Выбрать главу

Descansó con la mente en blanco, dejando que su espíritu fuera a la deriva en la negrura tranquilizadora del vacío. Al cabo de un rato parpadeó y volvió a sentarse, y vio que se aproximaba otro visitante. Distinguió la característica figura de Torlyri, con sus bandas blancas, que se acercaba a ella sonriendo y agitando la mano.

— Por fin te encuentro — exclamó Torlyri —. Hresh me dijo que estabas por aquí.

¿Tú también?, pensó Koshmar. ¿Vienes a importunarme con ese asunto?

— ¿Hay algún problema? — preguntó.

Torlyri pareció sorprenderse.

— ¿Problema? No en absoluto. El sol brilla radiante. Todo marcha bien. Pero has estado fuera medio día. Te echaba de menos, Koshmar. Deseaba estar contigo, sentirte cerca de mí. Disfrutar el placer de tu presencia, que ha sido la dicha más grande de mi vida.

Koshmar no halló consuelo en las palabras de Torlyri. En ellas había un aire de falsedad, de poca sinceridad. Resultaba duro pensar que la dulce Torlyri se mostraba falsa, ella que siempre había sido el alma de la verdad y el amor. Pero Koshmar sabía que sus palabras se debían a un sentimiento de culpabilidad, y no al amor que alguna vez le había inspirado Koshmar. Eso había terminado. Torlyri ya no era la misma. Lakkamai la había transformado, y el Hombre de Casco había rematado la labor.

— Tenía que reflexionar, Torlyri. Me fui sola para poder hacerlo.

— Estaba preocupada. Pareces muy cansada.

— ¿Ah, sí? Nunca me había encontrado mejor.

— Querida Koshmar…

— ¿Te parezco enferma? ¿He perdido el lustre del pelaje? ¿Mis ojos ya no brillan?

— He dicho que parecías cansada — se defendió Torlyri —. No que estuvieras enferma.

— Ah. Has dicho esto.

— Siéntate aquí conmigo — rogó Torlyri. Se dejó caer sobre una suave losa de mármol rosado que se extendía en el extremo opuesto con el rostro boquiabierto de un ojos-de-zafiro, pura mandíbula y dientes. Indicó a Koshmar que se acercara a ella Colocó la mano con suavidad sobre la muñeca de la cabecilla, y la acarició.

— ¿Querías decirme algo? — preguntó Koshmar, al cabo de un rato.

— Sólo quería estar contigo. ¡Mira qué hermoso día! La Nueva Primavera avanza y el sol cada vez brilla más alto…

— En efecto.

— Kreun está encinta. Espera un hijo de Moarn. Y Bonlai está preñada con un hijo de Orbin. La tribu crece.

— Sí. Es estupendo.

— Praheurt y Shatalgit pronto tendrán un segundo hijo. Han pedido a Hresh que si es niña le ponga el nombre de tu madre, Lissiminimar.

— Ah — contestó Koshmar —. Me encantará volver a oír este nombre.

Se preguntó cómo andarían las relaciones de Torlyri con el Hombre de Casco. Nunca se atrevía a preguntárselo. De algún modo, Koshmar había logrado tolerar la relación de Torlyri con Lakkamai, incluso que formaran pareja. Pero un hombre como Lakkamai, parco y al parecer bastante vacío, no constituía ninguna amenaza para ella. Entre Torlyri y Lakkamai no había más que placer físico. Pero esto, con el Hombre de Casco… Cada vez que estaban juntos Torlyri volvía con un aire tan alegre… pasaba largas horas en el asentamiento de los bengs. No. Esto era distinto. Iba mucho más allá…

La he perdido; pensó Koshmar.

Después de otra pausa, Torlyri comentó:

— Los bengs nos van a ofrecer otra de sus fiestas, dentro de una semana. Hoy se lo oí decir al propio Hamok Trei. Quieren que todos vayamos, y nos ofrecerán sus vinos más añejos, — y sacrificarán las mejores reses. Es para celebrar el día del dios Nakhaba, que creo que es el más importante de todos sus dioses.

— ¿Qué me importa cómo llaman los bengs a sus dioses? — espetó Koshmar —. Sus dioses no existen, son fantasías.

— Koshmar…

— ¡No habrá fiestas con los bengs, Torlyri!

