— ¿Te pasa algo, Harruel? Pareces extraño…
— Thalippa…
— ¡No, soy Kreun! — Y esta vez comenzó a retroceder, atemorizada.
Sachkor tenía motivos para estar hablando continuamente de ella. Kreun era muy hermosa. Las largas piernas esbeltas, el pelaje suave y tupido, los ojos verdes y brillantes, que ahora refulgían de miedo. Qué extraño que nunca se hubiera fijado en la belleza de Kreun. Pero, desde luego, era joven, y nadie prestaba atención a las niñas hasta que llegaban a la edad del entrelazamiento. Era un primor. Minbain era cálida y buena, y afectuosa. Pero su belleza había desaparecido hacía mucho tiempo. Kreun comenzaba a florecer.
— Espera — gritó Harruel.
Kreun se detuvo, recelosa, con el ceño fruncido. Él se acercó hacia ella, tambaleándose por el sendero. Y al ver que se acercaba, la joven contuvo un grito y trató de escapar, pero él la atrapó con el órgano sensitivo y la aferró del cuello. Sintió que la joven se estremecía y eso aumentó su frenesí. La atrajo hacia él con facilidad, la cogió por los hombros y la arrojó al suelo, húmedo, boca abajo.
— No… por favor… — gritó.
Trató de escabullirse, pero poco podía hacer contra él. Harruel se abalanzó sobre ella y la cogió de los brazos por detrás. Ya no podía soportar el calor que le ardía entre las piernas. En lo más profundo de su mente, una voz serena insistía en que su comportamiento no era correcto, en que una mujer no podía ser poseída contra su voluntad, en que los dioses exigirían un castigo por semejante conducta. Pero a Harruel le fue imposible luchar contra la furia contra la ira, contra la urgencia que le había sobrecogido. Oprimió los muslos contra las caderas suaves y tupidas y se lanzó dentro de la niña. Kreun dejó escapar un grito de dolor y de horror.
— Estoy en mi derecho — repetía Harruel, una y otra vez, mientras se movía contra ella —. Soy el rey. Estoy en mi derecho.
10 — EL RÍO Y EL PRECIPICIO
— De modo que el asunto es con Lakkamai.
Ya hacía tres días que había terminado la época de lluvias. Koshmar y Torlyri estaban juntas en la casa que compartían. Era de noche, acababan de cenar. La tribu se había reunido para presenciar la ceremonia que acostumbraban a ofrecer al Dador a mitad de invierno: todos, menos Sachkor, quien había desaparecido misteriosamente. Cada día partía un grupo en su búsqueda.
Torlyri había estado tendida y se irguió bruscamente. Koshmar nunca antes había visto en el rostro de su compañera una expresión semejante: temor, y una especie de culpa avergonzada, mezclada con una nota de desafío.
— ¿Lo sabes? — preguntó.
Koshmar rió con sequedad.
— ¿Y quién no? ¿Crees que soy tonta, Torlyri? Hace semanas que andáis embobados. Tú hablando de él cada dos segundos, cuando antes podía pasar más de un año sin que lo mencionaras.
Torlyri bajó la vista, avergonzada.
— ¿Estás molesta conmigo, Koshmar?
— ¿Crees que me he enfadado? ¿Porque tú estés feliz? — Pero en realidad Koshmar estaba más apenada que lo que hubiese imaginado. Hacía ya mucho tiempo que preveía este desenlace, se había dicho que cuando llegara el momento debía ser fuerte. Pero ahora que se enfrentaba a la situación, era como un inmenso peso en su corazón. Después de un instante, dijo:
— ¿Has estado copulando con él?
— Sí — contestó con voz apenas audible.
— Solías hacerlo tiempo atrás, cuando éramos niñas. Creo que con Samnibolon. Samnibolon, el de Minbain, ¿verdad?
Torlyri asintió.
— Y con uno o dos más, sí. Pero yo era muy joven. De eso hace ya mucho tiempo.
— ¿Y te produce placer?
— Ahora sí — respondió Torlyri con suavidad —. Las otras veces, antes, no encontraba nada en ello. Pero ahora sí.
— ¿Un gran placer?
— A veces — admitió Torlyri con culpa, secamente.
