben Kerne? -les preguntó Lynley-. Alguien le delató. ¿Fue uno de ustedes?

Darren se rió con aspereza.

– Me temo que no. La única persona que habría delatado a Ben sería alguien que quisiera causarle problemas.

Capítulo 22

– Cree que mataste a Santo.

Alan no pronunció esta declaración de asombro hasta que estuvieron bien lejos de Adventures Unlimited. Había sacado a Kerra de la habitación de su madre, la había conducido por el pasillo del hotel y bajado por las escaleras. Ella se había resistido y había gruñido:

– ¡Suéltame, Alan! Que me sueltes, joder.

Pero él se mantuvo firme. Era fuerte, ¿quién habría pensado que alguien tan delgado como Alan Cheston podía ser fuerte?

La había sacado de la propiedad del hoteclass="underline" cruzaron la puerta del salón, recorrieron la terraza, subieron las escaleras de piedra y pasaron por la colina en dirección a la playa de St. Mevan. Hacía demasiado frío para estar fuera sin un jersey o una chaqueta, pero no se detuvo a coger algo para protegerse de la brisa marina que arreciaba. De hecho, ni siquiera parecía consciente de que el viento era fresco y pronto sería cortante.

Bajaron a la playa y entonces Kerra abandonó la lucha y se sometió para que la guiara a donde estuviera llevándola. Sin embargo, no abandonó su ira. La desataría contra él cuando llegaran a donde había decidido llevarla.

Resultó ser el Sea Pit, al final de la playa. Subieron sus siete peldaños quebradizos y se quedaron en la terraza de hormigón que lo rodeaba. Miraron abajo al fondo de la piscina salpicado de arena y, por un momento, Kerra se preguntó si pensaba tirarla al agua como algún macho primitivo que tomaba el control de su mujer.

No lo hizo, sino que dijo:

– Cree que mataste a Santo. -Entonces la soltó.

Si hubiera dicho algo más, Kerra habría pasado al ataque verbal o físico. Pero la afirmación requería una respuesta ligeramente racional al menos, porque el tono era de confusión y miedo.

Alan volvió a hablar.

– Nunca había visto nada igual. Tú y tu madre en una pelea. Era el tipo de cosa que se ve… -Pareció que no sabía dónde vería algo así, pero era normaclass="underline" Alan no era de los que frecuentaban lugares donde las mujeres se tiraban de los pelos, se arañaban, gritaban y chillaban las unas a las otras. Tampoco Kerra, en realidad, pero Dellen la había llevado al límite. Y existía una razón para lo que había ocurrido entre ellas. Alan tendría que reconocer eso como mínimo-. No sabía qué hacer. Nunca había tenido que enfrentarme a algo así…