Выбрать главу

— Ésta es la mayor alegría de nuestro pueblo. Es la unión de las almas, que constituye nuestro don especial. El entrelazamiento para nosotros es ocasión de reverencia y respecto. De avidez y deleite — dijo, citando las palabras rituales.

Torlyri sintió que la tensión crecía en su interior.

¡Cuántas veces había llevado a cabo la ceremonia, con tantos miembros de la tribu! Había iniciado casi a la mitad en su primer entrelazamiento, pero jamás había pensado en la posibilidad de unir su alma con alguien como Hresh. Entrar en su mente, dejar que la mente del muchacho se mezclara con la suya… Una inesperada inquietud la invadió. En el último momento, ella misma necesitó serenarse y realizar los sencillos ejercicios que por lo general sólo un novicio necesitaría practicar. Hresh pareció darse cuenta de que Torlyri se encontraba inusualmente inquieta: vio que los ojos del joven la observaban con preocupación, como si una vez más el equilibrio se hubiera alterado y él fuese el maestro que iniciaba a la joven Torlyri.

El momento pasó. Recuperó la calma.

Le abrazó y se tendieron juntos, muy cerca el uno del otro.

— Regocíjate conmigo — le musitó mansamente —. Descansa conmigo.

Los órganos sensitivos se tocaron. Él vaciló — ella lo percibió por la súbita rigidez de los músculos — pero luego logró relajarse y comenzaron a entrelazarse.

Al principio se mostró torpe, como todos, pero al cabo de un instante comenzó a seguir los movimientos, y después todo resultó más fácil. Torlyri sintió el primer cosquilleo de la comunión y supo que no habría dificultad. Hresh estaba entrando en ella. Ella estaba penetrando en Hresh. La unión era inconfundible. Sintió la textura inequívoca de su mente, su color, su música.

Él era más extraño aún de lo que había previsto. Había esperado encontrar una gran soledad en el espíritu del joven, y sí, allí estaba. Pero su alma tenía una profundidad, una riqueza, una plenitud que nunca antes había conocido. El poder de su segunda vista era abrumador, incluso en los primeros estadios del entrelazamiento. Podía percibir una gran fortaleza latente. El poder de su mente era Como el de un río torrentoso que se abalanzara sobre un precipicio titánico. ¿Podría perjudicarla unirse con una mente así?

No. No. Ningún daño podía provenir de Hresh.

— Entrelacémonos — murmuro Torlyri, y se abrió a él de par en par.

11 — EL SUEÑO INTERMINABLE

Después, Hresh se incorporó y permaneció un rato contemplando a Torlyri, que dormía. Sonreía en sueños. Había temido lastimarla al arrollarla con todo el poder de su mente. Pero no: dormiría unos instantes, y luego despertaría.

Encontró sin ayuda el camino de vuelta por la sinuosa rampa. Mejor que Torlyri despertara sin él. Tal vez se sintiera incómoda si al emerger del sueño lo hallaba tendido a su lado, como si fueran compañeros de entrelazamiento. Necesitaría un rato para volver en sí y recuperar el equilibrio. Sabía que la inesperada intensidad de su comunión había causado un fuerte impacto sobre ella.

Para Hresh el primer entrelazamiento había sido un placer y una revelación.

Un placer, sin duda: yacer protegido por el cálido abrazo de Torlyri, sentir aquella alma serena fusionada con la suya, entrar en el extraño y delicioso estado de comunión… Ahora comprendía por fin la razón de que el entrelazamiento se considerara en tan alto grado, un placer más poderoso incluso que la cópula.

Y una revelación también: toda su vida había conocido a Torlyri, pero ahora veía que hasta entonces la había contemplado sólo de modo muy general. Una buena mujer, una mujer amable, una presencia mansa y amada por la tribu… la que celebraba los ritos, hablaba con los dioses, y consolaba a todos los que la necesitaban. Para todos; una especie de madre. Sí. Ésa era Torlyri. Pero ahora Hresh sabía que en ella había otras facetas. Una enorme fortaleza y una sorprendente firmeza de espíritu. Debía haberlo supuesto, teniendo en cuenta su fortaleza física, comparable con la de un guerrero, y en cierto sentido, mayor aún. Esa clase de fortaleza por lo general revelaba una fuerza interior, pero se había dejado engañar hasta tal punto por su dulzura, su calidez, su carácter maternal, que jamás la había percibido.

