– ;Y no es eso un disparate, señor bachiller? ¿No creéis que allá donde esté don Quijote las que menos le irán a preocupar serán las cosas que aquí hagamos, tanto si goza de la gloria del cielo, por gozarla mejor, como si espera en el purgatorio el día de dejarlo? ¿No le vendrían más al pelo misas y responsos que versicos, por buenos que le salgan?
– No lo creas. Míralo como una licencia poética. Como cuando, comiéndonos una empanada, nos acordamos de un difunto y decimos: y qué bien se comería ahora Fulano esta empanada, si la catara. Yo creo que cuando al fin salgan a la luz todas esas aventuras bucólicas, no te quepa la menor duda de que harán suspirar a don Quijote por esta vida, que si la otra es buena, alcanzada, la nuestra, si se sabe vivir, es como la misma gloria, y yo te diría incluso que no quiero más eternidad que una hecha de estas mismas cosas, con todas nuestras cuitas y afanes, sólo que sin dolor ni muerte. Y pudiendo gozar de amigos y hermanos y padres en esta vida, ¡cómo no será el gozarlos eternamente en la otra, a mesa y manteles puestos? ¡Y si aquí nos alivia una tarde calurosa de verano la tépida brisa, ¡cómo no será esa brisa allá en el cielo!
– ¿Y para eso me habéis mandado llamar? ¿Para decirme que en el cielo nos han de convidar a todas horas a comer empanada o para concertarse conmigo en el jornal? Eso lo vería yo muy bien. Y muy buena cosa sería el irme con vuesa merced de pastor como me fui de escudero con don Quijote. Ya conozco la vida de escudero de caballero andante, y de ella no se sacan más que palos, burlas, hambres, calores y sobresaltos. De pastores no sería más que estarse todo el santo día en junta de rabadanes, tañendo el rabel, requebrando a nuestras ninfas y náyades y oveja va oveja viene del redil a la cazuela, y de la cazuela al baúl de nuestras personas.
– No hablo de eso, Sancho, sino de una entelequia. No me entiendes. Todo sucederá en un libro, sin que tengamos que sufrir las lluvias y los rigores del sol, sin padecer hambres, sin sentir dolor, y sin salir de nuestras casas. No habrá ollas de carnero ni de vaca. Bastará la imaginación para transportarnos allí donde quisiera el autor, o tú incluso. ¿Que no te gusta la ninfa que te asigno? No tendrás más que decirme: «Mire vuesa merced cambiármela», y yo la pondré a tu gusto, alta, baja, jaquetona o escuálida, con los cabellos como el sol o las ojeras agarenas de la noche. Y si otros han podido ser los historiadores de vuestras hazañas reales por las tierras manchegas, yo voy a serlo de estas otras aventuras pastoriles imaginadas, honestas y sin peligro para la hacienda ni la cabeza de nadie.
– Llevo, amigo Sansón, un mes en esto de las letras, soy como quien dice novicio en ellas y no entiendo muy bien lo que vuesa merced quiere hacer, pero será como vuesa merced dice, atinado y bien traído. ¿Me pagaréis por ello?
– Sí, desde luego, y puedes ponerte tú el salario que quieras, que lo tendrás cumplidamente desde el primer día.
– Corro a decírselo a mi Teresa. ¡Y cómo se me enternecerá del gusto en cuanto lo sepa! No hace una hora me graneaba diciéndome que terminaremos en la miseria si yo no lo remediaba. Y que ningún provecho iba a tener de leer libros. No he leído todavía ninguno, y vos no los habéis escrito, y ya tengo el salario que quiera ponerme. Le dije a mi Teresa que tuviera paciencia, y ya veis como la fortuna no deja de son-reírme. Corro a decírselo, mi buen bachiller, amo longánimo y gloria pastoril de los pastores, y sabrá que en menos que canta un gallo la habré hecho más rica que todos los ricos de estos contornos, con más ovejas que las encinas del conde y con tantos criados, que no habrá nadie que la tosa al pasar.
– Vuelves a no entenderme, Sancho. He dicho que te pagaré, pero será en letras de molde, y de la misma manera que nada de lo que en ese libro ocurra tendrá más realidad que la del papel, los escudos y ducados que por allí circulen habrán de tener la misma pasta, o sea, la del papel y la de la imaginación.
Se quedó un poco corrido Sancho y divertido Carrasco de ver que el pobre escudero seguía siendo tan candoroso.
