Выбрать главу

Aldara se levantó.

– Debes irte -dijo-. He intentado explicarme una y otra vez, pero ves mi forma de ser como una cuestión moral y no como lo que es: la manifestación del único modo en que sé funcionar. Así que sí, alguien viene hacia aquí y no, no voy a decirte quién es y preferiría que no estuvieras cuando llegue.

– No permites que nada te afecte, ¿verdad? -le preguntó Daidre.

– Le dijo la sartén al cazo, querida -respondió Aldara.

Capítulo 5

Cadan había depositado grandes esperanzas en que los Bacon Streakies cumplieran su cometido. También las había depositado en que lo hiciera Pooh. Se suponía que los Bacon Streakies, que eran el capricho preferido del pájaro, le animarían y recompensarían. El sistema era dejar que el loro viera la bolsa de golosinas en los dedos de Cadan -una maniobra suficiente para captar el interés del pájaro- y luego demostrarle sus cualidades. Después llegaría la recompensa y no había absolutamente ninguna necesidad de enseñarle a Pooh la sustancia crujiente. Quizá fuera un pájaro, pero no era estúpido cuando se trataba de comida.

Pero esta noche, las distracciones le despistaban. Pooh y Cadan no estaban solos en el salón y las otras tres personas resultaban ser más interesantes para el loro que el alimento que le ofrecía éste. Así que mantener el equilibrio sobre una pelota de goma y caminar encima de dicha pelota por la repisa de la chimenea no ofrecían la misma promesa que el palo de una piruleta en las manos de una niña de seis años. Un palo aplicado cuidadosamente en la cabeza emplumada del loro, frotado suavemente hacia delante y hacia atrás en la zona donde se suponía que deberían estar las orejas, era el éxtasis garantizado. Un Bacon Streakie, por otro lado, sólo proporcionaba una satisfacción gustativa momentánea. Así que aunque Cadan realizó un intento heroico por conseguir que Pooh entretuviera a Ione Soutar y a sus dos hijas pequeñas, el entretenimiento no llegó.

– ¿Por qué no quiere hacerlo, Cade? -preguntó Jennie Soutar. Era la menor de las dos. Su hermana mayor, Leigh, que a sus diez años ya llevaba sombra de ojos con purpurina, los labios pintados y extensiones en el pelo, no parecía esperar que el pájaro fuera a hacer nada extraordinario; total, a quién le importaba, el loro no era una estrella pop ni nadie que fuera a convertirse en una estrella pop. En lugar de prestar atención al espectáculo fracasado del pájaro, había hojeado una revista de moda, mirando las fotos entrecerrando los ojos porque se negaba a ponerse gafas y hacía campaña por llevar lentes de contacto.

– Es por el palo de la piruleta -dijo Cadan-. Sabe que lo tienes. Quiere que lo acaricies otra vez.

– Entonces, ¿puedo acariciarle? ¿Puedo cogerlo?

– Jennifer, ya sabes qué opino de ese pájaro. -Estas palabras las pronunció su madre. Ione Soutar estaba de pie junto a la ventana en saliente que daba a Victoria Road; llevaba treinta minutos así y no parecía que tuviera intención de moverse pronto-. Los pájaros tienen gérmenes y transmiten enfermedades.

– Pero Cade lo toca.

Ione lanzó una mirada a su hija. Parecía decir: «Y mírale».

Jennie interpretó la expresión en la cara de su madre en el sentido que había querido Ione. Se retiró al sofá -con las piernas colgando delante de ella- e hinchó los labios decepcionada. Cadan vio que era una expresión idéntica a la de Ione, aunque la niña no fuera consciente de ello.

Sin duda, el sentimiento que escondía la mujer también era el mismo: decepción. Cadan quería decirle a Ione Soutar que su decepción no terminaría nunca mientras tuviera puestas sus esperanzas matrimoniales en su padre. A primera vista, parecían la pareja perfecta: dos empresarios independientes con talleres en el mismo lugar en Binner Down; dos padres que llevaban años sin pareja; dos padres que surfeaban, cada uno con dos hijos, dos niñas pequeñas interesadas en el surf, y una tercera mayor que era su modelo y profesora; dos familias orientadas a la familia… Seguramente el sexo también sería bueno, pero a Cadan no le gustaba especular sobre eso, porque pensar en su padre fundido en un abrazo carnal con Ione le ponía los pelos de punta. Sin embargo, parecía lógico que esos casi tres años de asociación entre hombre y mujer acabaran en algo similar a un compromiso por parte de Lew Angarrack. Pero no había sido así y Cadan había oído el final de las conversaciones telefónicas de su padre suficientes veces como para saber que a Ione aquella situación ya no la satisfacía.

