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Acercó el rostro al de los dos ancianos Hombres de Casco, que le contemplaban con una mezcla de arrogancia y curiosidad.

— ¿Quiénes sois vosotros dos? — aulló Harruel —. ¿Qué buscáis aquí?

— Atrás, Harruel. No hay necesidad de hacer tanto alboroto — dijo Koshmar.

— Exijo saber…

— Aquí no se exige nada — le interrumpió Koshmar —. En el asentamiento gobierno yo, y tú obedeces. Apártate, Harruel. Son miembros del pueblo Beng, y vienen en son de paz.

— Eso es lo que tú crees — sostuvo Harruel.

La ira seguía oprimiéndole. Casi le desbordaba. Sentía la piel ardiente, los ojos palpitantes, la piel pesada de sudor. No podía tolerar semejante intrusión de los desconocidos. Con angustia miró a los que le rodeaban… Hresh, Torlyri, Sachkor…

¿Sachkor?

¿Qué hacía Sachkor allí? Había desaparecido muchos días atrás.

— Tú — espetó Harruel —. ¿De dónde vienes? ¿Y por qué estás en medio de esta conferencia de caudillos, como si también tú fueses importante?

— Yo he traído hasta aquí a los Hombres de Casco — declaró Sachkor con dignidad. En sus ojos brillaba una mirada insolente y completamente nueva. Parecía otra persona, no el que Harruel recordaba —. Salí en su busca, he vivido con ellos y he aprendido a hablar su lengua. Los he traído a Vengiboneeza para que comercien con nosotros y para que vivan en paz con nuestro pueblo.

Harruel se quedó tan asombrado al oír las palabras de Sachkor y el tono en que las dijo, que su propia réplica se le quedó atragantada. Deseó coger la sonriente cabeza de Sachkor entre las manos y aplastarla como una fruta madura. Pero se contuvo, paralizado. Durante un instante, de su garganta salieron unos sonidos ásperos y roncos, como los de una bestia, y por fin logró emitir una respuesta.

— ¿Tú los has conducido hasta aquí? ¿Tú has ayudado al enemigo a entrar en la ciudad? Sabía que eras un tonto, niño, pero nunca pensé que fueras tan…

— ¡Sachkor! — gritó una nueva voz, de mujer.

La voz de Kreun.

Venía corriendo por la calle; sin aliento, tambaleándose al pisar el pavimento de piedras desiguales. Hubo una conmoción general.

Los habitantes del pueblo vecino abrieron paso para que avanzara, y la joven fue directa hacia Sachkor, abrazándolo con tal vigor que ambos casi se estrellan contra el cuerpo de Harruel.

Harruel, malhumorado, dio un paso atrás. El dulce aroma de la joven le invadió las entrañas. Desde aquel día en que se había cruzado con ella al descender de la montaña, tras la noche de lluvia, casi no la había vuelto a ver. Le resultaba incómodo estar frente a ella en ese momento. Sólo podía causarle problemas. Durante las semanas de ausencia de Sachkor, ella se había ocultado como un despojo por los más apartados rincones del asentamiento, lejos de todos, sin hablar con nadie, como si al poseerla por la fuerza Harruel hubiera provocado algún oscuro cambio en su espíritu.

Ahora sólo tenía ojos para Sachkor. Se aferraba a él, sollozando, riendo, susurrando palabras de amor. Se comportaban como una pareja que hubiese estado largo tiempo separada, y no como dos jóvenes que hubieran jugueteado con la perspectiva de aparearse.

— Trataron de hacerme creer que habías desaparecido para siempre — musitó Kreun, hundiendo el rostro en el pecho delgado de Sachkor —. Dijeron que te habías marchado de la ciudad, o que te habías caído por las montañas, que jamás regresarías. Pero yo sabía que volverías; Sachkor. Y ahora estás aquí…

— Kreun… Kreun. ¡Cuánto te he echado de menos!

Ella le contempló con ojos enormes, con una mirada de adoración. Harruel les observaba. Para él, la escena era absurda y nauseabunda.