— Me alegro mucho por ti — declaró Koshmar, con voz alta y tensa —. Nunca le he encontrado sentido a la cópula, ya sabes. Pero dicen que tiene sus compensaciones.
— Tal vez haya que hacerlo con la persona adecuada.
Koshmar rió amargamente.
— Para mí no existe la persona adecuada, y tú lo sabes. Si fueras un hombre, Torlyri, creo que lo haría contigo sin pensarlo dos veces. Pero tú y yo tenemos el entrelazamiento, y eso es suficiente para mí. Una cabecilla no necesita aparearse.
Y lo mismo debería ocurrir con una mujer de las ofrendas, agregó Koshmar en silencio.
Apartó la mirada para que Torlyri no pudiera leer en sus ojos. Había jurado no interferir en la vida de Torlyri, por muy penoso que pudiera resultarle.
— Hablando de entrelazamiento… — dijo Torlyri.
— ¡Sí, Torlyri, habla de entrelazamiento! Habla cuanto quieras. — La inesperada urgencia aceleró la respiración de Koshmar. Cuanto más profunda se hacía la relación de Torlyri con Lakkamai, más ávida se sentía Koshmar de cualquier muestra de afecto por parte de ella —. ¿Ahora? ¿Aquí? Muy bien. Ven…
Torlyri pareció sorprendida y acaso no muy contenta.
— Si lo deseas, desde luego, Koshmar. Pero no era eso lo que intentaba decirte…
— ¿Ah, no?
— Ha llegado la hora de que Hresh tenga su ceremonia de entrelazamiento. Eso es lo que pretendía decirte. Si consigo hacerle olvidar sus máquinas y la Piedra de los Prodigios durante un tiempo suficiente, debo llevarle a la iniciación.
— Ya… — murmuró Koshmar, sacudiendo la cabeza —. Ya veo, el día del entrelazamiento de Hresh…
Ésa era una de las misiones de la mujer de las ofrendas: iniciar a los jóvenes en los secretos del entrelazamiento. Torlyri siempre había realizado esa labor con sumo afecto y cuidado. Koshmar jamás se había preocupado por esos entrelazamientos compartidos, aunque aquel acto era algo mucho más íntimo aún que la cópula. Iniciar a los jóvenes era la misión que los dioses habían encargado a Torlyri. Si aquella situación fuera coherente, pensaba Koshmar, tendría que sentirse mucho más preocupada por el entrelazamiento con Hresh que por el apareamiento con Lakkamai. Pero era a la inversa. Que Torlyri se entrelazara con los jóvenes no constituía ninguna amenaza para ella. Pero que se apareara con Lakkamai… que se apareara con Lakkamai…
Copular no significa nada, pensó Koshmar con ira.
Se dijo que estaba mostrándose incoherente. Y luego rumió que todas estas cosas excedían a la lógica. El corazón posee una lógica propia, reflexionó.
— Taniane ya ha tenido su primer entrelazamiento, y también Orbin, y ahora ha llegado el turno de Hresh. El siguiente será Haniman.
— El tiempo pasa tan deprisa… A veces pienso que todavía es el mismo niño travieso que trató de escabullirse por la salida el día en que aparecieron los comehielos y en que despertó el Sueñasueños. Aquel día tan extraño parece haber quedado perdido en el tiempo. Con la infancia de Hresh.
— Todo ha sucedido de forma muy extraña — comentó Torlyri —. Que hayamos nombrado anciano de la tribu a un muchacho que ni siquiera tiene edad suficiente para entrelazarse…
— ¿Crees que esta nueva experiencia le cambiará?
— ¿Cambiará? ¿En qué sentido?
— Dependemos tanto de él — reflexionó Koshmar —. Hay tanta sabiduría dentro de esa joven cabeza. Pero los niños a veces cambian, ¿sabes?, cuando comienzan a entrelazarse. ¿Lo has olvidado, Torlyri? Y en cierto sentido, Hresh no es más que un niño. Esto es algo que no podemos olvidar. Cuando encuentre un compañero de entrelazamiento, durante meses enteros tal vez no haga más que entrelazarse todo el día. ¿Y qué sucederá con la exploración de Vengiboneeza? Tal vez incluso comience a mostrar interés en aparearse…