A Alan se le había iluminado el rostro, tenía las orejas coloradas y los ojos centelleantes. «Entusiasmo y esperanza», pensó Ben. Eso o los nervios.
– Tienes grandes planes -le dijo a Alan.
– Espero que me contrataras por eso. Lo que tienes aquí, Ben… Este lugar, su ubicación, tus ideas… Invirtiendo en áreas con posibilidades de generar beneficios, estás ante la gallina de los huevos de oro. Te lo juro.
Entonces Alan pareció examinarle, igual que Ben había hecho con Alan. Sacó la cinta del vídeo, se la entregó y puso una mano en el hombro de Ben momentáneamente.
– Vuelve a verla con Dellen cuando os sintáis capaces -dijo-. No hay que tomar una decisión hoy, pero… hay que hacerlo pronto, eso sí.
Ben cerró los dedos en torno a la caja de plástico. Notó las pequeñas marcas contra su piel.
– Estás haciendo un buen trabajo. Organizar el artículo del Mail on Sunday fue una idea brillante…
– Quería que vieras lo que podía hacer -le dijo Alan-. Te agradezco que me contrataras, si no seguramente me habría visto obligado a vivir en Truro o Exeter y no me habría gustado demasiado.
– Pero son sitios mucho mayores que Casvelyn.
– Demasiado grandes para mí si Kerra no está. -Alan soltó una carcajada que sonó nerviosa-. Ella no quería que formara parte de la plantilla, ¿sabes? Dijo que no funcionaría, pero mi intención es demostrarle que se equivoca. Este lugar… -Y extendió los brazos para abarcar todo el hotel-. Este lugar me llena de ideas. Lo único que necesito es alguien que las escuche y dé su aprobación cuando llegue el momento. ¿Has pensado en todos los usos que podemos darle al hotel en temporada baja? Hay sitio para conferencias y, adaptando un poquito la película promocional…
Ben desconectó, no porque no estuviera interesado, sino por el doloroso contraste que presentaba Alan Cheston respecto a Santo. Ahí estaba el celo que Ben había esperado que tuviera su hijo: alguien que abrazara con entusiasmo lo que se habría convertido en la herencia de Santo y de su hermana. Pero el chico no veía las cosas de ese modo. Anhelaba vivir la vida en lugar de construirse una vida. En eso diferían él y su padre. Cierto que sólo tenía dieciocho años y que quizá con la madurez habrían llegado el interés y el compromiso. Pero si el pasado era el mejor indicador del futuro, ¿no era razonable pensar que Santo habría continuado involucrándose en esas cuestiones que ya habían comenzado a definirle como hombre? El encanto y la búsqueda, el encanto y el placer, el encanto y el entusiasmo por lo que el entusiasmo podía conseguirle y no por lo que podía producir.
Ben se preguntó si Alan había visto todo esto cuando le había pedido trabajo en Adventures Unlimited. Porque Alan conocía a Santo, había hablado con él, lo había visto, lo había observado. Por lo tanto, sabía que existía un vacío. Había evaluado ese vacío y había considerado que él era el hombre que debía llenarlo.
– Así que si combinamos nuestros activos y presentamos un plan al banco… -estaba diciendo Alan cuando Ben le interrumpió, después de que la palabra «nuestros» penetrara en sus pensamientos como un golpeteo brusco en la puerta de su conciencia.
– ¿Sabes dónde tenía Santo su material de escalada, Alan?
La verborrea de Alan terminó de repente. Miró a Ben con evidente confusión. ¿Era fingida, no era fingida? Ben no sabría decir.
– ¿Qué? -espetó Alan. Y cuando Ben repitió la pregunta, pareció pensar su respuesta antes de darla-. Supongo que lo tenía en su cuarto, ¿no? ¿O quizá guardado con el tuyo?
– ¿Sabes dónde está el mío?