— ¿Es cierto que tú los descubriste y que los has traído hasta aquí; Sachkor? — preguntó ella.

— Sí, los encontré. He aprendido a hablar su idioma y los he conducido…

— Todo esto es muy conmovedor — interrumpió Hartuel —. Pero es hora de ocuparnos de asuntos de la tribu. Déjanos, niña. Toda esta charla pueril nos está haciendo perder tiempo.

— ¡Tú! — gritó Kreun, revolviéndose hacia él sin soltar a Sachkor.

— ¿Qué ocurre? — preguntó el joven, al ver que la niña comenzaba a llorar y temblar —. ¿Qué es lo que tanto te angustia, Kreun?

— Harruel… Harruel… — sollozó.

— ¿Qué sucede con Harruel?

Ella temblaba. Los dientes le castañeteaban y las palabras se confundían en un balbuceo espeso e incoherente.

— ÉI… él… Harruel… en el camino de la montaña… él me… me…

— Esta niña se ha vuelto loca — gritó Harruel enfurecido, tratando de apartar a Kreun a un lado.

Pero entonces se acercó Koshmar, y también Torlyri, ambas con aire de preocupación. Harruel sintió una oleada de ira, y por debajo, una punzada de vergüenza. La escena estaba adquiriendo visos catastróficos. La imagen de Kreun aquel día le invadió la mente: la niña con el rostro contra el suelo húmedo, las caderas firmes vueltas hacia arriba moviéndose sensualmente de un lado a otro mientras él la penetraba por la fuerza, el órgano sensitivo sacudiéndose con violencia…

Los guerreros no toman a las mujeres por la fuerza, se dijo Harruel. Un guerrero no necesita forzar a una mujer.

Lo negaré, pensó. En aquel momento no era yo. Fue algún demonio que me había poseído.

— ¿Qué es todo esto? — exigió Koshmar, furiosa.

— Sí, cuéntanos, niña — alentó Torlyri con ademanes tiernos —. ¿Qué intentas decirnos? ¿Qué hizo Harruel en el camino de la montaña?

Su voz era apenas un susurro.

— Me arrojó al suelo. Se echó sobre mí…

— ¡No! — aulló Harruel —. ¡Mentiras! ¡Mentiras!

Ahora todos le miraban, incluso los Hombres de Casco.

— Me aferró — seguía musitando Kreun —. Me tomó por la fuerza.

La joven se volvió, temblando, cubriéndose el rostro.

Sachkor se inclinó hacia delante, mirando a Harruel con ferocidad, y le cogió por el brazo con rudeza. Quería averiguar qué había ocurrido ese día entre él y Kreun a toda costa. Para Harruel, él no era más que una especie de molesto animalillo fastidioso, o quizá como un insecto zumbón de los que hay en la jungla. Harruel le apartó a un lado como por casualidad, como a un moscardón irritante. Sachkor cayó de bruces en el polvo, y quedó un instante tendido. Entonces se sentó, algo confuso, pero al parecer armándose de fuerza para un nuevo ataque. Harruel sacudió la espada ante él, advirtiendo a Sachkor que no le siguiera molestando.

— ¡Ya basta de peleas! — ordenó Koshmar —. ¡Depón la espada, Harruel!

— No lo haré. ¿No ves que está dispuesto a lanzarse otra vez sobre mí?

Realmente, Sachkor se había agazapado, parpadeando, murmurando. Harruel se puso en posición de defensa y aguardó a que el otro saltara.

— Sachkor, ¡contrólate! Y tú, Harruel, guarda la espada o haré que te la quiten — dijo Koshmar, furiosa.

Sachkor no se inmutó.

— ¿Cuál es la verdad de todo esto, Harruel? ¿Tomaste a Kreun por la fuerza?

— No le hice nada.

— ¡Miente! — gritó Kreun.

— ¡Ya basta! Estamos ante nuestros huéspedes. Este asunto requiere que lo juzguemos en otra ocasión. Kreun, regresa al asentamiento. Orbin, Konya, llevaos a Harruel hasta que se calme. Esta noche realizaremos una investigación sobre los hechos.