– Pues no, al fin y al cabo, a ti también te gusta que sea así: secretismo, excitación, placer.
Aldara sonrió, con esa forma lenta y cómplice que Daidre sabía que era parte de su atractivo con los hombres.
– Bueno, si tiene que ser así, así será.
– No tienes principios, ¿verdad? -le preguntó Daidre a su amiga.
– ¿Y tú, cielo?
Capítulo 27
Al final de aquel día horrible, Cadan se encontró pagando las consecuencias de sus actos: atrapado en el salón de su casa en Victoria Road con su hermana y Will Mendick. Madlyn, que acababa de volver del trabajo, todavía llevaba el uniforme de Casvelyn de Cornualles, con rayas del color del algodón de azúcar y un delantal con volantes en los bordes. Se había repantingado en el sofá, mientras que Will estaba delante de la chimenea con un ramo de azucenas en la mano. Había tenido el suficiente sentido común como para comprar las flores y no traer restos de algún cubo de basura, pero ahí acababa su sentido común.
Cadan estaba sentado en un taburete cerca de su loro. Había dejado a Pooh solo casi todo el día y tenía intención de compensarle con un largo masaje aviar, con la casa o, como mínimo, la habitación únicamente para ellos dos. Pero Madlyn había llegado a casa del trabajo y, pisándole los talones, había aparecido Will. Al parecer se había tomado al dedillo las descaradas mentiras que Cadan le había contado sobre su hermana y los sentimientos de ésta.
– … así que he pensado -estaba diciendo Will, con escaso aliento por parte de Madlyn- que quizá te gustaría… Bueno, salir.
– ¿Con quién? -dijo Madlyn.
– Con… Bueno, conmigo.
Todavía no le había dado las flores y Cadan esperaba fervientemente que fingiera no haberlas traído.
– ¿Y por qué querría hacer eso, exactamente?
Madlyn dio unos golpecitos con los dedos en el brazo del sofá. Cadan sabía que el gesto no tenía nada que ver con los nervios.
Will se puso más colorado -ya estaba rojo como un torpe en una clase de fox-trot- y miró a Cadan como diciendo: «Colega, échanos una mano». Éste apartó la vista.
– Sólo… ¿A comer tal vez? -insistió Will.
– ¿Comida de un cubo de basura, quieres decir?
– ¡No! Dios mío, Madlyn. No te pediría…
– Mira.
Madlyn tenía esa expresión en la cara. Cadan sabía qué significaba y también que Will no tenía ni la menor idea de que el detonador de su hermana estaba haciendo lo que fuera que hicieran éstos justo antes de que la bomba estallara. Ella se sentó en el borde del sofá y entrecerró los ojos.
– Por si no lo sabes, Will, y parece que no, he hablado con la policía hace bastante poco. Me pillaron en una mentira y se me echaron encima. Adivina qué sabían.
Will no dijo nada y Cadan instó a Pooh a subirse a su puño.
– Eh, ¿qué tienes que decir, Pooh? -dijo.
Normalmente al pájaro se le daba muy bien proporcionar distracciones, pero esta vez el loro guardó silencio. Si notaba la tensión de la habitación, no estaba respondiendo a ella con sus ruidos habituales.
– Sabían que seguí a Santo y lo que vi. Will, sabían que yo conocía lo que Santo hacía. Bien, ¿cómo crees que la poli lo sabía? ¿Tienes idea de cómo me hace quedar eso?
– No piensan que tú… No tienes por qué preocuparte…
– ¡Ése no es el tema! Mi novio se tiraba a una vaca vieja que podría ser su madre y le gustaba, y resulta que, además, yo trabajaba para ella y todo estaba pasando delante de mis narices. Parecían dos mosquitas muertas y él la llamaba «señora Pappas» delante mío; puedes estar seguro de que no la llamaba así cuando se la follaba. Y ella sabía que era mi novio: eso formaba parte de la diversión y por eso era especialmente simpática conmigo. Sólo que yo no lo sabía. Incluso tomaba una taza de té con ella y me hacía preguntas sobre mí. «Me gusta conocer a mis chicas», me decía. Oh, seguro que sí.
