Un día tórrido, hace unos cinco años, nueve hombres, mujeres y niños en un pueblo de Vietnam del Sur controlado por el Vietcong fueron ejecutados por tropas estadounidenses en el «incidente» que está detrás de la reciente oleada de asesinatos que azota Miami, según declaraciones de un veterano ahora discapacitado que fue testigo ocular de los hechos.
– Testigo ocular -dijo-. ¡Diablos, es una expresión magnífica para la entradilla de una noticia. Es como si, después de leerla, uno ya no pudiera poner en duda la veracidad de lo que sigue.
Se saltó varios párrafos y luego comenzó a leer otra vez:
«Estoy asustado», ha dicho el testigo al comenzar su descripción de la atrocidad que considera el origen de los recientes asesinatos cometidos en Miami. El testigo, cuya identidad ha decidido proteger el Journal, ha referido el incidente con extraordinaria riqueza de detalles. «No estoy orgulloso de lo que hicimos», ha declarado.
Nolan se interrumpió y me miró.
– Apuesto a que los policías por poco han sufrido un síncope al leer esto.
Asentí.
– Bien -dijo-. Pronto estarán aquí.
Me dejó durante un momento para atender los teléfonos de su oficina.
No me quedaban muchas dudas respecto de lo que ocurriría con el hombre de la silla de ruedas. Ahora que el artículo había aparecido, le haría otra visita y él aceptaría que la policía lo interrogase. Siempre sucedía eso. Una vez que la historia se publicaba, podía repetirse cien mil veces. Era como si se hubiese vuelto inofensiva, corno si ya no fuese un recuerdo que palpita, furioso, en la imaginación.
De la memoria de Hilson saldrían los nombres y direcciones de los hombres de la unidad. Por primera vez tuve la impresión de que la nota casi había cumplido con su propósito. Sólo era, como todo, cuestión de tiempo. La declaración del hombre arrancaría al asesino de su escondite y lo sacaría a la luz. Y todo gracias a mí, pensé. Me sentía como si estuviese restregando mi triunfo en las narices de todos los temores que me habían inculcado en la vida: mi familia, Christine. No pude evitar sonreír.
La voz de Nolan interrumpió mi ensoñación.
– Han llegado.
Cuando nos apartábamos del escritorio, sonó el teléfono. Posé la vista en él, extrañado, y luego en Nolan, que se encogió de hombros.
– Te espero allí -dijo, y se marchó.
Entonces regresé y levanté el auricular y puse en marcha la grabadora simultáneamente. Observé alejarse a Nolan mientras acercaba el auricular a mi oído.
Pienso en ello. Trato de hacer memoria, pero mis recuerdos parecen una mancha borrosa más que un grabado. Me pregunto en qué momento perdí el poco control que me quedaba. Supongo que fue entonces, con esa primera llamada, cuando comencé a tomar conciencia de las paredes de la habitación en que me hallaba, a sentir que la succión del fondo de la piscina tiraba de mis piernas, arrastrándome bajo la superficie.
La llamada era del oficial de información pública del Pentágono. Hablaba en un tono cortante, militar, y empleaba con frecuencia expresiones castrenses.
– ¡Señor! -dijo-. He revisado personalmente esos registros que solicitó.
– ¿Y?
– Negativo, señor.
– ¿Qué quiere decir?
Noté una repentina sensación de calor en la frente.
– Bueno, nosotros conservamos todos los expedientes de hombres y unidades. He comprobado que la tropa que usted citó realmente estuvo llevando a cabo misiones de búsqueda y destrucción en ese sector del escenario de operaciones. Pero no pude hallar ningún documento del tal soldado raso Hilson ni de ningún teniente Peter O'Shaughnessy que operasen con esa unidad.
– ¿Con esa unidad no?
– Correcto. He repasado la lista de hombres heridos en combate durante ese período. La búsqueda de esos nombres ha resultado negativa también.
Se me trabó la lengua.
– ¿Tal vez en otro período?
