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Estaban demasiado atemorizadas y exhaustas para obedecer con la rapidez que Salaman deseaba. Pero él las acarició, las mimó, les despertó los órganos sexuales como si en vez de entrelazarse quisiera copular con ellas, y al cabo de un rato sintió el inicio de una comunión con Weiawala. Luego Thaloin, tímida y temerosamente, comenzó a unírseles.

¿Entrelazarse con dos personas a la vez? ¿Quién hubiese osado imaginar algo semejante? Las imágenes le inundaron al principio en un caos que le dejó totalmente desconcertado. Pero Salaman se obligó a diferenciarlas y a abrirse paso entre ellas. Poco a poco la confusión le abandonó. Ante él se desplegó una maravillosa sensación de visión ilimitada.

— La segunda vista — urgió —. ¡Usad la segunda vista! Sí, muy bien…

Y vio.

Con la ayuda de sus compañeras pudo proyectar sus percepciones a los cielos, y más allá, al sur, al norte, al este, al oeste. Era una sensación prodigiosa, que producía vértigo. Lo que antes había sido un confuso retumbar ahora se había convertido en un trueno atroz, un martilleo poderoso que parecía un interminable terremoto. No provenía de las colinas del sur sino del norte, muy lejos. Antes sólo había distinguido la reverberación del mensaje que resonaba sobre las tierras altas del sur.

Vio las inmensas bestias rojas de los bengs, esos enormes animales rojos llamados bermellones. Formaban una inmensa horda: miles y miles. Era un mar escarlata de bermellones, una ondulante masa de criaturas gigantescas y lentas que cubrían la superficie de montañas enteras y llenaban un valle tras otro. Avanzaban en una estampida pavorosa y multitudinaria rumbo al sur, hacia la ciudad de Yissou.

Y con ellos, marchando entre ellos, conduciendo las inmensas bestias hacia la ciudad…

Los hjjks. Un colosal ejército de hjjks, de seres-insecto amarillos y negros que avanzaban en número incontable. Pudo ver sus inmensos ojos de facetas, llegó a oír el golpeteo terrorífico de sus salvajes picos.

Los hjjks se acercaban, avanzaban con los bermellones, barrían cuanto hallaban a su paso, en una ruta que conducía a la destrucción. Se acercaban a ellos.

Fue el entrelazamiento más extraño que Taniane había experimentado. Lo habían hecho después de copular, lo cual tal vez no fue una buena idea: a pesar de que sostenía que nunca antes se había apareado, Hresh lo había hecho bastante bien, aunque se había mostrado demasiado preocupado por actuar de forma correcta, y su inseguridad acabó por incomodar a Taniane. Tal vez parte de este sentimiento se había transmitido al entrelazamiento. Cuando ella le abrió el espíritu, él la invadió en una avalancha que la dejó sin aliento, pero casi al instante sintió que Hresh se reservaba algo, que levantaba barreras, que ocultaba aspectos de su alma. No era forma de entrelazarse. Y, sin embargo, sin embargo, a pesar de esa misteriosa reticencia, para ella había sido una comunión sobrecogedora, un acontecimiento inolvidable, poderoso, intenso. Sabía que sólo había visto una fracción de él, y a pesar de ello, había superado cualquier otra sensación que hubiera experimentado en sus anteriores entrelazamientos.

Cuando todo hubo terminado, permanecieron en silencio en la cámara de entrelazamiento, escuchando las ráfagas de viento cálido que se filtraban por entre las calles.

— ¿Puedo decirte una cosa, Hresh? — dijo ella después de un rato.

— ¿Es algo agradable?

— No estoy segura.

Él vaciló un momento.

— Dímelo, de todas formas.

Ella deslizó la mano por la suave piel de la cara interior de su brazo.

— No te lo tomarás a mal, ¿verdad?

— No lo sé…

— Muy bien. Muy bien. Quería decirte que… bueno… me has hecho descubrir cosas dentro de mí, Hresh, tan intensas que me atemorizan. Eso es todo.