Pero en Torlyri también había rasgos humanos y cotidianos. No sólo ejecutaba ritos y daba consuelo, sino que era también una persona con sentimientos propios, con miedos, dudas, necesidades, dolores privados. Nunca se le había ocurrido pensarlo. Al entrelazarse con ella había detectado la imperiosidad de su deseo por algún guerrero de la tribu — supuso que Lakkamai, ya que ambos andaban juntos últimamente — y la complejidad de su relación con Koshmar, y algo más: un vacío, un hueco solitario en su interior que guardaba relación con el hecho de no haber engendrado un hijo. Era madre de toda la tribu y, sin embargo, nadie la llamaba «madre». Y eso parecía dolerle, tal vez en un nivel tan profundo que no llegaba a tener conciencia de ello. Hresh lo sabía ahora, y ese conocimiento le había cambiado. Comprendía lo intrincado y difícil que resultaba ser adulto. Había tantos aspectos de la vida que rehusaban a ser clasificados en compartimentos, que seguían merodeando y provocando perturbaciones subterráneas cuando se llegaba a la edad adulta… Tal vez ésa fuera la principal enseñanza que le había dejado su primer entrelazamiento.

Un placer y una revelación. ¿Y quizás algo de desencanto? Sí, también eso. No había sido una experiencia tan sobrecogedora como había esperado. Había sido menos de lo que su visión le había hecho suponer, pero sólo porque poseía la Piedra de los Prodigios. Con el entrelazamiento se podía llegar al alma de una sola persona; con el Barak Dayir, Hresh podía fusionarse con el alma del mundo. Ya en sus primeros inexpertos escarceos con la Piedra de los Prodigios se había elevado por encima de las nubes, atravesado los mares con la mirada, escrutado las épocas anteriores a la caída de las estrellas de la muerte. ¿Qué era el entrelazamiento comparado con eso?

Comprendió que estaba siendo injusto. El Barak Dayir le ofrecía un poder casi incomprensible. El entrelazamiento era algo íntimo, individual, personal. Y, sin embargo, no se interferían entre sí. Si había sentido cierta decepción con el entrelazamiento era sólo porque la Piedra de los Prodigios ya le había enseñado cómo surcar los límites de su propia individualidad. De no haber contado con esta experiencia previa, probablemente el entrelazamiento le habría parecido algo sobrecogedor. Al parecer, la Piedra de los Prodigios le había estropeado esa primera experiencia deslumbradora. Con todo, no tenía razón para tomar el entrelazamiento a la ligera. Se trataba de algo extraordinario. De algo sorprendente.

Quería entrelazarse otra vez en cuanto le fuera posible.

Quería entrelazarse con Taniane.

El pensamiento de tener esa íntima fusión con Taniane se apoderó de su mente con tal fuerza y de un modo tan inesperado que le azotó, como si alguien le hubiese descargado un golpe terrible entre los hombros.

Se le secó la garganta. Se le cortó la respiración. El corazón comenzó a latir desbocado, con el retumbar sordo de un tambor, tan fuerte que temía que los demás pudiesen oírlo.

¡Entrelazarse con Taniane! ¡Qué idea tan sorprendente!

Ella constituía un misterio para Hresh. Desde hacía un tiempo sentía una especie de vínculo con ella, como una atracción. Pero temía que eso le distrajese de su trabajo. Y también temía que le condujese a algo malo.

Ella ya era una mujer, muy hermosa y de inusual inteligencia. Y ambición. Soñaba con ocupar algún día el lugar de Koshmar como cabecilla. Nadie lo dudaba. Cualquiera con un mínimo de sentido común podía darse cuenta, por la envidia con que miraba a Koshmar. A veces Hresh la sorprendía observándolo a distancia, con esa curiosa mirada que muestran las mujeres al contemplar a un hombre que les interesa. Y a veces también él la miraba desde lejos, cuando creía que ella no se daba cuenta. A menudo ella jugueteaba y coqueteaba con él. Le seguía, le pedía que la dejase ir a su lado en las exploraciones, le acosaba con preguntas cuya respuesta parecía ser de la mayor importancia para la joven. Hresh no sabía bien cómo interpretar aquel comportamiento. A veces sospechaba que sólo jugaba con él, y que era Haniman quien en realidad le interesaba.