– Pero hasta donde yo llego a entender -replicó Sancho Panza-, puedo comprender que alguien haga la historia de lo que ya ha ocurrido; incluso entendería que haga la que se está haciendo en ese mismo momento, como aseguró vuesa merced que ocurriría un día con todo lo que ha estado sucediendo desde que murió mi amo don Quijote. Llegaría a entender, aunque no le veo la finalidad ni el propósito, que vuesa merced esté ahora escribiendo, como dijo que haría, nuestra misma historia, que sin don Quijote no tiene, al menos para mi, ningún interés. Lo que no alcanzo a entender es cómo vuesa merced puede hacer la historia de algo que sabe que no ha ocurrido ni podrá ocurrir nunca, porque ya una de las partes ha muerto, y bien muerta está y enterrada donde no podrá hacer otra vida pastoril que con los gusanos que se lo estén comiendo, cosa poco cristiana y nada piadosa. ¿No sería mejor para todos irnos de vida pastoril, y contar luego lo que ocurriera? ¿No hacen eso los pintores, que ponen a uno con traje de Judas y a otro de Arcángel, y le sirven de modelos? ¿No es una locura poner la albarda antes que el rucio?
– Por partes -concedió el bachiller-. La relojería del arte está para que las cosas sucedan como si fuesen reales sin serlo, lo cual no quita para que se falte a la verdad. Que muchas veces habrás visto tú cosas reales que parecen falsas, y otras, sueños que parecen vivos.
– Así es -admitió Sancho-. Que yo a menudo sueño que me sigue por el campo un toro que quiere atropellarme y cornearme, y me despierto bañado en sudores fríos, y otras, ante cosas que nos suceden en la vida, tengo que frotarme los ojos para asegurarme de que lo que veo no es un sueño. Y estos últimos días, con mi pobre don Quijote, que se me aparece y me sigue hablando como si no hubiese muerto, me tengo que despertar para asegurarme que todo es un sueño, porque yo lo siento como si fuese todavía parte de nuestras vidas.
– Pues de eso ha aprendido el arte, que no es más que un embeleco con el que hacer que corra el tiempo a nuestra conveniencia y gusto, y que las sombras parezcan vivas, y los vivos sombras, y que el pasado vuelva y que el presente no huya. Y así podemos hacer los poetas que tú estés en un segundo en los antípodas, y te encuentres de vuelta apenas un párrafo después. ¿Lo entiendes? Si yo digo, en este papel, la marquesa ha salido a las cinco, no tengas la menor duda de que la marquesa salió a las cinco.
– ¿Qué marquesa? ¿Y de dónde salió?
– Es un modo de hablar, un ejemplo. Puedo escribir que estuviste ayer en Argel y que te encuentras hoy en Conocusco, moliendo chocolate en un ingenio, y para todos los que lo lean, eso habrá sido, aunque tú no te hayas movido de aquí.
– Pero yo podría probar lo contrario.
– ¿Con un pleito? No te lo aconsejaría nunca. Acuérdate de aquello, tengas pleitos y los ganes, y basta llevar una causa a un juez, por injusta que sea, para que recabe en ese punto unos partidarios, y aparecer en los papeles impresos y publicados, para que muchos ya lo den por bueno, real y verdadero. Así que me pondré a esa historia, y nos verás y leerás, ahora que puedes hacerlo, vestidos de pastorcicos y cortejando riscos y apacentando valles, y a don Quijote, vivo.
– ¿Será más o menos como lo que nos ocurrió en la cueva de Montesinos?
– Algo he oído hablar de esa maravillosa cueva.
– Aún está por aparecer la crónica verdadera de la última salida que hicimos don Quijote, señor bachiller -replicó Sancho-, pero saliendo a la luz, no me cabe la menor duda de que a ese episodio le dedicarán allí los historiadores más de un capítulo, por lo jugoso que fue, que bajamos con una cuerda a don Quijote, y allí se estuvo él no llegó a una hora, y salió de allí creyendo que había pasado tres días con sus tres noches, empleadas en hablar y tratar con toda la corte principal de los más famosos capitanes, a quienes aseguró había tenido tan a la mano como le tengo yo ahora a vuesa merced. Hubo incluso quien le pidió dineros, porque aquel es un reino donde gobierna no sólo la sombra, sino la pobretería. Cuando salga a luz el libro, ya se verá. Yo, sin embargo, me refería a si en esa crónica que asegura va a escribir vuestra merced salimos don Quijote y yo con nuestra misma naturaleza, yo vivo, y don Quijote muerto, o nos saca a los dos muertos, o vivos a los dos, pues digo yo que si vuesa merced es capaz de hacer que viva don Quijote en un libro, estando muerto, no le será tampoco difícil hacer que ande también por él como un muerto viviente, o a los dos como vivos muertos.