Pidió tímidamente la madre que no se le faltase al respeto, pero ciego de cólera, el buen viejo profirió toda clase de dicterios, mientras los criados corrían a ponerse a resguardo lejos de la sala, no fuese a alcanzarles a ellos alguna de aquellas temibles andanadas.
Duró la tormenta aún tres horas más, pero finalmente el padre acabó aviniéndose de mala gana a! nuevo estado de cosas, y por las súplicas de la madre, que esgrimía la autoridad de su hermano el obispo, se concertó que el bachiller Carrasco saliera del pueblo y volviera a Salamanca, donde esperaba acabar sus estudios en dos años.
Así lo acordaron, pero antes pidió el bachiller licencia a su padre para cumplir la palabra dada y salir a buscar a Quiteria, tal y como había prometido a Antonia, lo cual era un deber de cristiano- El padre, derrotado por la camarilla que entre su mujer y su hijo parecían haber hecho, se inhibió de todo y encerrado en su estudio dijo que en aquella casa hiciera cada cual lo que quisiera, que no le hablaran de deberes cristianos si no querían verle de nuevo colérico, y que dejaran de molestarle.
El bachiller, que únicamente quería poner tierra y tiempo de por medio, dispuso de Rocinante, ya que su propio caballo se encontraba entonces saliendo de un cólico esparaván que lo había tenido una semana coceando en la caballeriza, y al día siguiente de que se lo pidiera Antonia, a quien comunicó los extremos de la conversación habida con su padre, se salió del pueblo a la búsqueda de Quiteria, con dineros y repostería que le proveyó la sobrina y otros que le dio su madre.
Quedó Antonia en su casa muy triste y muy alegre. Alegre, sabiendo que Sansón ahorcaba la sotana, y triste, pensando que se iría a Salamanca, donde sin duda encontraría a quien desposar, alguna doncella de buena familia, acostumbrada a la vida de la ciudad, con hermosos trajes, carruajes y sirvientas como los tuvo su madre. Sansón, sin embargo, se fue con el ánimo ligero que cabe suponer, porque nada le ponía de mejor humor que dejar su casa y aquel pueblo.
Como no sabía por dónde empezar a buscar, hizo el bachiller en su salida lo mismo que don Quijote en la suya, que fue dejarle las riendas sueltas al rocín, para que éste decidiera por qué punto cardinal empezaría, y como entonces, Rocinante, tan humano, volvió a encaminar sus pasos según costumbre a la misma querencia, y siguiendo ese camino, arribó el bachiller a la venta a la que llegaron don Quijote y Sancho después de la aventura con el vizcaíno, que tan malamente trató al caballero.
Y como lector de la primera parte de la historia escrita por Cide Hamete y Cervantes, reconoció al punto Sansón Carrasco aquella venta, aunque no hubiera hecho falta tampoco haber leído ese libro, porque en el mismo portalón el ventero, un hombre de grandes recursos y muy vivo para sus negocios, había hecho colgar un papelón en el que todos podían leer en letras bien grandes y coloradas: «Aquí posó el verdadero don Quijote de la Mancha».
Se quedó más que admirado el bachiller, y se propuso enterarse qué quería decir con todo aquello y qué propósito seguía el ventero anunciándolo de ese modo.
Mandó Sansón Carrasco que desensillaran y asistieran a su caballo y envió a llamar al ventero, a quien preguntó por el sentido de aquel extraño aviso puesto en la puerta.
– ;Es vuestro ese rocín? ¿Es vuesa merced de la secta? -preguntó el ventero examinando a Rocinante-. ¿No he visto yo antes ese caballo?
– No sé de qué me habláis -respondió el bachiller.
– Desde hace meses, habréis de saber que esto empieza a convertirse en un jubileo de quienes se dicen seguidores de don Quijote. Vienen de todas partes en peregrinación buscando el lugar de donde salió el hidalgo, y como los historiadores no lo declaran, dan más y más vueltas, sin saber a dónde dirigir los pasos… Y mientras lo averiguan, aquí suelen quedarse, y buen gasto me hacen. Eso explica lo del cartón de la entrada. Y porque me aseguráis que no sabéis nada de esa cofradía, de lo contrario os aseguraría que el rocín que traéis, y no lo toméis a mal, es de todos los Rocinantes que han pasado por aquí, el que más se le parece.
