— No, Hresh.
— Animales muy, inteligentes. Tan listos, que construyeron capullos para nosotros cuando llegó el Largo Invierno, o tal vez fuimos nosotros mismos quienes los construimos, no sé, y nos los dejaron para aguardar ti que terminara el frío. Y Dawinno nos transformó, y nos concedió más inteligencia, tanta que interpretamos mal las crónicas s supusimos que los seres humanos éramos nosotros. Pero no. No somos humanos. El anciano de los bengs también lo sabe. Su pueblo jamás pensó, ni por un instante, en que eran los mismos humanos que poblaron el Gran Mundo…
— Pero si, tal como dicen las crónicas, los seres humanos han de heredar la Tierra ahora que el invierno ha concluido…
— No — corrigió Hresh —. Los humanos han desaparecido. Supongo que murieron durante el Largo Invierno, salvo Ryyig, el Sueñasueños, quien tal vez haya sido el último. Nosotros vamos a heredar la Tierra. Pero para eso debemos convertirnos en humanos, Taniane.
— No acabo de entenderte. Si no somos humanos, cómo lograremos…
— Viviendo como seres humanos. Actualmente ya casi lo hacemos. Tenemos un lenguaje, sabemos escribir, registramos la historia. Podemos construir y enseñar a nuestros hijos. Ésas son características humanas, no propias de los animales. Los animales actúan por instinto. Nosotros nos basamos en nuestros conocimientos. ¿Lo ves? ¡No sólo los sueñasueños fueron humanos, Taniane, sino también los Seis Pueblos del Gran Mundo! Los humanos, los ojos-de-zafiro, los vegetales…
— ¿También los hjjks? ¿Humanos?
Hresh vaciló.
— Si «humano» significa civilizado, sí. Si significa tener capacidad de aprender, y de crear cosas, y de transformar el mundo, sí. Incluso los hjjks son humanos según estos parámetros. De una clase distinta, eso es todo. Y nosotros también seremos humanos. Los nuevos humanos, los humanos más recientes, si seguimos creciendo, y construyendo, y pensando. Pero primero debemos marcharnos de Vengiboneeza y crear algo que sea realmente nuestro, no debemos limitarnos a permanecer aquí ocultos entre estas ruinas, tenemos que construir una Vengiboneeza propia, una civilización que no sólo sea una superposición sobre las ruinas de otra. ¿Comprendes lo que te digo?
— Sí. Creo que sí, Hresh. Es casi lo mismo que decía Harruel.
— Sí. De algún modo él lo comprendía y se marchó para llevar a cabo lo mismo que nosotros debemos realizar. Tal vez sea un hombre rudo y cruel, pero ha comenzado a construir. Y ésa es también nuestra tarea. Debemos mirar hacia el pasado y a la vez hacia el futuro. Así nos convertiremos en seres humanos: en personas que perpetúan las cosas, que crean vínculos entre lo que fue y lo que será. Por eso es tan importante que terminemos de explorar estas ruinas y que hallemos cuanto sea útil del Gran Mundo. Y debemos llevarlo con nosotros cuando nos marchemos de Vengiboneeza, y emplearlo por nuestra cuenta para construir lo que necesitemos. — Ahora sonreía —. No hemos salido de exploración desde que llegaron los bengs, ¿no es cierto? Pero esta noche pasada he salido solo y he encontrado un inmenso depósito de objetos nuevos, al otro lado de la ciudad. Los bengs me atraparon antes de que pudiera entrar. No sé si ellos se dan cuenta de lo que contiene, pero de todas formas quieren mantenernos alejados. No podemos permitirlo. Regresemos, tú y yo. Vayamos a averiguar qué se esconde allí. ¿Quieres? ¿Vendrás, Taniane?
— Desde luego. ¿Cuándo iremos?
— Dentro de un día, dos días. Pronto.
— Sí. Pronto.
Hresh se acercó a ella, y Taniane creyó que tal vez quería volver a entrelazarse, pero sólo le dio un abrazo. Luego se puso en pie de un salto, y le tendió la mano para que ella también se incorporara. Debía encontrar a Koshmar, dijo Hresh. Debía analizar todas estas cuestiones con ella. Y luego, había otras cosas importantes que hacer. Siempre cosas que hacer, cosas que analizar. Y se marchó, dejándola de pie, sacudiendo la cabeza.
