— Quiero la verdad — sostuvo Sachkor —, y la tendré ahora mismo.
Harruel, observando con estupor, sintió la, súbita fuerza de la segunda vista de Sachkor que se tendía sobre él. Era una experiencia sorprendente, prohibida. Estaba sondeando su alma de forma vergonzosa. Harruel se sintió desnudo hasta los huesos. Desesperadamente, trató de interponer cercos por los pasillos de su mente para impedir que Sachkor penetrara, tratando de ocultar todo recuerdo de aquel momento con Kreun. Pero no podía esconder nada Cuanto más se afanaba por encubrirlo, más vivamente se volvía la memoria en contra de éclass="underline" el cuerpo firme de Kreun retorciéndose bajo el suyo, el contacto de la suave cadera frotándose contra sus muslos, el repentino placer ardiente de su empuje, el palpitante goce que sintió al verter sobre ella su fuego viril.
Sachkor, rugiendo, se irguió y se lanzó sobre Harruel en una acometida frenética y salvaje.
Koshmar gritó y trató de interponerse entre ambos, pero ya era demasiado tarde. Harruel, aún temblando desorientado tras la invasión de su mente, actuó de forma instintiva, blandió la espada y dejó que Saclikor se arrojara precisamente sobre ella.
Todos gritaron al unísono. Luego reinó un momento de silencio mayúsculo. Saclikor miró la hoja de la espada que brotaba de su pecho como si su presencia lo intrigara. Emitió un ligero estertor. Harruel dio un último impulso al arma. Tambaleándose, Saclikor miró alrededor, aún sorprendido, y cayó de lado al suelo. Kreun salió disparada y se arrojó sobre él como un manto inútil. Torlyri, de rodillas, intentaba apartarla de Sachkor, pero la joven no se movía.
Los Hombres de Casco, sorprendidos por el curso de los acontecimientos, intercambiaron comentarios en voz baja en una extraña lengua de ladridos, y comenzaron a situarse detrás de sus gigantescas cabalgaduras.
Koshmar se acercó a Sachkor, le tocó las mejillas y el pecho, llevó la mano a la espada e intentó moverla, y se quedó largo rato observando los ojos inertes del joven. Luego se puso en pie.
— Está muerto — anunció, como si no pudiera creerlo —. Harruel… ¿qué has hecho?
Sí, pensó Harruel. ¿Qué he hecho?
Para Hresh aquel día fue como un sueño interminable. Esa clase de pesadilla de la cual uno emerge exhausto, como tras una noche de insomnio. Un sueño que comenzó con una travesía al Gran Mundo, y que siguió con su primer entrelazamiento, con su torpe acercamiento a Taniane, con la irrupción de los Hombres de Casco en Vengiboneeza, sobre las sorprendentes bestias rojas, y con el regreso de Sachkor. Y ahora esto… ahora esto… No. No. Era demasiado. Demasiado.
Sachkor yacía tendido, inmóvil, atravesado por la espada de Harruel. Harruel se erguía sobre él con los brazos cruzados el rostro pétreo, el cuerpo enorme. Torlyri sostenía a Kreun, que no cesaba de llorar. Los Hombres de Casco ya habían retrocedido cincuenta pasos hacia la salida y miraban la escena como si comenzasen a creer que habían dado con una horda de zorros-rata.
— Nunca antes había sucedido esto, ¿verdad Hresh? Que un hombre de la tribu quitara la vida a un compañero… — murmuró Koshmar.
Hresh meneó la cabeza.
— Jamás. En las crónicas no hay una sola mención acerca de esto.
— ¿Qué has hecho, Harruel? — repitió Koshmar —. Has matado a Sachkor, que era uno de los nuestros. Era parte de ti mismo.
— Él se hundió en la espada — alegó Harruel como adormecido —. Todos lo habéis visto. Gritó como un loco y se lanzó sobre mí. Yo levanté la espada por la fuerza de la costumbre. Soy un guerrero. Cuando me atacan, me defiendo. Él mismo se clavó la espada. Tú lo has visto, Koshmar.
— Pero tú lo provocaste — sentenció Koshmar —. Kreun dice que tú la forzaste el día en que desapareció Sachkor. Iban a formar pareja. Es contrario a la costumbre violar a una mujer, Harruel. No puedes negarlo.
