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Madlyn estaba satisfecha. Cadan lo percibía en su voz. Cuanto más tiempo llevaba su padre saliendo con Ione Soutar, más se inquietaba ella. Había sido la reina de la casa durante la mayor parte de su vida -gracias al salto final que dio la Saltadora poco después de que Madlyn cumpliera cinco años- y lo último que quería era que otra mujer usurpara su posición de Fémina Única. Había ejercido bastante poder desde ese lugar y nadie que tuviera el poder quería perderlo nunca.

Cadan recogió los periódicos de debajo de la percha de Pooh e hizo una bola para envolver los restos de comida y las copiosas excreciones matinales de su cuerpo. Extendió un ejemplar antiguo del Watchman debajo y dijo:

– Lo que tú digas. Nos vamos.

– ¿Os vais? ¿Adonde? -Madlyn frunció el ceño.

– A trabajar.

– ¿Cómo?

No hacía falta que pareciera tan asombrada, pensó Cadan.

– A Adventures Unlimited -le respondió-. Me han contratado.

Su rostro se alteró. Cadan vio cómo iba a tomarse aquella información: como una traición fraternal, por mucho que necesitara un trabajo remunerado. Bueno, que se lo tomara como quisiera. Le hacía falta una fuente de ingresos y los empleos eran prácticamente inexistentes. Aun así, tenía tantas ganas de enzarzarse en una conversación sobre Adventures Unlimited como las había tenido de enzarzarse en la conversación sobre Ione Soutar y la ruptura de ésta con su padre. Así que se colocó a Pooh en el hombro y dijo para cambiar de tema:

– Hablando de quedarse como una pasa, Mad… ¿Qué coño hacías con Jago anteanoche? Ése se arrugaría como hace cuarenta años, ¿no?

– Jago es un amigo -contestó ella.

– Lo entiendo. El tipo me cae bien, pero no me verás pasando la noche con él.

– ¿Acaso sugieres…? Eres repugnante, Cade. Si necesitas los detalles, vino a contarme lo de Santo, pero no quería decírmelo en la panadería, así que me llevó a la caravana porque le preocupaba cómo reaccionaría a la noticia. Se preocupa por mí, Cadan.

– ¿Y nosotros no?

– A ti no te caía bien Santo. No finjas que sí.

– Al final a ti tampoco. ¿O acaso cambió algo? ¿Volvió a ti arrastrándose, suplicándote que le perdonaras y declarándote su amor? -Cadan hizo un sonido de burla y Pooh lo imitó a la perfección-. Me parece que no.

– Agujeros en el ático -observó Pooh estridentemente.

Cadan hizo una mueca al oír el sonido tan cerca de su oído. Madlyn lo vio.

– Anoche te emborrachaste -le dijo-. Es lo que hacías en tu cuarto, ¿verdad? ¿Qué pasa contigo, Cade?

Deseó poder contestar a esa pregunta. Le habría encantado. Pero el hecho era que había ido a la licorería sin pensar y sin pensar había comprado la botella de Beefeater y también sin pensar se la había bebido. Se dijo a sí mismo que el hecho de que estuviera bebiendo en casa era admirable teniendo en cuenta que podría estar en un pub o sentado en una esquina en la calle o -peor aún- conduciendo mientras le daba a la botella. Pero en lugar de eso estaba comportándose de manera responsable: se destruía en silencio entre las cuatro paredes de su habitación, donde no haría daño a nadie salvo a sí mismo.

Con qué estaba relacionado todo aquello, no se lo había cuestionado. Pero mientras la resaca remitía -una bendición que no se producía hasta media tarde-, se percató de que se acercaba peligrosamente el momento de tener que pensar.

Y acabó pensando en su padre, y también en Madlyn y Santo. Pero no le gustaba la dirección que tomaban sus meditaciones cuando juntaba a esas tres personas en su cabeza, porque entonces, el cuarto pensamiento que aparecía como un tío pesado el día de Navidad era el asesinato.

