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– Lo que sé es que tengo un deber para con tus padres, mi niña.

Llevó la mochila a la mesa y vació su contenido: en la portada una joven madre negra con un vestido tribal sostenía a su hijo, ella apesadumbrada y los dos hambrientos. Desenfocados al fondo había muchísimos más, esperando con una mezcla de esperanza y confusión. La revista se llamaba Crossroads y él la cogió, la enrolló y se dio unas palmaditas con ella en la palma de la mano.

– Bien -dijo-. Otra ración de papilla para ti, pues. Eso o chuletas. Tú eliges.

Se guardó la revista en el bolsillo de atrás de los pantalones caídos. Ya se encargaría luego de ella, cuando Tammy se marchara.

– Ya he comido suficiente, de verdad. Yayo, como lo suficiente para seguir viva y sana y eso es lo que quiere Dios. No estamos pensados para tener exceso de carne. Aparte de no ser bueno para nosotros, tampoco está bien.

– Ah, es un pecado, ¿verdad?

– Bueno… Puede serlo, sí.

– ¿Así que tu yayo es un pecador? Voy a ir de cabeza al infierno en una bandeja de alubias mientras tú tocas el arpa con los ángeles, ¿eh?

Tammy soltó una carcajada.

– Sabes que no pienso eso.

– Lo que tú piensas es una soberana tontería. Lo que yo sé es que esta etapa que estás pasando…

– ¿Etapa? ¿Y cómo lo sabes cuando tú y yo llevamos viviendo juntos… qué? ¿Dos meses? Antes ni siquiera me conocías, yayo. En realidad no.

– Eso no importa. Conozco a las mujeres. Y tú eres una mujer a pesar de lo que haces contigo para parecer una niña de doce años.

Tammy asintió pensativamente y Selevan vio por la expresión de su cara que estaba a punto de tergiversar sus palabras y utilizarlas contra él, ya que parecía toda una experta en ello.

– A ver si lo entiendo -dijo ella-. Tuviste cuatro hijos y una hija y ésta (la tía Nan, sería, naturalmente) se marchó de casa a los dieciséis años para no regresar salvo en Navidades y algún que otro día de fiesta. Eso nos deja al abuelo y a la mujer o novia de turno que tus hijos llevaran a casa, ¿verdad? Así que ¿cómo puedes conocer a las mujeres si has tenido un contacto tan limitado con ellas, yayo?

– No te hagas la listilla conmigo. Llevaba casado con tu abuela cuarenta y seis años cuando la pobre la palmó, así que tuve mucho tiempo para conocer a tu especie.

– ¿Mi especie?

– La especie femenina. Y lo que sé es que las mujeres necesitan a los hombres tanto como los hombres a las mujeres, y quien piense lo contrario piensa con el culo.

– ¿Qué hay de los hombres que necesitan a los hombres y las mujeres que necesitan a las mujeres?

– ¡No vamos a hablar de eso! -declaró él indignado-. En mi familia no habrá pervertidos, que no te quepa la menor duda.

– Ah. Eso piensas, que son pervertidos.

– Es lo que sé. -Metió sus posesiones otra vez en la mochila y la dejó en la percha antes de darse cuenta de cómo Tammy había cambiado el tema que él había elegido tratar. Esa maldita niña era como un pez escurridizo cuando se trataba de hablar. Se retorcía y retorcía y evitaba la red. Bueno, esta noche no ocurriría. Plantaría cara a su astucia. Tener a Sally Joy de madre diluía la inteligencia que llevaba en la sangre. La de él no-. Una etapa. Punto. Las chicas de tu edad pasan por etapas. Esta tuya podría parecer distinta a la de las otras, pero una etapa es una etapa. Y reconozco una cuando la tengo delante, ¿sabes?

– ¿Ah, sí?

– Y tanto. Ha habido señales, por cierto, por si crees que voy de farol. Te vi con él, ¿sabes?

Tammy no respondió, sino que llevó su vaso y su cuenco al fregadero y se puso a fregarlos. Tiró a la basura el hueso de la chuleta que había comido su abuelo y colocó los cazos, los platos, los cubiertos y los vasos en la encimera en el orden en que pensaba lavarlos. Llenó el fregadero. Salió vapor. Selevan pensó que alguna noche iba a escaldarse, pero parecía que el agua caliente no le molestaba.

Cuando empezó a fregar siguió sin decir nada; Selevan cogió un paño de cocina para secar y volvió a hablar.