Harruel permaneció en silencio. Hresh sintió una oleada de ira, y luego otra de desconcierto, temor, y desafío. Hresh pensó que Harruel casi daba lástima. A pesar de todo, era peligroso.
Tal vez no había pretendido matar a Sachkor, decidió Hresh. Pero de todas formas, el joven estaba muerto.
— Este hecho debe castigarse — dijo Koshmar.
— Él se arrojó sobre la espada — se obstinó Harruel —. Yo sólo me defendí.
— ¿Y la violación de Kreun? — preguntó Koshmar.
— ¡También lo niega! — exclamó Kreun —. ¡Pero miente! Al igual que cuando dice que no pretendía matar a Sachkor. Odiaba a Sachkor. Siempre lo hizo. Sachkor me lo dijo, antes de irse, y me contó muchas cosas más sobre Harruel. Dijo que pensaba deponer a Koshmar. Harruel quiere gobernar la tribu, dice que será rey, una especie de hombre — cabecilla. Harruel…
— Silencio — ordenó Koshmar —. Harruel, ¿niegas la violación?
Pero Harruel no contestó.
— Debemos llegar al fondo de la cuestión — anunció Koshmar —. Hresh, ve a buscar, las piedraluces. Se lo preguntaremos a ellas. No, mejor aún, trae la Piedra de los Prodigios. Examinaremos a Harruel con ella. Descubriremos qué ocurrió entre él y Kreun, y si realmente, hizo algo…
— No — intervino Harruel de pronto —. No hay necesidad de realizar tal examen. No lo permitiré. En cuanto a lo que dice Kreun, no hubo violación.
— ¡Mentiroso! — aulló Kreun.
— No hubo violación — prosiguió Harruel — pero no voy a negar que me apareé con ella. Yo estaba en las montañas, protegiendo a la tribu de los enemigos, estos enemigos que hoy han venido a irrumpir en nuestra ciudad. Permanecí toda la noche allí, sentado bajo la lluvia, vigilando para la tribu. Y por la mañana descendí, y me encontré con Kreun, y ella me resultó agradable, y su aroma fue agradable a mis sentidos, y me acerqué a ella y la tomé, y copulé con ella; ésta es la verdad, Koshmar.
— ¿Y lo hiciste con su consentimiento? — preguntó Koshmar.
— ¡No! — gritó Kreun —. ¡No di ningún consentimiento! Yo estaba buscando a Sachkor, y pregunté a Harruel si él lo había visto, y en lugar de responderme me cogió… estaba como loco… me llamaba Thalippa, pensaba que yo era mi madre… me aferró, y me lanzó al suelo…
— Estoy hablando con Harruel — la interrumpió Koshmar —. ¿Hubo consentimiento, Harruel? ¿Le pediste que copulara contigo como un hombre solicita a una mujer o como una mujer le solicita a un hombre?
Harruelse obstinó en su silencio.
— Si callas, te condenas — advirtió Koshmar —. Aun sin el examen del Barak Dayir, te condenas, y pierdes toda dignidad, por haber hecho cosas que hasta hoy eran desconocidas en la tribu, por haber tomado a Kreun sin su consentimiento y por haber matado a Sachkor…
— Su consentimiento no era necesario — soltó de pronto Harruel.
— ¿No era necesario? ¿Qué?
— La poseí porque lo necesitaba, después de haber pasado toda una dura noche de soledad protegiendo a la tribu. Y porque la deseaba, puesto que me pareció hermosa. Y porque estaba en mi derecho, Koshmar.
— ¿Tu derecho? ¿A violarla?
— Mi derecho, sí, Koshmar. Soy el rey, y puedo hacer lo que me plazca.
Dios nos guarde, pensó Hresh horrorizado.
Los ojos de Koshmar se abrieron como platos. Casi se le salían de las órbitas, tal era su estupor.
Pero pareció hacer un esfuerzo por controlar sus sentimientos. Se dirigió a Hresh en un tono tenso y rígido.
— ¿Qué significa esta palabra, «rey», que tanto se menciona últimamente? ¿Me lo dirás, cronista?
Hresh se humedeció los labios.
— Es un título que tenían en la época del Gran Mundo — respondió con aspereza —. La palabra significa «hombre — cabecilla», tal como Kreun acaba de decir.
— En nuestra tribu no hay hombres cabecillas — sostuvo Koshmar.