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Nadie cuestionaba el liderazgo de Taniane ni el de Hresh. Ambos marchaban a la cabeza de la tribu. Taniane daba las órdenes, pero con frecuencia consultaba a Hresh, quien escogía la ruta de cada jornada. Le resultaba fácil encontrar el camino, pues aunque habían transcurrido estaciones enteras desde que el grupo de Harruel había pasado por estas tierras, los ecos de sus almas seguían habitando el bosque. Y Hresh, con una ligera ayuda del Barak Dayir, los oía sin dificultad y seguía sus pasos. Ahora que dejaban el bosque atrás, no necesitaba valerse de la Piedra de los Prodigios para seguir el rastro de Harruel. El alma oscura del rey, allí en el valle, emitía una música estridente e inconfundible.

— Ya falta muy poco — anunció Hresh —. Siento su presencia por todas partes.

— ¿La de los hjjks? —, preguntó Taniane —. ¿O la de Harruel y su pueblo?

— Amas. Al norte, un número incontable de hjjks. Y delante, allí abajo, en esa formación circular que se abre en el valle, la ciudad de Harruel. En el centro, donde se ve la vegetación oscura.

Taniane miró, como si tuviera un muro delante.

— ¿Crees que tendremos éxito, Hresh? ¿No nos devorarán esos millones de insectos? — dijo al cabo de un rato.

— Los dioses nos protegerán.

— Ah… ¿Lo harán?

Hresh sonrió.

— Se lo he pedido personalmente. Incluso a Nakhaba.

— ¡Nakhaba!

— También se lo pediría al dios de los hijks si supiera su nombre. Al dios de los bermellones. Al dios de los aguazancos, Taniane. A todos los dioses del Gran Mundo. Al desconocido e incognoscible dios Creador. Nunca será excesiva la ayuda que nos brinden los dioses. — La aferró por el brazo y la atrajo hacia él, para que viera la convicción que ardía en sus ojos. Con voz grave, continuó —: Todos los dioses nos defenderán hoy, puesto que estamos cumpliendo su designio. Pero Dawinno nos defenderá en especial, ya que ha eliminado un mundo entero para que nosotros lo heredemos.

— Pareces muy seguro de ello, Hresh. Ojalá yo tuviese tanta confianza como tú.

¿Seguro? Por un instante de locura sintió que la duda le dominaba, y se preguntó si creía en algo de lo que estaba diciendo. La realidad del camino que habían elegido se abatió de pronto sobre él, y su voluntad, que le había llevado hasta tan lejos pareció debilitarse. Tal vez fueran las emanaciones de los numerosísimos hjjks lejanos que azotaban su alma. O tal vez fuera sólo la conciencia de la interminable labor que les esperaba si quería crear lo que anhelaba.

Sacudió la cabeza. Ese día vencería, y todos los siguientes. Pensó en su madre Minbain, que se encontraba allí abajo, en el valle, y en su hermano Samnibolon, hijo de Harruel, quien transmitía a la nueva era el nombre de su padre fallecido. No dejaría que muriesen tan pronto.

— Debemos acampar aquí — indicó a Taniane, Y luego, tú y yo seguiremos solos, para tomar las medidas defensivas.

— ¿Y si algún enemigo nos encuentra y perecemos mientras estamos allí solos? ¿Quién conduciría entonces a la tribu?

— La tribu ya ha tenido líderes mucho antes de que existiéramos nosotros. La tribu encontrará otros si desaparecemos. De todas formas, nada podrá afectarnos mientras hagamos lo que debemos.

Hresh la cogió por los brazos, tal como ella había hecho el día de la muerte de Koshmar, y le transmitió sus fuerzas. Taniane irguió los hombros, elevó el pecho con profunda inspiración. Sonrió y asintió. Volviéndose, dio la señal para que la tribu se dispusiera a pasar la noche allí.

Les llevó una hora levantar el campamento. Luego Hresh y Taniane dejaron a Boldirinthe y a Staip a cargo de todo y se alejaron a poca distancia al oeste y desde allí fueron hacia la derecha, siguiendo una ruta al norte.

Rumbo a la planicie que se extendía entre el asentamiento de Harruel y las columnas de los hjjks. Las sombras ya se alargaban cuando Hresh llegó al lugar que le pareció más conveniente, desde el cual podía mirar el terreno circular donde Harruel había elegido vivir. Desde esa distancia, Hresh advertía que el círculo debía ser un cráter de alguna clase, muy probablemente formado por el impacto de algún objeto caído desde gran altura. Seguramente fuese el impacto de una estrella de la muerte. Hresh pensó en la hipótesis, y se preguntó si en el sitio sé conservaría parte de la esencia de la estrella mortal. Pero no disponía de tiempo para investigar eso ahora.

