— Sólo unas sesiones más con Noum om Beng — prometió —. Luego empezaré las clases, Koshmar, y os enseñaré el idioma a todos.
— ¿Podremos aprenderlo?
— Oh, sí. Sí. No resulta muy difícil en cuanto se aprenden los principios básicos.
— Tal vez para ti, Hresh.
— Todos hablaremos beng como los mismos bengs — aseguró —. Sólo dame más tiempo para familiarizarme con el lenguaje, y luego compartiré mis conocimientos con la tribu. Lo prometo.
Koshmar sonrió y le abrazó. ¡Espléndido Hresh! ¡Indispensable Hresh! Ningún otro podría haberlos conducido a través de momentos tan difíciles. ¡Qué calamidad habría sido que Hresh hubiese seguido a su madre y se hubiese ido con Harruel! Pero Koshmar sabía que nunca se lo habría permitido. Allí habría trazado el límite: habría luchado, aunque ello hubiese significado su propia muerte. La de todos. Sin Hresh, la tribu estaba perdida. Lo sabía.
Hablaron un rato sobre el avance de los bengs, sobre las barreras que habían erigido en distintos puntos de la ciudad. Hresh opinaba que estaban delimitando ciertas zonas de la ciudad por motivos puramente religiosos, y no por temor de que ellos reclamaran las máquinas del Gran Mundo que pudiese haber allí. Pero también dijo que no estaba muy seguro de ello, y que en realidad se sentía ansioso por volver a sus exploraciones en cuanto las condiciones de la tribu se estabilizaran de nuevo, para que los bengs no encontraran objetos que pudieran ser de valor para el Pueblo.
Permanecieron en silencio. Pero había algo más que Koshmar quería comentar con Hresh.
— Dime — se decidió al cabo de un rato —. ¿Has tenido problemas con Taniane?
— ¿Problemas? — repitió Hresh, esquivando su mirada —. ¿A qué te refieres?
— Quieres entrelazarte con ella…
— Tal vez. — Su voz sonó muy grave.
— ¿Se lo has pedido?
— Una vez. Pero lo hice de forma incorrecta.
— Deberías volver a proponérselo.
Hresh se sentía sumamente incómodo.
— Ella se aparea con Haniman.
— El apareamiento no tiene nada que ver con entrelazarse…
— Pero va a formar pareja con Haniman, ¿verdad?
— Ninguno de los dos me lo ha comunicado hasta el momento.
— Lo harán. Todo el mundo forma pareja actualmente. Incluso…
Se interrumpió.
— Sigue, Hresh.
— Incluso Torlyri lo hizo durante un tiempo — murmuró, con aire apesadumbrado —. Lo siento, Koshmar. No quería…
— No tienes de qué disculparte. ¿Crees que ignoraba lo de Lakkamai y Torlyri? Pero a eso iba, precisamente. Aun cuando Taniane forme pareja con Haniman, y no estoy diciendo que vaya a hacerlo, la pareja nada tiene que ver con el entrelazamiento, igual que la cópula. Puede seguir siendo tu compañera de entrelazamiento, si eso es lo que deseáis. Pero debes pedírselo. Ella no te lo pedirá, ya lo sabes.
— Se lo pedí una vez. Pero no dio resultado.
— Pídeselo de nuevo, Hresh.
— Tampoco resultará una segunda vez. Si ella desea entrelazarse conmigo, ¿por qué no me lo da a entender de algún modo?
— Te tiene miedo, Hresh.
Él la miró, con los ojos brillantes de sorpresa.
— ¿Miedo?
— ¿Todavía no sabes que eres alguien especial? ¿No te das cuenta de que tu mente asusta a los demás? Y el entrelazamiento es una fusión de mentes…
— Pero Taniane también tiene una mente poderosa — alegó Hresh —. No tiene por qué temer entrelazarse conmigo.
— Sí. Es fuerte. — Lo suficiente para ser cabecilla algún día, se dijo Koshmar. Pero no tan pronto como desea —. Pero no está segura de poder estar a tu altura en un entrelazamiento. Creo que aceptará si se lo vuelves a pedir:
— ¿Lo crees, Koshmar?
— Así es. Pero nunca te buscará para hablar de eso contigo. Tú debes ser quien se lo pida.
Él asintió. Koshmar casi podía leer los pensamientos que surcaban sus ojos a toda prisa, como enloquecidos.