– No ves que por esa razón…
– No lo veo. Así que ahí estaban las polis mirándome y pude ver qué sabían y qué pensaban. Pobre niña estúpida, su novio prefería hacérselo con una vieja bruja que con ella. Y no necesitaba eso, ¿lo entiendes, Will? No necesitaba su lástima ni que lo supieran, porque ahora quedará por escrito para que lo vea y lo sepa todo el mundo ¿Sabes cómo sienta eso, tienes la menor idea?
– No fue culpa tuya, Madlyn.
– ¿No serle suficiente? ¿Tan poco le bastaba que también la deseaba a ella? ¿Cómo podría no ser culpa mía? Le quería, teníamos algo bueno, o eso pensaba yo.
– No, mira -dijo Will atrancándose-, no fue por ti. ¿Por qué no podías ver…? Habría hecho lo mismo… Se habría alejado, estuviera con quien fuera. ¿Por qué nunca te diste cuenta? ¿Por qué no pudiste dejar que…?
– Iba a tener un hijo suyo. Un hijo suyo, ¿vale? Pensé que eso significaba… que nosotros… Oh, Dios mío, olvídalo.
Will se había quedado boquiabierto con la revelación de Madlyn. Cadan conocía esta expresión, naturalmente, pero nunca había imaginado lo perdida que parecía una persona hasta que vio lo que transmitía el rostro de Will. No se había enterado. Pero, claro, ¿cómo iba a hacerlo? Era un tema privado que habían mantenido en la familia y Will no era un miembro de ella ni estaba cerca de serlo, un hecho que no parecía comprender ni siquiera ahora.
– Podrías haber recurrido a mí -dijo como atontado.
– ¿Qué?
– A mí, yo habría… No lo sé. Lo que hubieras querido. Podría haber…
– Le quería.
– No -dijo Will-, no podías quererle. ¿Por qué no te das cuenta de cómo era? Era un mal tío, pero tú le mirabas y veías…
– No hables así de él. No… No lo hagas.
Will parecía un hombre que hablaba un idioma que su interlocutora supuestamente entendía, y que luego descubría que ella era extranjera y que en realidad él también lo era, por lo que no podía hacer nada al respecto.
– Aún le defiendes -dijo lentamente y empezó a comprender-. Incluso después de… Y lo que acabas de decirme… Porque no iba a quedarse a tu lado, ¿verdad? Él no era así.
– Le quería -gritó ella.
– Pero me dijiste que le odiabas.
– Me hizo daño, por el amor de Dios.
– Pero entonces por qué yo…
Will miró a su alrededor como si de repente despertara. Su mirada se posó en Cadan y luego en las flores que había traído para Madlyn y que tiró a la chimenea. A Cadan le habría gustado bastante aquel gesto dramático si la chimenea funcionara. Pero como no era así, el acto le pareció anticuado, el tipo de cosa que se ve en las películas viejas de la tele.
La habitación se sumió en un silencio vacío.
– Le di un puñetazo -le dijo entonces Will a Madlyn-. Habría hecho más si hubiera estado dispuesto a pelear, pero no lo estaba. Ni siquiera le importó; no quiso pelear por ti, pero yo sí. Le pegué por ti, Madlyn, porque…
– ¿Qué? -gritó ella-. ¿En qué diablos estabas pensando?
– Te hizo daño, era un capullo integral y había que darle una lección…
– ¿Quién te pidió que fueras su maestro? Yo no, nunca. ¿Le diste…? Dios mío. ¿Qué más le hiciste? ¿También le mataste? ¿Es eso?
– No sabes lo que significa ¿verdad? -le preguntó Will-. Que le pegara, que yo… No lo sabes.
– ¿Qué? ¿Qué eres el puto príncipe azul? ¿Se supone que debería estar contenta por eso? ¿Agradecida? ¿Encantada? ¿Ser tu esclava para siempre? ¿Qué es lo que no sé exactamente?
– Podrían haberme encerrado -dijo con voz apagada.
– ¿De qué hablas?
– Si le hubiera puesto la zancadilla a un tío por la calle, aunque hubiera sido un accidente, podían encerrarme. Pero estaba dispuesto a hacerlo por ti. Y estaba dispuesto a darle una lección porque la necesitaba, pero tú no lo sabías y aunque lo supieras -como ahora-, no importa. Nunca lo has hecho. Nunca te he importado, ¿verdad?