– Seguiré con mis ocupaciones mientras hablamos, si no les importa -dijo-. ¿En qué puedo ayudarles?
– Hemos venido a hablar de Santo Kerne -le informó Bea.
Hizo un gesto con la cabeza a Havers para indicarle que podía comenzar a tomar notas ostentosamente. La sargento obedeció. Observaba a Aldara fijamente y a Bea le gustó que no se sintiera en absoluto intimidada por otra mujer mucho más atractiva, además.
– Santo Kerne -dijo Aldara-. ¿Qué pasa con él?
– Nos gustaría hablar con usted sobre su relación con él.
– Mi relación con él. ¿Qué pasa con eso?
– Espero que ése no vaya a ser su estilo de respuestas -dijo Bea.
– Mi estilo de respuestas. ¿Qué quiere decir?
– Ese rollo de Señorita Repetición, señorita Pappas. ¿O es señora?
– Con Aldara vale.
– Aldara, pues. Si ése es su estilo, ese rollo de repetir, seguramente estaremos aquí todo el día y algo me dice que no le gustará. Sin embargo, estaríamos encantadas de hacerle un favor.
– No estoy segura de entender qué quiere decir.
– Se ha descubierto el pastel -le dijo la sargento Havers. Su tono era de impaciencia-. Se ha levantado la liebre. El cerdo ha revuelto la colada. Lo que sea.
– Lo que quiere decir la sargento -añadió Bea- es que su relación con Santo Kerne ha salido a la luz, Aldara. Por eso estamos aquí, para indagar.
– Se lo follaba hasta que lo dejaba seco -intervino la sargento Havers.
– Por decirlo de un modo nada fino -añadió Bea.
Aldara metió la pala en la pila de estiércol y lo echó en los arriates. Parecía preferir habérselo echado a Havers.
– Eso son suposiciones suyas.
– Es lo que nos ha contado alguien que lo sabe -dijo Bea-. Al parecer, era la que lavaba las sábanas cuando no lo hacía usted. Bien, como tenían que quedar en Polcare Cove, ¿podemos suponer que existe un señor Pappas de mediana edad en algún lugar que no estaría demasiado contento de saber que su mujer se está tirando a un chico de dieciocho años?
Aldara volvió a llenar la pala de estiércol. Trabajaba deprisa, pero apenas respiraba hondo y ni siquiera empezó a sudar levemente.
– No lo suponga. Llevo años divorciada, inspectora. Hay un señor Pappas, pero vive en St. Ives y apenas nos vemos. Nos gusta que sea así.
– ¿Tiene hijos aquí, entonces? ¿Una hija de la edad de Santo, quizá? ¿O un chico y prefiere que no vea a su madre beneficiándose a otro adolescente?
La mandíbula de Aldara se tensó. Bea se preguntó cuál de sus comentarios había dado en el blanco.
– Quedaba con Santo en Polcare Cottage para acostarme con él sólo por un motivo: porque los dos lo preferíamos así -dijo Aldara-. Era un asunto privado y era lo que queríamos los dos.
– ¿La intimidad? ¿O el secretismo?
– Las dos cosas.
– ¿Por qué? ¿Le avergonzaba hacérselo con un chaval?
– Me temo que no. -Aldara clavó la pala en la tierra y, justo cuando Bea pensaba que iba a tomarse un descanso, cogió el rastrillo. Se subió al arriate más cercano y comenzó a repartir el estiércol con energía por el suelo-. No me avergüenza el sexo; es lo que es, inspectora: sexo. Y los dos lo queríamos, Santo y yo. El uno con el otro, resultó ser. Pero como es algo difícil de entender para algunas personas, por la edad de él y la mía, elegimos un lugar privado para… -Pareció buscar un eufemismo, lo que parecía totalmente impropio de la mujer.
– ¿Atenderse mutuamente? -sugirió Havers. Se las arregló para parecer aburrida, en su rostro una expresión que decía: «Ya lo he oído antes».
– Estar juntos -dijo Aldara con firmeza-. Una hora. Al principio dos o tres, cuando todo era nuevo entre nosotros y… todavía estábamos descubriendo, lo llamaría yo.