Ahora mismo también estaba molesta. Hacía rato que dos pizzas del Pukkas se enfriaban en la cocina mientras ella esperaba en el salón a que Lew volviera. Era una espera que a Cadan comenzaba a parecerle inútil, porque su padre se había duchado y vestido y salido corriendo para llevar a cabo una empresa que Cadan consideraba descabellada.

Cadan creía que la visita de Will Mendick había provocado la marcha de Lew. Will había aparecido por Victoria Road en su viejo escarabajo y mientras desplegaba su esqueleto enjuto y nervudo para bajarse del coche y se acercaba a la puerta, Cadan vio en su cara rubicunda que algo le preocupaba.

Preguntó directamente por Madlyn.

– ¿Dónde está, entonces? Tampoco estaba en la panadería -dijo de manera cortante cuando Cadan le informó de que Madlyn no estaba en casa.

– Todavía no la tenemos en el GPS -le dijo-. Hasta la semana que viene, Will.

Pareció que Will no agradecía la broma.

– Tengo que encontrarla.

– ¿Por qué?

Le contó la noticia que había oído en la tienda de surf Clean Barreclass="underline" Santo Kerne estaba fiambre, se había aplastado la cabeza o lo que fuera que pasaba cuando alguien se caía mientras escalaba un acantilado.

– ¿Estaba escalando solo? -El tema de la escalada era la verdadera cuestión, ya que Cadan sabía qué era lo que Santo Kerne prefería en realidad: surfear y follar, follar y surfear, dos cosas que conseguía con bastante facilidad.

– No he dicho que estuviera solo -señaló Will bruscamente-. No sé con quién estaba, ni siquiera si estaba con alguien. ¿Por qué piensas que estaba solo?

Cadan no tuvo que responder porque Lew había oído la voz de Will y al parecer advirtió algo funesto en su tono. Salió de la parte trasera de la casa donde estaba trabajando en el ordenador y Will le puso al corriente.

– He venido a decírselo a Madlyn -explicó el chico.

«Muy acertado», pensó Cadan. Ya tenía vía libre con Madlyn y Will no era de los que pasaba de largo por delante de una puerta abierta.

– Maldita sea -dijo Lew en tono meditabundo-. Santo Kerne.

Ninguno de ellos estaba precisamente afectado por la noticia, se reconoció Cadan a sí mismo. Imaginaba que probablemente él era quien se sentía peor, pero casi seguro se debía a que era quien menos se jugaba en aquel asunto.

– Saldré a buscarla, entonces -dijo Will Mendick-. ¿Dónde crees que…?

¿Quién demonios lo sabía? Madlyn había sido un torbellino de emociones desde que había roto con Santo. Comenzó sintiendo una tristeza profunda que luego se transformó en una furia ciega e irracional. Para Cadan, cuanto menos la viera mejor hasta que hubiera superado la última etapa -que siempre era la venganza- y volviera a ser normal. Podía estar en cualquier parte: robando bancos, rompiendo ventanas, flirteando con hombres en pubs, tatuándose los párpados, pegando a niños pequeños o surfeando en alguna parte desconocida. Con Madlyn nunca se sabía.

– No la vemos desde el desayuno -dijo Lew.

– Maldita sea. -Will se mordió un lado del pulgar-. Bueno, alguien tiene que contarle lo que ha pasado.

«¿Por qué?», pensó Cadan, pero no lo dijo, sino que comentó:

– ¿Crees que deberías encargarte tú? -Y añadió como un tonto-: Espabila, chaval. ¿Cuándo lo vas a entender? No eres su tipo.

Will se puso colorado. Tenía la piel llena de granos y las espinillas se le encendieron.