– Fue por tu bien.
– ¿En serio? ¿El qué? ¿Separarme de alguien… separarme de una hermana? Porque eso eras tú para mí, ¿sabes? Una hermana.
– Podrías haber…
Kerra no supo cómo continuar. Tampoco entendía cómo habían llegado a esto. Había querido hablar con Madlyn, era verdad. Por eso acudió a Cadan para preguntarle por su hermana, pero la conversación que había mantenido en su cabeza con Madlyn Angarrack no se parecía a la que estaba manteniendo ahora. Aquella charla mental no se producía en presencia de otra dependienta que atendía su coloquio con la clase de interés rabioso que precede a una pelea de chicas en un colegio de secundaria.
– No digas que no te avisé -dijo Kerra en voz baja.
– ¿De qué?
– De cómo lo pasarías si tú y mi hermano… -Kerra miró a Shar. Había un brillo en sus ojos que resultaba desconcertante-. Ya sabes a qué me refiero. Ya te dije cómo era.
– Pero lo que no me dijiste fue cómo eras tú. Cómo eres: mezquina y vengativa. Mírate, Kerra. ¿Acaso has llorado? Tu hermano ha muerto y aquí estás, perfectamente bien, paseándote en tu bici sin una preocupación en el mundo.
– Tú también pareces llevarlo bien -señaló Kerra.
– Al menos yo no quería que muriera.
– ¿No? ¿Por qué trabajas aquí? ¿Qué ha pasado con la granja?
– Lo dejé. ¿De acuerdo? -Se había puesto roja. Había llegado a asir con tanta fuerza la bandeja que los nudillos se le pusieron blancos mientras seguía hablando-. ¿Ya estás contenta, Kerra? ¿Ya has descubierto lo que querías saber? Averigüé la verdad. ¿Y quieres saber cómo lo conseguí? Me dijo que siempre había sido sincero conmigo, naturalmente, pero en realidad… Oh, lárgate de aquí. Pírate. -Levantó la bandeja como si fuera a lanzársela.
– Eh, Mad… -dijo Shar con inquietud.
Sin duda, pensó Kerra, esa chica nunca había visto la cólera que era capaz de sentir Madlyn Angarrack. Sin duda, Shar nunca había abierto un paquete postal y descubierto dentro fotografías de ella con la cabeza rapada y los ojos agujereados por la mina de un lápiz, notas manuscritas y dos tarjetas de cumpleaños guardadas en su día, pero ahora manchadas de excrementos, un artículo de periódico sobre la jefa de instructores de Adventures Unlimited con las palabras «imbécil» y «mierda» escritas en rojo. No había remitente, pero no hacía falta. Ni tampoco ningún otro tipo de mensaje, cuando las intenciones de quien lo enviaba quedaban tan claramente ilustradas con el contenido del sobre en el que venían.
Esta cualidad de su ex amiga constituía otra razón por la que Kerra había querido hablar con Madlyn Angarrack. Tal vez Kerra odiara a su hermano, pero también le quería. No era la fuerza de la sangre, pero seguía siendo y siempre sería una cuestión de sangre.
Capítulo 8
– Sé que no es buen momento para hablarlo -dijo Alan Cheston-. No habrá un buen momento para hablar de nada durante un tiempo y creo que los dos lo sabemos. Pero la cuestión es… Estos chicos tienen que cumplir con unos plazos y, si vamos a comprometernos, debemos hacérselo saber o perderemos terreno.
Ben Kerne asintió como atontado. No se imaginaba conversando racionalmente sobre ningún tema, menos aún sobre negocios. Lo único que podía imaginar era caminar de nuevo por los pasillos del hotel de la Colina del Rey Jorge, con un hombro contra la pared y la cabeza agachada examinando el suelo. Iba por un pasillo y volvía por otro, cruzaba una puerta cortafuegos y subía las escaleras para atravesar otro pasillo. Seguía y seguía, como un espectro, hasta el infinito. De vez en cuando pensaba en el dinero que se habían gastado para reformar el hotel y se preguntaba qué propósito tenía continuar gastando más. Se preguntaba qué objeto tenía cualquier cosa en ese momento y luego intentaba dejar de pensar.
Eso fue la noche anterior. Dellen tenía pastillas, pero no quiso tomarlas.
