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– Por ti.

– …y hasta que me demuestres que eres lo bastante responsable como para…

– Olvídalo, papá. Olvídalo todo, joder.

A grandes zancadas, Cadan cruzó el aparcamiento hacia donde había estacionado el coche. Su padre gritó su nombre con brusquedad, pero él siguió caminando.

Volvió furioso a Casvelyn. Muy bien, joder, pensó. Su padre quería pruebas, pues él se las daría hasta que se hartara, ya que sabía perfectamente cómo hacerlo.

Condujo con mucho menos cuidado durante el camino de regreso al pueblo. Cruzó como un bólido el puente del canal de Casvelyn -sin importarle el tráfico que subía en dirección contraria, con lo que se ganó que el conductor de una furgoneta de UPS le enseñara el dedo corazón- y cogió la rotonda del final del paseo sin frenar para ver si tenía preferencia. Subió la ladera, bajó a toda velocidad por St. Mevan Crescent y alcanzó la colina. Cuando llegó a Adventures Unlimited, «sudado» era la palabra que mejor describía su aspecto.

Sus pensamientos daban vueltas alrededor de la palabra «injusto». Lew, la vida, el mundo eran injustos. Su existencia sería mucho más sencilla si los demás vieran las cosas como él, pero eso nunca ocurría.

Abrió de golpe la puerta del viejo hotel, pero empleó una fuerza algo excesiva y ésta chocó contra la pared con un estrépito que retumbó por toda la recepción. El ruido de su entrada sacó a Alan Cheston de su despacho, que miró la puerta, luego a Cadan y, por último, su reloj.

– ¿No tenías que estar aquí por la mañana? -preguntó.

– Tenía que hacer unos recados -dijo Cadan.

– Creo que eso se hace en tu tiempo libre, no en el nuestro.

– No volverá a pasar.

– Espero que no. La verdad, Cade, es que no podemos permitirnos empleados que no aparecen cuando deben hacerlo. En un negocio como éste, tenemos que ser capaces de confiar…

– He dicho que no volverá a pasar. ¿Qué más quieres? ¿Una garantía escrita con sangre o algo así?

Alan cruzó los brazos, esperó un momento antes de contestar y, en ese momento, Cadan escuchó el eco de su voz petulante.

– No te gusta mucho que te supervisen, ¿verdad? -inquirió Alan.

– Nadie me dijo que tú fueras mi supervisor.

– Aquí todo el mundo es tu supervisor: hasta que demuestres tu valía estás a prueba, ya me entiendes.

Cadan le entendía, pero estaba hasta las narices de tener que demostrar su valía: a esta persona, a la otra, a su padre, a cualquiera. Él sólo quería hacer las cosas bien y nadie le dejaba. Quiso empotrar a Alan Cheston en la pared más cercana; se moría de ganas de hacerlo: sólo dejarse llevar por sus impulsos y a la mierda con las consecuencias. Qué bien se sentiría.

– Que te jodan, me largo de aquí. He venido a recoger mis trastos. -Le respondió antes de dirigirse a las escaleras.

– ¿Has informado al señor Kerne?

– Puedes hacerlo tú por mí.

– No quedará bien que…

– ¿Te crees que me importa?

Dejó a Alan mirándole, con los labios separados como si fuera a decir algo más, como si fuera a señalar -correctamente- que si Cadan Angarrack había dejado algún tipo de material en Adventures Unlimited, no estaría en los pisos superiores del edificio. Pero Alan no dijo nada y su silencio dejó a Cadan al mando, que era donde quería estar.

No tenía ningún material en Adventures Unlimited, ni trastos, ni herramientas ni nada. Pero se dijo que echaría un vistazo a cada una de las habitaciones en las que había estado durante su breve temporada como empleado de los Kerne, porque nunca se sabía dónde podías olvidar algo y después le resultaría un poco incómodo regresar a buscar cualquier cosa que se hubiera dejado…

Habitación tras habitación, abría la puerta, echaba un vistazo y cerraba la puerta. Decía en voz baja: «¿Hola? ¿Hay alguien?», como si esperara que sus supuestas pertenencias olvidadas fueran a hablarle. Por fin las encontró en el último piso, donde vivía la familia, donde podría haber subido directamente si hubiera sido sincero consigo mismo, cosa que no hizo.