— Pero… Koshmar…

De repente se dio la vuelta para encararse a la mujer de las ofrendas. Una súbita idea acudió a su mente con tal intensidad que la mareó y la dejó sin aliento.

— ¿Qué dirías si te comunicara que dentro de dos o tres semanas nos marchamos de Vengiboneeza, dentro de un mes a lo sumo…?

— ¿Qué?

— Y que por lo tanto necesitaremos todo el tiempo posible para preparar la marcha. No podemos malgastar tiempo en los banquetes de los bengs.

— Irnos de Vengiboneeza.

— Aquí sólo hay problemas, Torlyri. Lo sabes igual que yo. Hresh ha venido a pedirme que nos marchemos. No quise hacerle caso, pero luego he visto la verdad, el camino se me reveló. Me pregunté qué debíamos hacer para salvarnos, y la respuesta fue que debemos irnos de esta ciudad. Es un lugar muerto, Torlyri. Mira: ¿no ves cómo se burlan de nosotros los ojos-de-zafiro? Nos encuentran ridículos. Vinimos para buscar cosas del Gran Mundo que nos fueran de utilidad, y nos hemos quedado… ¿cuántos años, ya? En una ciudad que no nos pertenece, donde cada piedra se ríe de nosotros. Y ahora, se ha convertido en una ciudad llena de extraños arrogantes que llevan trajes ridículos y veneran dioses imaginarios…

La alarma se encendió en los ojos de Torlyri. Koshmar lo advirtió y comprendió entristecida que su ardid había tenido éxito. Que había conseguido arrancarle la verdad a Torlyri, eso que tanto temía pero que necesitaba averiguar desesperadamente.

— ¿Lo dices en serio? — balbuceó Torlyri.

— Estoy organizando el plan, y lo daré a conocer dentro de muy poco tiempo. Nos llevaremos todo lo que pueda sernos de utilidad, y todos los objetos extraños que Hresh y sus Buscadores han encontrado. Y nos marcharemos a las cálidas tierras del sur, como hicimos años atrás. Harruel tenía razón. Esta ciudad está envenenada. Él no consiguió convencerme y se marchó. Harruel es un tonto, va demasiado deprisa. Pero en este caso comprendió la situación con mayor claridad que yo. Nuestro tiempo en Vengiboneeza ha concluido, Torlyri.

La mujer de las ofrendas parecía aturdida.

Koshmar se acercó a ella con renovadas energías. En su interior se había encendido una pasión perdida durante semanas, durante meses.

— Ven, amada Torlyri, querida Torlyri. Estamos solas. Entrelacémonos. Hace mucho tiempo que no lo hacemos, ¿verdad? Y luego volveremos al asentamiento… — propuso impetuosamente.

— Koshmar… — comenzó Torlyri, pero la voz se le quebró.

— ¿Nos entrelazamos?

A Torlyri le comenzaron a temblar los labios y las aletas de la nariz.

Las lágrimas le asomaban a los ojos.

— Sí, me entrelazaré contigo, si así lo deseas… — aceptó Torlyri en voz baja y ahogada.

— ¿No lo deseas tú también? Has dicho que habías estado buscándome para poder disfrutar de mi compañía. ¿Conoces alguna otra forma mejor de compañía que el entrelazamiento?

Torlyri bajó la vista.

— Hoy ya me he entrelazado — confesó —. Es mi deber, ¿comprendes? Alguien necesitado del consuelo de la mujer de las ofrendas vino a verme y no pude negarme, y…

— Y estás muy cansada para volver a hacerlo tan pronto…

— Sí. Eso es.

Koshmar la miró de frente. Torlyri esquivó sus ojos.

No se entrelazará conmigo, pensó Koshmar; porque entonces me abriría su alma y yo vería la profundidad de su amor por el Hombre de Casco. ¿Se trataba de esto? No. No. Hace poco que nos hemos entrelazado y ya he descubierto lo que siente por ese hombre. Y ella sabe que lo he visto. Quiere ocultarme alguna otra cosa. Algo nuevo. Tal vez algo más grave. Y creo saber de qué se trata.

— Muy bien — dijo Koshmar —. Puedo pasar sin entrelazarme esta tarde, creo.

Se puso en pie e indicó a Torlyri que la imitara.

— Koshmar, ¿de verdad vamos a marcharnos de Vengiboneeza dentro de unas semanas?

— Un mes, tal vez. Acaso seis semanas…

— Hace un momento has dicho un mes como mucho…