Se habían llevado un objeto del Gran Mundo: Hresh cargaba un extremo y Taniane el otro. Era el tubo hueco de metal, con una esfera encapuchada que encerraba aquella región de incomprensible negrura, y de cuya abertura emanaba una luz sibilante y poderosa. Hresh lo asía por el extremo encapuchado. El metal era tibio al tacto. Hresh se preguntaba qué magia escondía ese objeto, y cómo conseguiría examinarlo sin que el tubo lo llevara con las antiguos usuarios, dondequiera que fuera.

— ¿Te parece bien aquí? — preguntó Hresh.

— Un poco más cerca del asentamiento — sugirió Taniane —. Si este plan que se te ha ocurrido tiene éxito y los hjjks caen en la confusión, podremos atacarlos por este lado mientras Harruel y sus guerreros se imponen por el flanco contrario.

— Bien — aceptó Hresh —. Nos acercaremos un poco más. Y el plan dará resultado, Taniane. Estoy seguro.

Prosiguieron un trecho más. La noche estaba ya cayendo. Taniane señaló un lugar algo elevado, donde encontraron una roca plana sobre la cual pudieron montar el tubo. Lo apuntalaron con otras rocas. Hresh lo colocó en la posición correcta. Y apenas quedó erguido, cobró vida y crepitó misteriosamente emitiendo luz. Una vez más sintió la insidiosa tentación que ejercía el objeto sobre él, su influjo hechicero. Pero estaba preparado para resistirlo. Dando un paso atrás, sometió a prueba el objeto arrojando una piedra hacia la capucha. EL circulo de luz brilló: azul, rojo, púrpura salvaje. La piedra desapareció en el aire.

Hresh musitó una plegaria de agradecimiento a Dawinno. Daba gracias al dios por los favores recibidos, pero además comenzaba a estar satisfecho de sí mismo. El plan se desarrollaba bien.

— ¿Cómo atraerás a los hjjks? — preguntó Taniane.

— Eso déjalo de mi cuenta — dijo Hresh.

Harruel no comprendía lo que estaba ocurriendo. Toda la tarde había aguardado con la tribu sobre el borde del cráter, viendo cómo los hjjks se acercaban cada vez más, y de pronto, al ponerse el sol, los seres-insecto se habían detenido con evidente intención de atacar el cráter al romper el alba. Había esperado morir ese día, cuando la Ciudad de Yisson recibiera el impacto de la embestida hjjk. En realidad, no sólo estaba dispuesto a morir, sino que lo deseaba, pues la vida había perdido todo atractivo para él. Estaba amaneciendo y más o menos el ataque había comenzado. Tanto él, como Salaman y Konya habían esperado una invasión metódica, brutalmente organizada, propia de los insectos. Al fin y al cabo, eso eran: una especie de insectos, aunque mucho más grande e inteligente.

Pero en lugar de eso, los hjjks parecían haberse vuelto locos.

La ruta que habían seguido tenía que conducirlos directamente al centro del cráter. Pero ahora Harruel observaba azorado cómo rompían filas. Su formación se desorganizaba en un enjambre salvaje y confuso. Miró sorprendido mientras los hjjks corrían de un lado a otro por la planicie, formando pequeños grupos que en seguida se deshacían, y volvían a unirse para dispersarse de nuevo. Todos hormigueaban sin propósito alrededor de un grupo que parecía mantener la posición en el centro del enjambre enloquecido.

— ¿Sería un truco? ¿Con qué objeto?

Y los bermellones también parecían haberse vuelto locos. Con la primera luz del alba, Salaman había llegado con la inquietante noticia de que había visto a las bestias gigantes salir en estampida hacia el oeste y desaparecer en un inhóspito terreno cenagoso que se extendía en esa dirección. Pero al cabo de un rato descubrieron que sólo la mitad de los bermellones había hecho eso. El resto, tras romper filas, andaba a la deriva por la planicie del norte en grupos de dos o tres, o solos. Prevalecía la más absoluta confusión. Seguía siendo peligroso que tantas bestias anduvieran merodeando cerca de la ciudad, pero pronto comprendieron un hecho indudable: los hjjks no podrían conducir al cráter a los monstruos como fuerza organizada de combate. Habían perdido por completo el control de los bermellones. Y, al parecer, también de sí mismos.