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El joven. guerrero Sachkor estaba más dispuesto a dejarse influir por Harruel. Era diligente y fiel, y no tenía interés en ser Buscador. Había llegado a la edad de la virilidad — parecía haber puesto los ojos en una niña llamada Kreun, quien acababa de estrenar su feminidad — y buscaba alguna forma de destacarse dentro de la tribu para captar la atención de la joven. Tal vez acercarse a Harruel fuese la manera. Harruel tenía ciertas dudas sobre la aptitud física de Sachkor como guerrero, ya que era delgado y no parecía muy fuerte. Pero al menos sabía andar a paso veloz y podía hacer un buen servicio como mensajero.

— Hay enemigos ocultos en las colinas — le confió Harruel —. Tienen ojos rojos y llevan unos cascos de aspecto terrorífico. Uno de estos días intentarán matarnos a todos. Debemos estar en constante guardia contra ellos.

A partir de entonces, cada mañana, Sachkor acompañaba a Harruel en sus correrías por las laderas. Parecía exultante con su nueva tarea y a veces era tal su euforia que salía corriendo como un salvaje por las pendientes boscosas en un exuberante estallido de celeridad. Harruel era más corpulento, más pesado y más viejo. Ni siquiera podía acercarse a su velocidad, lo cual le producía gran irritación. Ordenó a Sachkor que se mantuviera cerca de él.

— No es prudente que andemos separados. Si nos atacan, debemos mantenernos juntos — alegó el guerrero.

Pero jamás les atacaron. Vieron algunas bestias extrañas, pero muy pocas tenían aspecto hostil. De los Hombres de Casco, ni rastro. Con todo, no pasaba día sin que salieran de reconocimiento. Harruel pronto se hartó de la pueril charla de Sachkor, que se centraba casi siempre en alabar el denso y oscuro pelaje de Kreun y sus largas piernas elegantes. Pero se dijo que un guerrero debía estar dispuesto a soportar toda suerte de incomodidades.

Harruel reclutó unos pocos soldados más entre los jóvenes guerreros: Salaman y Thhrouk. Nittin también se unió a ellos, aunque no era guerrero sino progenitor. Alegó estar cansado de pasarse la vida entre criaturas. Y no había razón para seguir conservando la vieja estructura de castas del capullo, ¿no? Esto sorprendió a Harruel en un principio, pero no tardó en captar las ventajas del ofrecimiento de Nittin. Después de todo, cuando desafiara a Koshmar para obtener el poder, necesitaría el apoyo de todas las facciones posibles de la tribu. Nittin con sus relaciones entre las mujeres y los demás varones reproductores le abría nuevas posibilidades.

Con todo, su intento de reclutar a Staip no tuvo buenos resultados. Staip, medio año mayor que Harruel, era fuerte y competente, pero a la vez tenía cierto carácter anodino que, según Harruel, le daba una falta de disposición de espíritu. Hacía lo que le mandaban y carecía de iniciativa. Por eso, Harruel había creído que sería fácil reclutarlo. Pero cuando se dirigió a Staip y le habló del Hombre de Casco y de la amenaza que representaba, éste se limitó a mirarle inexpresivamente y a decir:

— Está muerto, Harruel.

— Sólo fue el primero. Hay otros en las colinas, dispuestos a caer sobre nosotros.

— ¿Eso crees, Harruel? — preguntó Staip, sin interés. No podía o no quería comprender la importancia de patrullar por la zona Al cabo de un rato, Harruel sacudió las manos con furia y se alejó.

Con Lakkamai, el cuarto de los guerreros experimentados, Harruel tuvo similares resultados. Lakkamai, silencioso y meditabundo, apenas prestó atención cuando Harruel se acercó a él. Antes de que Harruel hubiese terminado, le interrumpió con impaciencia:

— Esto no me concierne. No iré a trepar por las montañas contigo, Harruel.

— ¿Y si el enemigo está preparándose para atacar?

— Los únicos enemigos que hay están en tu mente perturbada — respondió Lakkamai —. Déjame en paz. Tengo mis propios problemas, y además hay mucho que hacer en la ciudad.