— No sé cómo debo tomarme esto.

— Como un halago, de verdad.

— Eso espero. — Le acarició el brazo, y ambos perros permanecieron en silencio un rato. Taniane había apoyado la cabeza sobre el pecho de él y sentía el resonante palpitar de su corazón.

— ¿No te enseñó Torlyri que no debías reservarte nada al entrelazarte? — preguntó Taniane al cabo de un rato.

— ¿Acaso yo estaba ocultando algo?

— Eso me pareció.

— Me falta práctica, Taniane.

— Igual que a mí. Pero sé cómo debería ser el entrelazamiento, y sé que me ocultabas cosas, o al menos mantenías en reserva ciertas zonas, y eso me duele, Hresh. Es como si no confiaras en mí, como si en cierto modo me usaras…

— ¡No!

— No quiero que nos enfademos. Intento comunicarte mis sentimientos para que la próxima vez sea mejor para los dos. Quiero que haya una próxima vez, Hresh. Sabes que te digo la verdad. Una próxima vez, y otra, y otra…

— No estaba ocultando nada, Taniane.

— Muy bien. Quizá yo me equivoco.

Él se incorporó, se apoyó en un codo, y la miró de frente.

— Si he ocultado algo — explicó — era lo que he descubierto sobre el mundo, sobre el Pueblo, sobre los bengs, sobre el Gran Mundo… hechos que aún no he conseguido comprender, que me han conmovido como un terremoto, Taniane. Revelaciones tan gigantescas que apenas comienzo a desentrañarlas. Yacen en los límites de mi alma, y tal vez no quería transmitírtelas mientras nos entrelazábamos porque… porque n lo sé… porque hay algunas cosas que hieren mucho, y por eso las oculté…

— Cuéntame — pidió.

— No estoy seguro de que… — Cuéntame.

La estudió. Al cabo de un rato comenzó.

— ¿Te acuerdas cuando utilicé el Barak Dayir para que entráramos en el edifico de piedra verde, donde vimos a esos fantasmas de sueñasueños moviéndose…?

— Claro que sí.

— ¿Qué crees que era aquel edificio?

— Un templo. Un templo del Gran Mundo.

— ¿Un templo de quiénes?

Ella frunció el ceño.

— De los sueñasueños…

— ¿Y quiénes eran los sueñasueños? — preguntó Hresh.

Ella no respondió de inmediato.

— ¿Quieres saber qué se me ocurrió aquel día? — dijo vacilante.

— Sí.

— No te rías, ¿eh?

— Te juro que no.

— Se me ocurrió que los sueñasueños eran los humanos de los que hablan las crónicas, no nosotros. Es lo que dijeron los ojos-de-zafiro artificiales cuando llegamos a Vengiboneeza: nos equivocamos al creer que somos seres humanos, puesto que no somos más que una especie de animales inteligentes. No formamos parte del Gran Mundo. He temido esto desde que fuimos a aquel edificio. Pero sé que me equivoco. No puede ser cierto, ¿verdad? Es una insensatez, ¿no, Hresh? Probablemente los sueñasueños eran seres que procedían de otra estrella Y nosotros somos los seres humanos, tal como siempre lo hemos creído.

— No. No somos seres humanos.

— ¿No?

— He visto las pruebas. No hay forma de negarlo. Por todas las ruinas del Gran Mundo se ven estatuas de los Seis Pueblos, y nosotros no aparecemos entre ellos. En cambio, los sueñasueños sí. Y en la antigua Vengiboneeza hay — un lugar (lo he visto, Taniane, en una ilusión que logré mediante una máquina del Gran ¡Mundo) donde tenían toda clase de animales; no seres civilizados, sino criaturas salvajes. Y había una jaula donde estaban nuestros ancestros. Casi iguales a nosotros. Y en una jaula, para ser exhibidos. Animales…