Y seguía el ventero estudiando a Rocinante y haciendo muecas de desconfianza.
– ¿Seguro que vos no venís buscando a don Quijote?
Antes de responder, se le pasaron por la cabeza a Sansón Carrasco los perjuicios que podrían sobrevenirle si le contestaba la verdad a aquel hombre, a saber, que no sólo era de la secta, sino que había sido muy amigo del caballero, y quien lo había vencido en las playas de Barcelona. Y eso, sabido por el ventero, le daría pie a preguntarle el nombre del lugar del que eran, y tendría que declarárselo, con lo cual vería lleno su pueblo de impertinentes y otros más locos que don Quijote, que lo tomarían como a los Santos Lugares, en busca de reliquias.
– De veras, no sé de qué secta me habláis -respondió el bachiller- ni quién es ese tal don Quijote ni lo he oído nombrar en todos los días de mi vida, aunque también soy manchego. Yo vengo buscando por estos caminos a cierta persona que me importa, y no sé nada de don quijotes ni demás sectas y herejes.
– Pues es una lástima -replicó el ventero-. Yo lo conocí y puedo aseguraros que era uno de los hombres más locos que he visto nunca y más graciosos, aunque en esa materia nada como abrir una venta al lado de un camino para que os lleguen cada día no uno, sino diez quijotes, a cada cual más extravagantes y disparatados, y si yo me pusiera a ello, compondría cien novelas que dejarían en ripio a esas que dicen que circulan ya con sus historias y en las que al parecer salgo yo también.
– ;No la habéis leído ni habéis tenido curiosidad en hacerlo?
– Ah no, señor. No sé leer, y aunque supiera no creo que lo hiciera, que según tengo entendido, ese hombre se volvió loco justamente leyendo novelas como la suya.
– ¿Y dónde se ha visto, señor ventero, que un loco sea una novedad para armar tanto revuelo? Tontos y locos hay en cada i pueblo de España, por pequeño que sea, media docena, y no hay más que darle un cuartin a un muchacho para que éste os los vaya mostrando uno a uno, y si le dais medio real, os los podrá descalabrar allí mismo de una buena pedrada, mientras le dice, ¡cantazo al tonto!, ¡cantazo al loco!
– De esa misma opinión soy yo. Y si por locos fuera, en estas tierras hay tantos, que no se podrían juntar en un solo día. Aunque creo que no me habéis entendido, porque yo – dijo el ventero- hablaba de loco, pero no de tonto, porque, según en qué, razonaba don Quijote mejor que yo y acaso mejor que vuestra merced, dicho sea sin ánimo de ofenderle. Pero como el bachiller Sansón Carrasco no tenía ganas de hablar más de ese asunto, preguntó si querría darle un aposento para pasar esa noche.
– Sí querría, pero no lo tengo. A cuento de don Quijote andan sueltos por los caminos gentes sonámbulas, en su busca, unos, creo yo, para burlarse a su costa, y otros, para sumarse a su hermandad y establecer en la Mancha nueva orden de caballeros, y me han ocupado la casa. Podréis ver esta noche, si os quedáis, lo menos veinte personas cenando…
– Luego quiere decir que al menos podréis darme de cenar -dijo el bachiller.
– Tampoco -le aclaró el hostalero-, pero si traéis algo de comida, por muy poco coste la señora ventera, mi mujer, os lo aviará de mil amores, y podéis luego de cenar quedaros en el pajar, a donde llevaré un camastro en el que podéis dormir lo mismo que en un palacio. Tendréis que compartir esos confortes con una cuadrilla de vendimiadores que van de paso hacia su tierra, después de haber estado traba]ando estos meses de atrás por estos contornos, pero a todos los conozco, y son buenas gentes.
– Lo último me conviene, y en ese pajar dormiré, porque ya no son horas de salir por el camino buscando donde pasar la noche, pero lo primero va a tener peor remedio, pues al mediodía di cuenta de la merienda que traía conmigo.
– No habrá nada que no pueda arreglarse en esta venta, señor, y por muy poco dinero os venderán aquí ai lado, a media legua, en la tienda de un consuegro mío, con qué cenaros. Dadme dinero, y yo enviaré por lo que más gustéis.