Выбрать главу

– Para nuestra querida doctora.

– ¿Quién?

– La veterinaria. La doctora Trahair. Los dos sabemos que por esa boquita suya han salido mentiras. Su trabajo consiste en averiguar por qué.

– No puede pedirme…

El móvil de Hannaford sonó. La inspectora levantó una mano para interrumpirle. Sacó el teléfono del bolso y se alejó unos pasos.

– Dime -dijo al abrir la tapa. Mientras escuchaba, inclinó la cabeza y dio unos golpecitos con el pie.

– Vive para esto -dijo Ray Hannaford-. Al principio no, pero ahora es su vida. Vaya estupidez, ¿verdad?

– ¿Que la muerte sea la vida de alguien?

– No. Que la dejara marchar. Ella quería una cosa; yo quería otra.

– Cosas que pasan.

– Si hubiera tenido la cabeza bien amueblada, no.

Lynley miró a Hannaford. Antes había dicho «por desgracia» al referirse a su condición de ex marido de la inspectora.

– Podría decírselo -le comentó Lynley.

– Podría y lo hice. Pero a veces, cuando te rebajas a los ojos de alguien, no puedes recuperarte. Aunque me gustaría dar marcha atrás en el tiempo.

– Sí-dijo Lynley-. A mí también me gustaría.

La inspectora regresó con ellos. Estaba seria. Hizo un gesto con el móvil y dijo al subdirector:

– Es un asesinato. Ray, quiero ese centro de operaciones en Casvelyn. No me importa lo que tengas que hacer para conseguirlo y tampoco me importa lo que tenga que hacer yo a cambio. Quiero que me instalen la base de datos de la policía, un equipo de investigación criminal a mi disposición y que me asignen a un agente que se encargue de las pruebas. ¿De acuerdo?

– No pides demasiado, ¿verdad, Beatrice?

– Al contrario, Raymond -le contestó con frialdad-. Como muy bien sabes.

* * *

– Le pondremos un coche -le dijo Bea Hannaford a Lynley-. Necesitará uno.

Estaban delante de la entrada del Hospital Real de Cornualles. Ray se había marchado después de decirle a Bea que no podía prometerle nada y después de oír que ella replicaba «cuánta razón tienes», una indirecta que sabía que era injusta pero que dijo de todos modos porque había aprendido hacía tiempo que cuando se trataba de un asesinato, el fin de acusar a alguien del homicidio justificaba cualquier medio que se empleara para conseguirlo.

Lynley contestó con lo que Bea interpretó como cautela.

– Creo que no puede pedirme eso.

– ¿Porque su rango es superior al mío? Eso no va a contar demasiado aquí en estos parajes recónditos, comisario.

– En funciones, sólo.

– ¿Qué?

– Comisario en funciones. Nunca me ascendieron de manera permanente. Sólo cubrí una necesidad.

– Qué amable es usted. Justo la clase de tipo que estoy buscando. Ahora puede cubrir otra necesidad bastante imperiosa. -Notó que el hombre la miraba mientras se dirigían al coche y se rió al instante-. Esa necesidad no, aunque imagino que echa un buen polvo cuando una mujer le pone una pistola en la cabeza. ¿Cuántos años tiene?

– ¿No se lo dijeron en Scotland Yard?

– Sígame la corriente.

– Treinta y ocho.

– ¿Signo?

– ¿Qué?

– Géminis, tauro, virgo, ¿cuál?

– ¿Acaso importa?

– Como le he dicho, sígame la corriente. Dejarse llevar no cuesta nada, Thomas.

Él suspiró.

– Pues resulta que soy piscis.

– Bueno, ahí lo tiene. Nunca funcionaría entre nosotros. Además, tengo veinte años más que usted y aunque me gustan más jóvenes, no tan jóvenes. Así que está totalmente a salvo conmigo.

– No sé por qué, pero eso no me tranquiliza.

Ella volvió a reírse y abrió el coche. Los dos entraron pero la inspectora no introdujo la llave en el contacto, sino que lo miró muy seria.

– Necesito que me haga este favor. Quiere protegerle.

– ¿Quién?

– Ya sabe quién. La doctora Trahair.

– No quiere eso, precisamente. Entré en su casa rompiendo un cristal. Me quiere cerca para que pague los desperfectos. Y le debo el dinero de la ropa.

– No sea obtuso. Antes ha saltado a defenderle y lo ha hecho por alguna razón. Tiene un punto vulnerable. Quizá tenga que ver con usted o quizá no. No sé dónde está o por qué lo tiene, pero va a averiguarlo.

– ¿Por qué?