— ¡Entonces lo haré! ¡Y gracias, Koshmar! ¡Me entrelazaré con ella! ¡Lo haré!
Se alejó de ella, impaciente, a toda prisa.
— ¿Hresh?
— ¿Sí? — Se detuvo.
— Pídeselo pero no hoy, ¿comprendes? No mientras la idea bulle dentro de ti de este modo. Detente, piénsalo primero. Debes reflexionar.
Hresh sonrió.
— Sí. Eres astuta, Koshmar. Sabes de estas cosas mucho más que yo. — Cogió las manos de la cabecilla entre las suyas y las estrechó. Luego partió raudo hacia la plaza.
Koshmar le observó partir. Es tan sabio, pensó. Y, sin embargo, tan joven, casi un niño, ávido e ingenuo. Pero todo irá bien para él.
Es tan fácil ayudar a los demás en estas cuestiones, se dijo…
Distinguió a Torlyri de pie cerca de la esquina del templo. De alguna parte había aparecido un Hombre de Casco que trataba de hablarle. Los dos se afanaban en una animada pantomima, con profusión de risas y, al parecer, muy poca comunicación. En cualquier caso, Torlyri parecía estar disfrutando. Koshmar veía que comenzaba a sobreponerse de la depresión en que se había hundido tras la partida de Lakkarnai. Sus deberes como mujer de las ofrendas debían serle de gran consuelo, no sólo los rituales, sino el consuelo que ofrecía a los demás, tras la Ruptura y la llegada de los bengs.
— ¡Míralos! — indicó Koshmar a Boldirinthe, que pasaba por allí. Señaló a Torlyri y al Hombre de Casco —. Hacía meses que no la veía tan animada.
— ¿Sabe hablar su idioma? — preguntó Boldirinthe.
Koshmar contuvo la risa.
— No creo que ninguno de los dos tenga la menor idea de lo que intenta decir el otro. Pero no importa. Ella se lo está pasando bien, ¿no crees? Me agrada. Quiero ver feliz a Torlyri.
— Ayudar a los demás te hace olvidar tu propio dolor — dijo Boldirinthe.
— Sí — admitió Koshmar —. Así es.
No era la primera vez que veía a este Hombre de Casco. Era delgado y fuerte, algo parecido a aquel primer explorador que les había visitado. Tal vez fuese su hermano. Sobre el hombro derecho tenía una cicatriz larga y pelada que le llegaba hasta el cuello, como si de joven le hubiesen infligido una herida atroz. Su casco era menos terrorífico que el de los demás: sin cuernos, sin púas, sin monstruos de mirada feroz. Era un simple casco alto de metal dorado cubierto por delgadas placas rojas con forma de hojas redondas.
Koshmar los observó un rato. Luego se alejó.
Oyó la voz de Harruel en su interior, como siempre, cuando menos lo esperaba. Le decía: «El imperio de las mujeres ha terminado. A partir de hoy, yo soy el rey. ¿Quién se unirá a mí para construir un gran reino lejos de aquí? ¿Quién irá con Harruel?¿Quién?¿Quién?»
Creo que iré a mi capilla, pensó Koshmar. Encenderé el fuego, inhalaré unos vapores aromáticos y hablaré con Thekmur o Nialli.
Fue el Barak Dayir lo que abrió el camino entre Hresh y Noum om Beng.
Obviamente, lo había reconocido desde el primer momento en que lo vio. Lo demostraba aquel destello de excitación, el único sentimiento que Hresh había descubierto en Noum om Beng. Para el anciano Hombre de Casco, la Piedra de los Prodigios era un don de los dioses. Era un objeto de naturaleza divina. Se postró ante él durante largo rato. Y luego se volvió hacia Hresh con una fría mirada inquisidora que, traducida en palabras, sería: ¿Sabes cómo emplear este objeto?»
A modo de respuesta, Hresh gestualizó el acto de coger la Piedra de los Prodigios con el órgano sensitivo. Mediante mímica representó un gran estallido de energía alrededor de su cabeza. Noum om Beng indicó que lo realizara sin demora. Y Hresh, tras un momento de vacilación, enrolló la punta del órgano sensitivo alrededor del Barak Dayir y sintió que el poder esclarecedor poseía de inmediato su espíritu y lo expandía.