Hresh, pensó. ¡Qué extraño eres, Hresh! ¡Pero qué maravilloso!
La cabeza le daba vueltas. No somos humanos… debemos llegar a serlo… debemos construir… debemos tocar el pasado y el futuro…
Salió a pasear por la plaza para intentar serenarse. Alguien se le acercó por detrás. Haniman.
— Entrelázate conmigo — susurró.
— No.
— Sigues negándote.
— Déjame sola, Haniman.
— Entonces, copulemos…
— ¡No!
— ¿Ni siquiera eso?
— ¿Quieres dejarme en paz?
— ¿Qué te ocurre, Taniane? Pareces muy alterada.
— Lo estoy.
— Dime qué te pasa.
— Lárgate.
— Sólo quiero que te encuentres mejor. Es una vieja tradición humana, supongo que ya la sabes… Cuando la mujer está preocupada, el hombre trata de consolarla…
— ¡No somos humanos! — gritó exasperada.
— ¿Qué?
— Eso dice Hresh. Tiene pruebas. Sólo somos animales, como decían los guardianes del portal. Los sueñasueños eran los humanos, y ahora están muertos. Tú eres sólo un simio con cerebro desarrollado, Haniman, igual que yo. Ve y pregúntaselo a Hresh, si no me crees. Ahora déjame en paz, ¿quieres? ¡Déjame sola! ¡Déjame sola!
Haniman la miró, atónito.
Luego retrocedió. Taniane se quedó mirándolo, con una mano sobre la boca.
En la oscuridad de la capilla, entre el humo que se elevaba desde los rescoldos del fuego, Koshmar vio que unas figuras enmascaradas se movían ante ella. Ésta, con el terrible pico amenazador, era Lirridon. Ésa era Nialli, con la máscara negra y verde con púas rojas. Y aquélla, Sismoil, sin rasgos, enigmática. Aquélla, Thekmur. Y Yanla. Y ésta, Vork.
Se aferró al altar para no perder el equilibrio. Estaba cubierta de un sudor frío, y detrás del esternón sentía un agudo dolor.
Tenía la garganta seca y sabía que ningún océano lograría calmar esa sed.
— Koshmar — empezó Thekmur —. Pobre y triste Koshmar…
— Pobre Koshmar, das lástima — lamentó Lirridon.
— Lloramos por ti, Kosmar se condolió Nialli.
Contempló a las fantasmales figuras que se movían ante ella y sacudió la cabeza con furia. Lo último que deseaba era la compasión de sus predecesoras.
— No — las interrumpió, y la voz se le quebró a mitad de camino, como un sonido ronco y hueco —. ¡No debéis compadecerme!
— Ven con nosotras — invitó Yanla, quien había sido cabecilla hacía tanto tiempo que de ella sólo recordaba el nombre y e casco —. Ven a descansar en nuestros brazos. Has sido cabecilla durante suficiente tiempo…
— ¡No!
— ¡Descansa junto a nosotras! — dijo Vork —. Duerme en nuestro regazo y conocerás la alegría de la paz eterna.
— ¡No!
Thekmur, quien había sido como una madre para ella, se puso de rodillas a su lado y murmuró incitadora:
— Nosotras llegamos a la edad límite y nos marchamos al frío dispuestas a morir. ¿Por qué te aferras con tanta ferocidad a la vida, Koshmar? Has pasado el límite de edad. Estás agotada. Descansa ahora, Koshmar…
— El Invierno ha terminado. Ya no hay ningún lugar frío. En la época de la Nueva Primavera ya no observamos la costumbre del límite de edad.
— ¿La Nueva Primavera? — preguntó Sismoil —. ¿De verdad ha llegado? ¿Eso crees? ¿Realmente es la Nueva Primavera?
— ¡Sí! ¡Sí!
— Duerme, Koshmar. Que otra mujer tome el mando. Has perdido la mitad de la tribu…
— ¡No la mitad! ¡Sólo unos cuantos!
— Los bengs invaden tu territorio…
— ¡Aniquilaré a los bengs!
— Una mujer más joven se prepara para el poder. Dáselo, Koshmar…
— Cuando llegue el momento, y no antes.
— El momento ha llegado.