– Porque puede. Porque esto es una investigación de asesinato y todas las normas sociales se dejan a un lado cuando nos ponemos a buscar a un asesino. Y usted lo sabe tan bien como yo.

Lynley meneó la cabeza, pero a Bea Hannaford no le pareció que el gesto fuera una negativa, sino un modo de reconocer con pesar que comprendía y aceptaba un hecho inmutable: que le tenía bien pillado. Si salía corriendo, lo traería de vuelta y lo sabía.

– Entonces, ¿la eslinga estaba cortada? -dijo Lynley al fin.

– ¿Qué?

– La llamada que ha recibido. Ha colgado y ha dicho que era un asesinato. Así que me pregunto si la eslinga estaba cortada o si los forenses han encontrado otra cosa.

Bea meditó si contestar o no la pregunta y qué le indicaría a Lynley si lo hacía. Sabía poco sobre el hombre, pero también sabía cuándo había que dar un salto de fe sólo por lo que eso podía significar.

– La cortaron -dijo.

– ¿De manera obvia?

– El examen microscópico contribuyó a darnos el empujón que necesitábamos, si me permite la expresión.

– Así que no era tan obvio, al menos a simple vista. ¿Por qué cree que es un asesinato?

– Si no… ¿Qué es?

– Un suicidio escenificado para que parezca un accidente y ahorrarle más dolor a la familia.

– ¿Qué sabemos por ahora para llegar a esa conclusión?

– Le pegaron un puñetazo.

– ¿Y…?

– Está un poco cogido por los pelos, pero tal vez no estaba en situación de defenderse. Quería, pero no pudo, quién sabe por qué. Se sentía incapaz o como mínimo no estaba dispuesto, lo que provocó que sintiera impotencia. Proyectó ese sentimiento en el resto de su vida, en todas sus relaciones, por muy ilógica que sea esa proyección…

– ¿Y nos quedamos tan anchos? No me lo creo y usted tampoco. -Bea introdujo la llave en el contacto y pensó en qué sugerían esas observaciones, no tanto sobre la víctima sino sobre el propio Thomas Lynley. Le lanzó una mirada cautelosa y se preguntó si le habría evaluado erróneamente-. ¿Sabe lo que es una cuña en escalada? -le preguntó.

Él negó con la cabeza.

– ¿Debería? ¿Qué es?

– Es lo que convierte esto en una investigación de asesinato -contestó ella.

Capítulo 7

Poco después del mediodía dejó de llover en Casvelyn y Cadan Angarrack lo agradeció. Había estado pintando los radiadores de las habitaciones de Adventures Unlimited desde que había llegado por la mañana y las emisiones estaban dándole un dolor de cabeza atroz. De todos modos, no entendía por qué le habían puesto a pintar radiadores. ¿Quién iba a fijarse? ¿Quién se fijaba alguna vez en si los radiadores estaban pintados cuando se hospedaba en un hotel? Nadie salvo quizás un inspector de hoteles y ¿qué significaba que un inspector viera un poquito de óxido en el hierro? Nada. Ab-so-lu-ta-men-te nada. En cualquier caso, no era que estuvieran devolviendo su antiguo esplendor al decrépito hotel de la Colina del Rey Jorge, sólo estaban haciéndolo habitable para la multitud de personas interesadas en un paquete vacacional en la costa que consistía en diversión, fiesta, comida y algún tipo de formación en una actividad al aire libre. Y a esa gente no le importaba dónde pasara la noche, siempre que estuviera limpio, sirvieran patatas fritas y se ajustara al presupuesto.

Así que cuando el cielo se despejó, Cadan decidió que un poco de aire fresco era justo lo que necesitaba. Echaría un vistazo al campo de golf, futura ubicación de las pistas de BMX, futuro lugar de las clases de BMX que Cadan tenía la certeza que le pedirían que impartiera en cuanto tuviera la oportunidad de enseñar su repertorio a… Ése era el problema en estos momentos. No estaba seguro de a quién iba a enseñarle nada. En realidad, ni siquiera estaba seguro de si tenía que ir a trabajar hoy, ya que no sabía si seguía teniendo un empleo después de lo que le había ocurrido a Santo. Al principio pensó en no aparecer, en dejar pasar unos días y luego telefonear para dar el pésame a quien contestara y preguntar si todavía querían que se encargara de las tareas de mantenimiento. Pero luego creyó que una llamada así les daría la oportunidad de echarle antes de tener siquiera ocasión de demostrar lo que valía, así que decidió presentarse y parecer tan afligido como pudiera cuando se topara con cualquiera de los Kerne.