– ¿Descubriendo qué? -dijo Bea.
– Lo que daba placer al otro. Se trata de un proceso de descubrimiento, ¿verdad, inspectora? El descubrimiento lleva al placer. ¿O no sabía que el sexo consiste en dar placer a la pareja?
Bea dejó pasar el comentario.
– Así que no era una situación de amor y sufrimiento para usted.
Aldara la miró con incredulidad y experiencia.
– Sólo un tonto equipara el sexo al amor y yo no soy tonta.
– ¿Y él?
– ¿Si me quería? ¿Si para él era una situación de amor y sufrimiento, como ha dicho usted? No tengo ni idea. No hablábamos de eso. En realidad, hablábamos muy poco después del acuerdo inicial. Como les he dicho, era sexo. Algo físico solamente. Santo lo sabía.
– ¿Acuerdo inicial? -preguntó Bea.
– ¿Está repitiendo mis palabras, inspectora? -Aldara sonrió, pero dirigió el gesto a la tierra que removía afanosamente con el rastrillo.
Por un breve momento, Bea comprendió el impulso que sienten algunos policías de darle un puñetazo a un sospechoso.
– ¿Por qué no nos explica este acuerdo inicial, Aldara? Y mientras lo hace, quizás podría mencionar su aparente indiferencia por el asesinato de su amante, que, como puede suponer, parece estar relacionado más directamente con usted de lo que quizá le gustaría.
– No tengo nada que ver con la muerte de Santo Kerne. Por supuesto que lo lamento. Y si no estoy postrada de dolor, es porque…
– Tampoco era una situación de amor y sufrimiento para usted -dijo Bea-. Está claro como el agua. ¿Qué era, entonces? ¿Qué era exactamente, por favor?
– Ya se lo he dicho. Era un acuerdo entre los dos para tener sexo.
– ¿Sabía que tenía sexo con otra al mismo tiempo que lo tenía, o lo conseguía o lo que demonios fuera, con usted?
– Claro que lo sabía. -Aldara parecía tranquila-. Era parte del tema.
– ¿El tema? ¿Qué tema? ¿El acuerdo? ¿Qué era «el tema»? ¿Un trío?
– Me temo que no. Parte del tema era el secretismo, el tener una aventura, el hecho de que estuviera con otra. Yo quería a alguien que estuviera con otra. Me gusta que sea así.
Bea vio que Havers parpadeaba, como para aclararse la vista, como si Alicia se descubriera en la madriguera con un conejo cachondo cuando la experiencia previa la había llevado a esperar sólo al Sombrerero, la Liebre de Marzo y una taza de té. Bea también sentía lo mismo.
– Así que sabía lo de Madlyn Angarrack, que estaba saliendo con Santo Kerne -dijo.
– Sí. Así conocí a Santo, en realidad. Madlyn trabajaba aquí para mí, en la fábrica de mermelada. Santo venía a recogerla a veces y lo veía entonces. Todo el mundo lo veía. Era muy difícil no ver a Santo, era un chico muy atractivo.
– Y Madlyn es una chica bastante atractiva.
– Lo es. Bueno, tenía que serlo, naturalmente. Y yo también lo soy, en realidad, una mujer atractiva. Yo creo que la gente guapa se atrae entre sí, ¿no le parece? -Otra mirada en dirección a las policías evidenció que Aldara Pappas consideraba que ninguna de las dos mujeres podía responder a esa pregunta por experiencia propia-. Santo y yo nos fijamos el uno en el otro. Yo estaba en un momento en que necesitaba justo a alguien como él…
– ¿Alguien con ataduras?
– … y pensé que serviría, porque había una franqueza en su mirada que hablaba de cierta madurez, una disposición que sugería que él y yo podríamos hablar el mismo idioma. Intercambiamos miradas, sonrisas. Era una forma de comunicación en la que dos personas que piensan igual se dicen exactamente lo que hay que decirse y nada más. Un día llegó antes de tiempo a recoger a Madlyn y lo llevé de visita por la granja. Fuimos con el tractor por la huerta y ahí fue donde…