Funcionaba así: Madlyn enamorada, Madlyn destrozada, Santo muerto, Lew Angarrack… ¿Qué? En el mar con su tabla de surf cuando no había ni una sola ola que mereciera la pena coger; desaparecido en combate y resuelto a no decir nada sobre dónde había estado. ¿A qué equivalían esas dos imágenes? ¿Una hija despechada? ¿Un padre enfurecido? Cadan no quería ampliar sus horizontes sobre el tema, así que pensó en Will Mendick: el abanderado del amor por Madlyn, del amor no correspondido por Madlyn, esperando a intervenir como paño de lágrimas en cuanto Santo Kerne por fin se quitara de en medio.

Pero ¿tendría Will Mendick acceso al equipo de escalada de Santo?, se preguntó Cadan. ¿Era Will el tipo de persona que recurriría a una manera tan astuta de deshacerse de alguien? Aunque la respuesta a ambas cuestiones era sí, ¿acaso la verdadera pregunta no era si Will estaba realmente tan colado por Madlyn como para librarse de Santo con la esperanza de tener algo con ella? ¿Acaso tenía sentido? ¿Por qué borrar a Santo de la vida de Madlyn cuando el propio Santo ya lo había hecho? A menos que la muerte de Santo no tuviera nada que ver con Madlyn… ¿No sería un alivio que así fuera?

Pero si tenía que ver con ella, ¿qué pasaba con Jago, entonces? Jago en el papel de Anciano Vengador. ¿Quién sospecharía de un viejo que temblaba como un barman agitando un martini? Apenas estaba en condiciones de sentarse en el retrete sin ayuda, menos aún en la forma física que se creía necesaria para matar a otro ser humano. Pero no había sido un asesinato directo, ¿no? Alguien había manipulado el equipo de Santo, según decía Kerra Kerne. Seguro que Jago podría haberse encargado de eso. Pero claro, también podría haberlo hecho cualquiera de los otros. Madlyn, por ejemplo. También Lew, y Will, y Kerra Kerne, y Alan Cheston, Papá Noel o el Conejito de Pascua.

Cadan tenía la cabeza embotada. De hecho, hacía demasiado poco que se le había pasado la resaca para poder pensar detenidamente sobre nada. No se había tomado ningún descanso desde que había llegado a Adventures Unlimited aquella mañana y ya se merecía uno. Tal vez un poco de aire fresco, e incluso un sándwich, le permitirían meditar con mayor claridad sobre aquellos pensamientos.

Pooh había tenido paciencia. Sin causar el más mínimo daño y dejando sólo un recadito de sus intestinos de pájaro, se había pasado horas contemplando a Cadan pintar los radiadores desde su posición en diversas barras de ducha. El loro también se merecía un poco de descanso y relax y seguramente no rechazaría un bocado de sándwich.

Cadan no se había traído ninguno de casa, así que tenía un pequeño problema. Pero podía remediarlo con una escapada rápida al Toes on the Nose y comprar comida para llevar. Ahora que su estómago había recuperado su estado normal, un sándwich de pan integral con atún y maíz le sonaba de maravilla, con patatas de acompañamiento y una Coca-Cola.

En primer lugar, tenía que trasladar el material de pintura a la otra habitación, algo que realizó deprisa. Se dirigió a las escaleras -renunciando al viejo ascensor chirriante que, francamente, le ponía los pelos de punta- y compartió con Pooh lo que vendría a continuación.

– Vamos al Toes on the Nose, así que compórtate. No digas palabrotas delante de las señoras -le dijo.

– ¿De qué señoras hablas?

La pregunta venía de detrás. Cadan se dio la vuelta. La madre de Santo Kerne había aparecido de la nada, como un espíritu que se hubiera materializado directamente a través del revestimiento. Estaba acercándose a él en silencio por la alfombra nueva. Iba otra vez vestida de negro, pero en esta ocasión matizado en el cuello por un pañuelo rojo ondulante que conjuntaba a la perfección con el rojo de sus zapatos.

Esos zapatos recordaron a Cadan, ridículamente, a una descripción que había oído una vez en El mago de Oz: la historia de dos viejas que se peleaban por unos zapatos rojos. Sonrió inconscientemente al pensar en aquello. Dellen le devolvió la sonrisa.