Y volvió la húmeda estación templada. Era invierno, y cuando los vientos frescos del este concluyeron y comenzaron las lluvias torrenciales, Torlyri comenzó a realizar sus ofrendas invernales. Como el sol aparecía bajo en el cielo, Hresh había dado en llamar invierno a aquella estación. Pero a Torlyri le resultaba extraño, dado lo apacible del tiempo. Se suponía que el invierno debía ser una estación fría. Habían llamado invierno a esa época dura que acababa de llegar a su fin, a ese Largo Invierno del mundo, cuando todo se congeló y los seres vivos tuvieron que buscar refugio.
Pero Torlyri comenzaba a descubrir la diferencia existente entre el Largo Invierno y un invierno común. Había ciclos largos y otros más cortos. El Largo Invierno había sido una oscura calamidad del mundo ocasionada por la caída de las estrellas de la muerte. El polvo y el humo se habían interpuesto en el cielo entre los rayos del sol y había descendido un frío atroz. Pero ése había sido un evento de grandes ciclos, a lo largo de inmensos períodos, que traía la desolación a intervalos aislados y distantes. Había sido enviado desde los cielos remotos, y todo el mundo había caído de rodillas ante él. Pasarían millones de años antes de que volviera a ocurrir algo semejante. Surgirían y caerían culturas enteras que no recordarían nada del último Largo Invierno del gran cielo, que no sospecharían la siguiente catástrofe que les depararía el futuro distante.
En cambio, el invierno ordinario no era más que una de las estaciones del ciclo corto. Era algo que difería notablemente en intensidad de una región a otra de la Tierra. Hresh había explicado por qué se producían las estaciones, aunque la idea seguía resultándole compleja. Tenía algo que ver con el movimiento del sol alrededor de la Tierra, o de la Tierra alrededor del sol, no estaba muy segura. Había una época del año en que el sol apenas se elevaba por encima del horizonte, y entonces era invierno. Aquella estación por lo general era fría — sin duda lo había sido cuando cruzaron las planicies, durante el primer año — pero en algunos lugares privilegiados se disfrutaba de una temporada apacible y templada. Y estaban en uno de esos sitios. Por esta razón los ojos-de-zafiro, que no podían tolerar el frío, habían escogido este emplazamiento para erigir su gran ciudad años atrás, antes de la llegada de las estrellas de la muerte.
Y así transcurrían las estaciones. Es invierno otra vez, pensó Torlyri, ha llegado nuestro invierno templado y húmedo. El tiempo pasa, y nosotros envejecemos.
La tribu crecía a marchas forzadas. Todos los que habían llegado a Vengiboneeza tras el largo viaje desde el capullo seguían con vida, y el asentamiento rebosaba de niños. Los que habían sido niños, antes de partir hacia Vengiboneeza, estaban al borde de la edad adulta: Taniane, Hresh, Orbin, Haniman. Casi tenían edad suficiente para ser iniciados en los misterios del entrelazamiento. Y no tardarían en aparearse. Y en tener sus propios hijos.
Torlyri se preguntó cómo sería tener un hijo. Sentir cómo una vida palpitante crecía en su interior día tras día hasta el momento en que pugnaba por salir. Se imaginó la hora en que tuviera que echarse entre las mujeres y abrir las piernas para dejar salir al vástago.
De niña no había prestado mucha atención al apareamiento ni a la procreación. Pero, desde hacía un año, la idea le rondaba por la cabeza. No era extraño pensar en eso ahora que había llegado la Nueva Primavera. Desde que las costumbres se modificaron, se habían formado muchas familias dentro de la tribu, y quienes hasta el momento no habían encontrado pareja al menos se habían detenido a pensar en la idea. Hasta Koshmar se había burlado por la algarabía que Torlyri mostraba ante tal o cual hombre. La sacerdotisa no solía formar pareja, y en lo referente al apareamiento ocasional, Koshmar sabía que Torlyri nunca había mostrado gran interés en ello.