Miró a Alan. Lo vio como a través de una niebla, como si tuviera un velo entre los ojos y el cerebro. Intuía al joven, pero carecía de la capacidad necesaria para procesar lo que veía. Así que dijo:
– Adelante. Lo entiendo. -Aunque no quería hacer lo primero y no era verdad lo segundo.
Estaban en el despacho de marketing, una antigua sala de conferencias pequeña que daba a lo que antes era la recepción. En la época en la que el hotel estaba abierto, seguramente se empleaba para reuniones de personal. En la pared todavía había colgada una pizarra vieja manchada con letras fantasmagóricas, sin duda obra de un director que llamaba a sus tropas a la acción, a juzgar por el excesivo subrayado. Debajo de esta superficie para escribir y rodeando la habitación, el revestimiento de las paredes tenía agujeros y, arriba, el papel descolorido mostraba escenas de caza. Los Kerne habían decidido dejarlo todo como estaba cuando compraron el hotel. No lo vería nadie excepto ellos, decidieron, y podían invertir el dinero más provechosamente en otra parte.
Y ése era el objetivo de la reunión con Alan. Ben atendió a lo que estaba diciéndole el joven y escuchó:
– … debemos plantearnos el coste como una inversión para obtener resultados. Además, es un gasto único, pero no se trata de un producto de un uso único, así que amortizaríamos lo que gastáramos produciéndolo. Si tenemos cuidado y evitamos una imagen que quede anticuada, nos irá bien. Ya sabes a qué me refiero: no sacar planos de coches, eludir lugares que puedan resultar anacrónicos dentro de cinco años y utilizar sitios que tengan historia, cosas de ese estilo. Mira. Esta muestra llegó el otro día. Ya se la he enseñado a Dellen, pero seguramente… Bueno, seguramente no te lo habrá mencionado, y es comprensible.
Alan se levantó de la mesa de reuniones -un mueble de pino lleno de marcas y rayones con innumerables quemaduras de cigarrillos olvidados- y se acercó al vídeo. Mientras hablaba se había puesto colorado de un modo febril y Ben especuló, no por primera vez, sobre la relación de su hija con este hombre. Creía saber la razón que escondía la decisión de Kerra de elegir a Alan y estaba bastante seguro de que se equivocaba con él en más de un sentido.
Él y Alan mantenían su reunión habitual sobre estrategias de mercado. Ben no había tenido la voluntad necesaria para cancelarla. Ahora estaba sentado en silencio, planteándose cuál de los dos era el cabrón con menos corazón: Alan por seguir adelante como si aparentemente no hubiera ocurrido nada o él por estar presente. Dellen debía acudir, ya que también trabajaba en el departamento de marketing, pero no se había levantado de la cama.
En la pantalla comenzó una película promocional. Mostraba un centro turístico en las islas Sorlingas: un hotel y un balneario de lujo con campo de golf. No atraería al mismo tipo de clientela que Adventures Unlimited, pero Alan no se lo enseñaba por eso.
Una voz en off melosa hacía los comentarios, un discurso para el centro turístico. Mientras la voz recitaba el panegírico esperado, la película que la acompañaba mostraba imágenes del hotel sobre arenas blancas, clientes del balneario disfrutando de los cuidados de masajistas ágiles y bronceados, golfistas golpeando pelotas, gente cenando en las terrazas y en habitaciones iluminadas con velas. Era el tipo de película que se mostraba a las agencias de viajes. Ellos también podían hacerlo, pero con una base de intereses mucho más amplia. Esto, por lo tanto, era lo que Alan quería: el permiso de Ben para buscar otra forma más de vender Adventures Unlimited.
– Como ya he mencionado, están entrando reservas -dijo Alan en cuanto terminó la película-, y es genial, Ben. Ese artículo que publicaron sobre ti en el Mail on Sunday y lo que estás haciendo con este lugar ha sido un vehículo de promoción sumamente útil. Pero ha llegado el momento de examinar el potencial para un mercado mayor -contó con los dedos-: familias con niños de seis a dieciséis años, colegios privados que programen cursos de madurez de una semana para sus alumnos, solteros que busquen encontrar el amor de su vida, viajeros maduros en buena forma física que no quieran pasar sus años dorados meciéndose en alguna terraza. Luego están los programas de rehabilitación, programas de excarcelación anticipada para jóvenes delincuentes, programas para jóvenes de zonas deprimidas. Ahí fuera hay un mercado enorme y quiero que le saquemos provecho.