Ella estaba en el cuarto de Santo. Al menos fue lo que supuso Cadan por los pósters de surf, la cama individual, la pila de camisetas encima de una silla y las deportivas que Dellen Kerne acariciaba en su regazo cuando abrió la puerta.

Vestía toda de negro: jersey, pantalones y una cinta que le despejaba el pelo rubio de la cara. No se había maquillado y un arañazo recorría su mejilla. Estaba sentada descalza en el borde de la cama y tenía los ojos cerrados.

– Eh -dijo Cadan con una voz que esperaba que fuera delicada.

Ella abrió los ojos, que se posaron en él, con unas pupilas tan grandes que el violeta del iris quedaba prácticamente oculto. Dejó caer las zapatillas al suelo con un suave golpe y extendió la mano.

Él se acercó y la ayudó a levantarse. Vio que no llevaba nada debajo del jersey: tenía los pezones grandes, redondos y duros. Cadan se excitó y, por primera vez, reconoció la verdad: por eso había venido a Adventures Unlimited. El consejo de Jago y el resto del mundo podían irse al cuerno.

Le cogió el pezón con los dedos. Ella bajó los párpados, pero no los cerró. Cadan sabía que era seguro continuar y se acercó un paso más. Le rodeó la cintura con una mano y le agarró el trasero, mientras los dedos de la otra mano permanecían donde estaban y jugaban como plumas contra su piel. Se inclinó para besarla, ella abrió la boca ávidamente y Cadan la atrajo con más firmeza hacia él, para que ella se diera cuenta de lo que él quería que notara.

– La llave que tenías ayer -le dijo cuando pudo.

Dellen no contestó. Cadan sabía que ella entendía lo que le estaba diciendo porque acercó su boca a la de él una vez más.

La besó, larga y profundamente, y siguió hasta que pensó que los ojos se le saldrían de las cuencas y le estallarían los tímpanos. Su corazón palpitante necesitaba algún sitio adonde ir que no fuera su pecho, porque si no hallaba otro hogar, creía que se moriría allí mismo. Se apretó contra ella y empezó a sentir dolor.

Entonces se separó y le dijo:

– Las casetas de la playa, tú tenías una llave. No podemos, aquí no. -En las dependencias de la familia no y menos aún en el cuarto de Santo. Era indecente, de algún modo.

– ¿No podemos qué? -Dellen apoyó la frente en su pecho.

– Ya lo sabes. Ayer, cuando estábamos en la cocina, tenías una llave; dijiste que era de una de las casetas de la playa. Vamos a utilizarla.

– ¿Para qué?

¿Para qué diablos pensaba que la quería? ¿Era de las que deseaban que las cosas se dijeran directamente? Bueno, podía hacerlo.

– Quiero follarte -respondió-. Y tú quieres que te folle, pero no aquí, sino en una de las casetas de la playa.

– ¿Por qué?

– Porque… Es obvio, ¿no?

– ¿Sí?

– Dios mío, sí. Estamos en el cuarto de Santo, ¿verdad? Y de todos modos podría entrar su padre. -No pudo decir «tu marido»-. Y si eso pasa…

Lo veía, ¿verdad? ¿Qué le ocurría?

– El padre de Santo -dijo Dellen.

– Si nos encuentra…

Aquello era ridículo; no necesitaba ni quería explicárselo. Estaba dispuesto y pensaba que ella también, pero tener que hablar de todas las razones y todos los detalles… Era evidente que todavía no se había excitado lo suficiente. Volvió a acercarse a ella y esta vez puso su boca en el pezón, por debajo del jersey, y dio un tirón suave con los dientes, y un lametazo con la lengua. Volvió a su boca y la atrajo más hacia éclass="underline" qué extraño era que ella no reaccionara, pero ¿acaso importaba en realidad?

– Dios mío. Coge esa llave -murmuró.

– El padre de Santo -dijo ella-. No entrará aquí.

– ¿Cómo puedes estar segura?

Cadan la examinó más detenidamente. Parecía un poco ida, pero aun así le parecía que tenía que saber que estaban en la habitación de su hijo y en la casa de su marido. Por otro lado, no era que exactamente lo estuviera mirando y tampoco sabía si realmente le había visto -en el sentido de percatarse de su presencia- cuando le había mirado.