Torlyri había sido escogida para ser la mujer de las ofrendas a muy temprana edad, cuando apenas era más que una niña. En aquella época, Thekmur era cabecilla y Gonnari la mujer de las ofrendas. Ambas tenían casi la misma edad, es decir, que llegarían a la edad límite en el mismo mes y partirían del capullo con semanas de diferencia. Thekmur escogió a Koshmar como sucesora, y Gonnari eligió a Torlyri. Durante cinco años, Koshmar y Torlyri, quienes ya eran compañeras de entrelazamiento, tuvieron que pasar por un período de preparación para las grandes responsabilidades que deberían asumir. Y luego llegó el día de la muerte para Thekmur` y para Gonnari, y las vidas de Koshmar y Torlyri cambiaron de forma irremediable.
Y habían transcurrido doce años ya desde entonces. Torlyri tenía treinta y dos, casi treinta y tres. Si estuvieran viviendo aún en el capullo, el día de la muerte formaría parte de su futuro inmediato y estaría aleccionando a su propia sucesora. Pero ya nadie hablaba de edad límite ni de días de muerte. Torlyri continuaría como mujer de las ofrendas hasta que la muerte se la llevara. Y en lugar de pensar en morir, rumiaba la idea de formar pareja.
Qué extraño. Muy extraño.
Ocasionalmente había tenido experiencias de apareamiento — casi todos lo hacían, aun quienes no habían sido designados para procrear — pero no con mucha frecuencia, y tampoco durante largos períodos. Se decía que el acto procuraba un gran placer, pero Torlyri nunca lo había experimentado. No le había resultado desagradable, pero sí indiferente: consistía en una serie de movimientos que se realizaban con todo el cuerpo, tan gratificantes como forcejear con los brazos y luchar a puntapiés. Y quizá ni siquiera eso.
Su primera experiencia fue a los catorce años, poco después del día de su entrelazamiento, la edad habitual para tal iniciación. Su compañero había sido Samnibolon, quien luego se convertiría en la pareja de Minbain. Se acercó a ella en un rincón apartado del capullo y le hizo señas. La abrazó, le acarició el oscuro pelaje, y por fin ella comprendió qué buscaba. No le pareció que hubiera ningún mal en ello. Tal como había visto hacer a mujeres mayores que ella, se abrió a él y dejó que introdujera en su cuerpo el órgano de apareamiento. Lo movió con rapidez, y empezaron a rodar y a rodar en una maraña de miembros, y algún instinto le empujó a replegar las piernas y a oprimir las rodillas contra la cintura de él, lo cual pareció gustarle. Al cabo de un rato él dejó escapar un gruñido y la soltó. Permanecieron un rato abrazados. Samnibolon le había dicho que era muy hermosa y que sería una mujer muy apasionada. Eso fue todo. Jamás volvió a acercársele. Algún tiempo después, él y Minbain formaron pareja.
Un año o dos más tarde, el viejo guerrero Binigav la llevó a un rincón y le pidió que se apareara con él. Como le pareció un hombre amable y se acercaba al límite de edad, ella accedió. Se mostró tierno y gentil con ella, y cuando la hubo penetrado permaneció en su interior mucho rato, pero no sintió más que una vaga tibieza, placentera pero no excitante.
La tercera vez fue con Moarn, padre del Moarn que hoy era guerrero de la tribu. Moarn ya había formado pareja, razón por la cual Torlyri se sorprendió cuando la abordó después de un banquete. Había bebido demasiado vino de uvas de terciopelo, al igual que ella. Se estrecharon y abrazaron. Torlyri nunca tuvo la certeza de que hubieran copulado: recordaba que habían tenido ciertos problemas. De todas formas, eso no cambiaba las cosas. Tampoco había sido nada memorable. Y ésos eran todos sus hombres: Samnibolon, Binigav, Moarn. Todos habían muerto tiempo atrás. Y cuando a los dieciocho años la habían elegido para ser la sucesora de la mujer de las ofrendas, no volvió a arriesgarse a ese tipo de empresas.
Pero ahora… ahora…
Desde hacía unas semanas, Lakkamai la venía observando de un modo extraño. Ese hombre circunspecto y remoto… ¿qué se escondería en su mente? Nadie la había mirado jamás de aquel modo. Sus ojos grises tenían motas de un verde lustroso, lo cual le proporcionaba un aspecto misterioso e insondable. Parecía tratar de penetrar su alma.