Lakkamai se alejó. Harruel escupió en donde había estado. ¿Mucho que hacer? ¿Qué podía ser más importante que la defensa de la ciudad? Pero sin duda, no lograría convencer a Lakkamai. Ni a él ni a los demás guerreros de edad. Parecía que sólo los jóvenes, llenos de ímpetu y de ambiciones sin encaminar, estaban dispuestos a unirse a la labor. Pues bien, que así sea, pensó Harruel. Ellos son los que necesitaré cuando parta a construir mi nuevo reino, de todas formas. No me hará falta Staip. Ni Lakkamai. Ni siquiera Konya.

A estas alturas Koshmar había descubierto que cada día algunos hombres partían en misteriosas excursiones a las colinas bajo las órdenes de Harruel. Le mandó llamar y le pidió una explicación.

Harruel le explicó con toda exactitud qué había estado haciendo, y por qué, y se dispuso a mantener una acalorada discusión.

Pero para su sorpresa la cabecilla no se opuso, Koshmar asintió con calma y dijo:

— Nos has prestado un buen servicio, Harruel. Los Hombres de Casco probablemente sean el mayor peligro que nos acecha.

— Las patrullas continuarán, Koshmar.

— Sí. Deben proseguir. Tal vez hay más hombres que quieran unirse a tu grupo. Sólo te pido que cuando organices un proyecto de este tipo, me lo hagas saber. Algunos creen que estás organizando tu propio ejército en las colinas, que planeas atacar al resto de la tribu y, ¿quién sabe? imponer tu voluntad sobre los demás.

Harruel montó en cólera.

— ¿Atacar a la tribu? ¡Pero eso es una locura, Koshmar!

— Sin duda. Lo mismo me parece a mí.

— ¡Dime quién ha divulgado semejantes rumores sobre mí! ¡Le arrancaré el pellejo y lo asaré vivo! ¡Le haré picadillo! ¿Un ejército propio? ¿Atacar a la tribu? ¡Dioses! ¿Quién me ha calumniado?

— Fue solamente un rumor insensato, y lo han lanzado como una suposición. Cuando me lo contaron no pude evitar echarme a reír, y quien me lo explicaba también reía, y admitió que no había mucho sentido común en una cosa así. Nadie te ha calumniado, Harruel. Nadie duda de tu lealtad. Ve, ahora. Recluta a tus hombres, continúa con las patrullas. Nos estás prestando un gran servicio — respondió Koshmar.

Harruel se alejó, preguntándose quién habría puesto semejantes ideas en la mente de Koshmar.

El único a quien había confesado las ambiciones que albergaba con respecto a derrocar a Koshmar, coronarse rey y tomar el control de la tribu era Konya. Y Konya no había querido unirse a él en sus patrullas. Sin embargo, a Harruel le costaba creer que Konya le hubiera traicionado. ¿Quién, entonces? ¿Hresh?

Mucho tiempo atrás, cuando Hresh acababa de ser nombrado cronista, él había acudido al niño con varias preguntas sobre el significado y la historia de la figura del rey. Más tarde, Harruel había decidido que no era prudente dirigir la atención de Hresh a tales asuntos, y nunca más volvió a tratar el tema con él. Pero Hresh tenía una mente peculiar y penetrante, y cuando se enteraba de algo lo rumiaba durante muchos días. Sabía relacionarlo todo.

Sin embargo, si Hresh había estado murmurando sobre él al oído de Koshmar, Harruel no veía qué podía hacer al respecto de momento. Tenía sentido pensar que Hresh era su enemigo, y actuar en consecuencia. Pero no era momento de hacer nada contra él. Primero tendría que considerar bien la situación. Había que vigilar al pequeño Hresh: era demasiado listo, percibía las cosas con demasiada claridad, tenía gran poder.

Harruel también calculó que si Koshmar se había mostrado tan satisfecha de que él saliera en patrullas de reconocimiento debía de ser porque eso le apartaba de su camino. Mientras él estuviera merodeando por las colinas la mitad del día, no representaría una amenaza para su autoridad dentro del asentamiento. Tal vez pensara que la situación la favorecía.