– ¿Por qué iba a saberlo? -Alan comenzó a guardar el aparato de vídeo. Un silencio flotó entre ellos. Un coche se detuvo fuera y Alan se acercó a la ventana mientras decía-: A menos… -Pero su respuesta se perdió cuando dos puertas se cerraron con fuerza al otro lado-. La policía. Otra vez ese agente, el que ha venido antes. Esta vez le acompaña una mujer.
Ben salió de la sala de reuniones de inmediato y fue al vestíbulo mientras la puerta principal se abría y el agente McNulty entraba. Lo precedía una mujer de aspecto duro con el pelo a lo Sid Vicious teñido de un color rojo que rayaba el violeta. No era joven, pero no era vieja. Lo miró fijamente, pero no sin compasión.
– ¿El señor Kerne? -preguntó, y procedió a presentarse como la inspectora Hannaford. Estaba allí para interrogar a la familia, le dijo.
– ¿A toda la familia? -quiso saber Ben-. Mi esposa está en la cama y mi hija ha salido en bici. -Tuvo la sensación de que aquella información hacía que Kerra pareciera no tener corazón, así que añadió-: Es el estrés. Cuando siente presión, necesita una vía de escape. -Y entonces tuvo la sensación de haber dicho demasiado.
– Hablaremos con su hija más tarde. Mientras tanto, esperaremos a que despierte a su mujer. Son cuestiones preliminares. No les robaremos demasiado tiempo, por ahora.
«Por ahora» significaba que habría un después. Con la policía, por lo general, era más importante lo que se insinuaba que lo que se decía.
– ¿En qué punto de la investigación están? -preguntó.
– Éste es el primer paso, señor Kerne, aparte de las pruebas forenses. Están empezando con las huellas: su equipo, su coche, el contenido de su coche. Trabajarán a partir de ahí. Tendremos que tomarles las huellas -dijo con un gesto que abarcó el hotel y obviamente se refería a todo el mundo que estaba allí-. Pero de momento, sólo son preguntas. Así que si puede ir a buscar a su mujer…
No le quedó más remedio que hacer lo que le pedía. Si no, habría parecido que no quería colaborar, así que no importaba en qué estado se encontrara Dellen.
Ben fue por las escaleras en lugar de coger el ascensor. Quería emplear la subida para pensar. Había muchas cosas que no quería que la policía supiera, temas tanto enterrados como privados.
En su dormitorio, Ben llamó a la puerta con suavidad, pero no esperó a oír la voz de su mujer. Entró en la oscuridad y avanzó hacia la cama, donde encendió una lámpara. Dellen estaba tumbada tal como la había dejado la última vez que la había visto: boca arriba, con un brazo doblado sobre los ojos. A su lado, en la mesita de noche, había dos frascos de pastillas y un vaso de agua. El borde del vaso estaba manchado con una media luna de pintalabios rojo.
Ben se sentó en el borde de la cama, pero ella no cambió de posición, aunque sus labios se movieron convulsivamente, así que supo que no estaba dormida.
– Ha venido la policía -dijo-. Quieren hablar con nosotros. Tendrás que bajar.
Movió la cabeza levemente.
– No puedo.
– Tienes que hacerlo.
– No puedo dejar que me vean así. Ya lo sabes.
– Dellen…
Ella bajó el brazo. Entrecerró los ojos por culpa de la luz y volvió la cabeza lejos de la lámpara y de él.
– No puedo y lo sabes -repitió-. A menos que quieras que me vean así. ¿Es lo que quieres?
– ¿Cómo puedes decir eso, Dell? -Ben le puso la mano sobre el hombro. Notó la tensión que recorrió su cuerpo en respuesta.
– A menos -giró la cabeza hacia él- que quieras que me vean así. Porque los dos sabemos que me prefieres de esta manera, ¿verdad? Me quieres así. Casi podría pensar que organizaste la muerte de Santo sólo para hacerme esto. Te resulta muy útil, ¿no?
Ben se levantó bruscamente y se dio la vuelta para que no pudiera verle la cara.