De vez en cuando oían un distante rugido, como si en los lejanos confines del inmenso corazón de la montaña yacieran monstruosas bestias encadenadas. Salaman oyó el sonido de su propia respiración agitada contrapuesto al distante tronar. El mundo pendía suspendido sobre él. Se encontraba en el centro, sepultado en la roca.
— Ahora giramos a la izquierda — ordenó Anijang.
Habían llegado a un lugar donde media docena de túneles irregulares irradiaban desde una galería central. El suelo de piedra era escarpado y áspero. La pendiente adquiría un ángulo incómodo. Las rodillas dolían al tener que — descender a tanta velocidad. Y a medida que bajaban, el túnel se estrechaba. Salaman comenzó a comprender por qué habían enviado a un grupo de niños y a un viejo encorvado como Anijang a esa misión. Hombres como Harruel y Konya serían demasiado corpulentos para surcar las galerías. Incluso a él, robusto y desarrollado para su edad, le resultaba difícil moverse por los sitios más estrechos.
— Dime, Salaman… ¿cómo crees que será todo cuando salgamos al exterior? — preguntó de pronto Thhrouk, sin que viniera a cuento.
Salaman, sorprendido por la pregunta, le miro por, encima del hombro.
— ¿Cómo voy a saberlo? ¿Crees que he estado allí alguna vez?
— Desde luego que no. Salvo el día de tu nombramiento, durante un instante. ¿Cómo crees que será?
Salaman vaciló.
— Extraño. Difícil. Doloroso.
— Doloroso? — repitió Sachkor —. ¿Por qué?
— En el exterior hay sol; quema. Y viento. Dicen que corta como un cuchillo.
— ¿Quién lo dice? — preguntó Thhrouk —. ¿Thaggoran?
— ¿No recuerdas cómo era todo, el día de tu nombramiento? Aunque sólo hayas estado allí un instante. Y habrás escuchado a Thaggoran cuando lee las crónicas. En el exterior todo está expuesto. La arena te vuela en los ojos. La nieve es fría como el fuego.
— ¿Fría como el fuego? — se extrañó Sachkor —. El Salaman.
— Ya sabes a qué me refiero…
— No. No. No lo sé. Ése es el tipo de cosas que bien podría haber dicho Hresh…«Fría como el fuego»: no tiene sentido.
— Quiero decir que la nieve quema. Es una quemadura diferente de la que causa el fuego, o el sol — explicó Salaman.
Vio que le observaban como si estuviera loco. Comprendió que no era una buena idea explicarles todas esas cosas, aun cuando mentalmente hubiera cavilado mucho sobre ellas. Era un guerrero: no le correspondía pensar. Los demás descubrirían un aspecto de él que no deseaba revelar. Se encogió de hombros y añadió:
— En realidad, no sé una palabra acerca de todo esto. Sólo estaba aventurando…
— Por aquí… — les llamó Anijang —. ¡Éste es el camino!
Se interno en una negra abertura apenas más ancha que él.
Salaman miró a Sachkor y a Thhrouk, sacudió la cabeza y siguió al hombre. Había señales sobre los muros, franjas del color de la sangre y triángulos profundamente tallados, signos sagrados que advertían sobre la proximidad de Emakkis. De modo que, después de todo, Anijang sabía adónde les conducía: se estaban acercando al tercero de los cinco santuarios.
Ahora que Thhrouk habla despertado el pensamiento en él, Salaman se encontró una vez más cavilando sobre los cambios que se avecinaban. — Parte de él se resistía a creer que de verdad fuesen a abandonar el capullo. Pero todas esas semanas de preparación no podían echarse en saco roto. Se marcharían. ¿Se morirían de frío? No, no si Thaggoran y Koshmar estaban en lo cierto: la Nueva Primavera había llegado, decían. ¿Y quién era capaz de contrariarlos? Aun así, le atemorizaba la Partida. Alejarse del capullo, tan seguro y acogedor… dejar de lado todo lo que le era familiar y reconfortante en la vida… ¡Mueri! Era algo inquietante. Y ahora se hallaba más asustado que nunca, después de tanto hablar del sol abrasante, y de la nieve caliente, y del viento cruel que arrojaba arena a los ojos…
— ¿Qué es ese ruido? — preguntó Thhrouk, hundiendo una vez más los dedos en los hombros de Salaman —. ¿Lo oyes? Es un rumor detrás de las paredes, ¡Comehielos!