– ¿Me has oído, chica? Te vi con él, así que no le digas a tu abuelo que no te interesa, ¿eh? Sé lo que vi y sé lo que sé. Cuando una mujer mira a un hombre como tú le miraste a él… Eso me dice que no te conoces, digas lo que digas.

– ¿Y dónde nos viste, yayo? -preguntó ella.

– ¿Qué importa eso? Ahí estabais, las cabezas juntas, abrazados… Como hacen los novios, por cierto…

– ¿Y te preocupó que pudiéramos ser novios?

– No intentes eso conmigo. Ni se te ocurra intentarlo, señorita. Una vez por noche es suficiente y tu abuelo no es tan estúpido como para tropezar dos veces con la misma piedra. -Tammy había fregado su vaso de agua y la jarra de cerveza de Selevan y él cogió la segunda y metió el paño dentro. La giró y la dejó brillante-. Estabas interesada; lo estabas, puñetas.

Ella se quedó quieta. Miraba por la ventana hacia las cuatro hileras de caravanas que había más abajo de la suya. Estaban dispuestas hacia el borde del acantilado y el mar. En esta época del año sólo una estaba ocupada -la más cercana al precipicio- y tenía la luz de la cocina encendida. Con la lluvia, parpadeaba en la oscuridad de la noche.

– Jago está en casa -dijo Tammy-. Tendrías que invitarle a comer pronto, no es bueno que la gente mayor pase tanto tiempo sola. Y ahora va a estarlo… Echará muchísimo de menos a Santo, aunque no creo que lo reconozca nunca.

Ah. Ahí estaba. Había pronunciado el nombre. Ahora Selevan podía hablar del chico con libertad.

– Dirás que no fue nada, ¿verdad? -dijo-. Un… ¿cómo lo llamáis? Un interés pasajero, un poco de flirteo… Pero yo lo vi y sé que tú estabas dispuesta. Si él hubiera dado un paso…

Tammy cogió un plato y lo fregó a conciencia. Sus movimientos eran lánguidos. No había ninguna sensación de urgencia en nada de lo que hacía.

– Lo malinterpretaste, yayo. Santo y yo éramos amigos. Hablaba conmigo. Necesitaba a alguien con quien hablar y me escogió a mí.

– Fue él, no tú.

– No. Fuimos los dos. A mí me parecía bien. Me gustaba que se volcara en mí.

– Ya. No me mientas.

– ¿Por qué iba a mentirte? Él hablaba y yo le escuchaba. Y si quería saber mi opinión sobre algo, le decía lo que pensaba.

– Os vi abrazados, chica.

Tammy ladeó la cabeza mientras lo miraba. Examinó su cara y luego sonrió. Sacó las manos del agua y, goteando como estaban, le rodeó con sus brazos. Le dio un beso mientras él se agarrotaba e intentaba resistirse.

– Querido abuelito -dijo-. Abrazarse ya no significa lo que podía significar antes: significa amistad. Y estoy siendo sincera.

– Sincera -dijo él-. Ya.

– Sí. Yo siempre intento ser sincera.

– ¿Contigo misma también?

– Especialmente conmigo misma.

Se puso a fregar los platos de nuevo y lavó su cuenco de gachas cuidadosamente y luego empezó con los cubiertos. Ya había terminado cuando volvió a hablar. Y entonces lo hizo en voz muy baja y Selevan no se habría enterado si no hubiera aguzado el oído para escuchar algo bastante distinto a lo que dijo.

– Le dije que también fuera sincero -murmuró-. Si no lo hubiera hecho, yayo… Es algo que me preocupa bastante.

Capítulo 6

– Los dos sabemos que puedes organizarlo si quieres, Ray. Es lo único que te pido que hagas.

Bea Hannaford levantó su taza de café matutino y miró a su ex marido por encima del borde, intentando determinar cuánto más podía presionarle. Ray se sentía culpable por varias cosas y Bea nunca escatimaba a la hora de apretar las tuercas cuando consideraba que se trataba de una buena causa.

– No es pertinente -dijo-. Y aunque se hiciera, no puedo mover esos hilos.

– ¿Siendo subdirector? Por favor. -Se abstuvo de poner los ojos en blanco. Sabía que él lo odiaba y se anotaría un punto si lo hacía. Había momentos en que haber estado casada casi veinte años con alguien venía muy bien y éste era uno de ellos-. No puedes pretender que me lo trague.