– Es posible, señor. Pero he revisado a conciencia los archivos correspondientes a los meses cercanos. Es posible, si el año es incorrecto, que me equivoque. Pero dudo que en otro esa unidad haya estado operando en esa zona. Usted recordará, señor, que las unidades eran transferidas con cierta frecuencia.
– Está bien -dije.
Mi mente luchaba por asimilar aquella información. No se me ocurría ninguna otra pregunta.
– ¿Puedo preguntarle algo? -inquirió el oficial.
– Claro.
– ¿Acaso tiene esto algo que ver con los asesinatos que se han producido allí?
– Sí -respondí-. Tiene mucho que ver.
– Bueno -prosiguió-. Ojalá pudiera serle de más ayuda. Si necesita que verifiquemos otros nombres y fechas, sólo llámeme, señor. Me temo que la información que le he dado no resultará muy útil, especialmente para la policía. Pero no es difícil comprobar datos específicos como los que usted nos proporcionó.
– Gracias -dije.
– A sus órdenes -contestó, y colgó el auricular.
Miré el periódico que estaba sobre mi escritorio. Una mentira, pensé. Todo era mentira. Respiré profundamente para combatir la náusea. Me puse de pie y dirigí la vista hacia la sala de conferencias. A través del cristal vi a los detectives, que me esperaban.
Me senté junto a Nolan y le pasé una nota que decía: «Resultado de la búsqueda de Hilson y O'Shaughnessy en el Pentágono: negativo.» Subrayé tres veces «negativo». Nolan abrió mucho los ojos y me miró, consciente del vuelco que había dado la situación. Pero no tuvo tiempo de reaccionar, de salir de allí conmigo, porque Wilson asestó un manotazo a la mesa.
– ¡Hemos jugado limpio con ustedes! -gritó-. ¡Y ustedes consiguen una noticia, una noticia importantísima, y nos dejan al margen! Debería detenerlos a los dos por entorpecer el trabajo de la justicia.
– Escuchad -dije-, ha surgido un problema…
– ¡Claro que hay un problema! ¡Hay un maldito asesino ahí fuera, ustedes tienen la clave para encontrarlo y ni siquiera se dignan llamamos por teléfono! ¡Dios! ¡Qué hatajo de hipócritas! -Volvió a sentarse-. Quiero saberlo -dijo-. ¡Quiero saberlo todo! ¡No me oculten nada! ¡Maldición, podemos atrapar a ese tipo ahora! ¡Hoy mismo! Dígame dónde está ese «veterano discapacitado». ¡Quiero hablar con él! ¡Ahora!
Martínez intervino, también con la voz alterada, pero procurando contenerse.
– Creemos que ese tipo es un testigo material. Si es necesario, podemos regresar dentro de unos treinta minutos con una orden judicial. Pero espero no tener que llegar a eso. Hemos jugado limpio con ustedes -señaló, fijando los ojos en mí y luego en Nolan-. Y creo que ahora es su turno de jugar limpio con nosotros.
– Hay un problema -dijo Nolan.
– ¿Cuál es el jodido problema? -preguntó Wilson, acercando su rostro al mío.
Nolan también me miró.
– Díselo.
Titubeé, buscando las palabras.
– Hemos llamado al Pentágono esta mañana para contrastar la información. No consta en sus archivos el nombre de nuestro informante. Tampoco el del hombre que, según él, era el comandante de la compañía.
Wilson se echó hacia atrás en la silla.
– ¡Joder! -exclamó.
– Explícate -pidió Martínez.
– El tipo me dio un nombre falso. Un par de nombres falsos. No sé qué otras partes de su historia eran falsas.
Martínez asintió.
– ¿Me estás diciendo que no os molestasteis en verificarlo antes?
– Lo intenté.
– ¡Qué bien!
Por un momento se impuso el silencio en la habitación.
– Eso significa -terció Nolan segundos después- que ya no hace falta mantener su identidad en secreto. Es decir, si él mintió, no tenemos por qué protegerlo.
Me hizo una señal con un movimiento de cabeza.
– Cuéntanos -dijo Martínez, mientras extraía una libreta.
Wilson se inclinó hacia delante sobre la mesa y me clavó la mirada.