— ¿Dónde? — inquirió Salaman.
— Aquí. Aquí.
Salaman acercó el oído al muro. Sin duda, algo se oía allí dentro, un extraño murmullo, como si algo se deslizara. Se imaginó un enorme comehielos resoplante al otro lado de la pared, engullendo la piedra por instinto mientras ascendía hacia la cima del risco. Luego se echó a reír. Percibió un distante rumor líquido, un sereno murmullo húmedo.
— Es agua — dijo —. Por detrás de la pared fluye una corriente.
— ¿Una corriente? ¿Estás seguro?
— Óyela tú mismo — Propuso Salaman.
— Salaman tiene razón — indicó Sachkor al cabo de un rato —. No es ningún comehielos. Mira, por allí arriba se ve el agua que asoma.
— Ah — suspiró Thhrouk —. Sí. Tienes razón.!Yissou! No me gustaría toparme con un comehielos mientras deambulamos por aquí adentro…
— ¿Venís o no? — preguntó Anijang —. Seguidme u os perderéis, podéis estar seguros.
— Eso sí que no nos gustaría — rió Salaman.
Se apresuró a seguirlo, con tanta prisa que casi apaga la lámpara. Anijang les aguardaba en la entrada de una cámara que se bifurcaba del recinto en que se hallaban. Señaló hacia el interior, en dirección al icono sagrado de Emakkis, que yacía sobre un altar. De los cuatro, sólo Sachkor pasaba por la abertura.
Mientras Sachkor penetraba con cuidado en el santuario del Dador, Salaman permaneció de pie a un lado, aún pensando en la Partida y sus peligros e incomodidades, en lo desconocido, evocando una vez más la idea del sol contra el rostro, de la nieve, de la arena. Era una empresa portentosa, sí. Pero, en cierto modo, cuanto más pensaba en ella menos terrible comenzaba a resultarle. Salir tenía sus riesgos… Todo era un riesgo, no había más que riesgos, pero, ¿que otra alternativa les quedaba? ¿Seguir viviendo toda la vida entre este laberinto de cavernas oscuras y húmedas? ¡No! ¡No! Se dispondrían a la Partida, y sería algo glorioso. El mundo entero se extendía ante ellos. Su corazón comenzó a galopar. Los miedos se desvanecieron.
Sachkor emergió del nicho aferrando el icono de Emakkis. Temblaba y tenía el rostro desencajado.
— ¿Qué ocurre? — preguntó Salaman.
— Comehielos — murmuró Sachkor —. No, esta vez no era otra corriente. Eran de verdad. Oí cómo devoraban la roca justo al otro lado de la pared interior.
— No — se opuso Thhrouk — No puede ser.
— Pues entra y compruébalo por ti mismo — le invito Sachkor.
— Pero no quepo.
— Entonces no entres. Como te plazca. Yo oí a los comehielos.
— Vamos — indicó Anijang.
— Esperad — ordenó Salaman — Voy a ir. Quiero comprobar lo que oyó Sachkor.
Pero era demasiado robusto para entrar; al cabo de un rato de intentar deslizar los hombros por la estrecha abertura optó por desistir, y siguieron adelante, preguntándose qué habría sido en verdad lo que oyó Sachkor. Salaman halló la respuesta al otro lado de la curva. El muro de la caverna palpitaba con una profunda y pesada vibración. Posó la mano y tuvo la sensación de que allí dentro había algo que sacudía al mundo entero. Con cautela, levantó el órgano sensitivo y extendió una segunda vista. Sintió masa, volumen, poder, movimiento.
— Comehielos, sí — sentenció — Al otro lado de la pared. Están devorando la roca.
— ¡Yissou! — murmuró Thhrouk, haciendo un enjambre de signos sagrados — ¡Dawinno! ¡Friit! ¡Nos destruirán!
— No tendrán oportunidad — dijo Salaman, sonriendo — Porque nos marcharemos del capullo, ¿no os acordáis? ¡Cuando se acerquen al nivel de los habitáculos ya estaremos al otro lado del mundo!