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– ¿No perjudicará tu caso si encuentran a su testigo?

– No lo harán. Está muerto. Uso indebido de un enjambre de fuego.

– ¿Arma de fuego?

– No, enjambre de fuego.

Moví la cabeza a un lado y a otro y me senté a la mesa. Lucas puso dos panecillos en un plato y se lo trajo. Esperé hasta que comiera su primer bocado.

– Muy bien, morderé el anzuelo. ¿Qué es un enjambre de fuego? ¿Y qué le hizo a tu testigo?

– No es mi testi…

Le tiré mi servilleta.

Su cuarto de sonrisa se convirtió en una sonrisa entera y se dispuso a contarme la historia. Tiene su ventaja ser abogado de los sobrenaturales. El salario es escaso y la clientela puede ser mortífera, pero siempre que se toman acontecimientos sobrenaturales y se trata de presentarlos en un tribunal humano surgen necesariamente grandes historias. Esta vez, sin embargo, ninguna, por más entretenida que pudiera ser, podría distraerme de lo que me había dicho Benicio. Poco después de las primeras frases Lucas se interrumpió.

– Cuéntame lo que ocurrió anoche -me pidió.

– ¿Anoche? -Poco a poco logré centrarme-. Ah, lo del Aquelarre. Bueno, yo solté mi perorata, pero era evidente que estaban más interesadas en no perder la reserva que habían hecho para la cena.

Su mirada buscó la mía.

– Pero no es eso lo que te preocupa, ¿verdad?

Vacilé un momento.

– Tu padre ha estado aquí esta mañana temprano.

Lucas se puso tenso y sus dedos apretaron la servilleta con fuerza. Me escudriñó la mirada, tratando de encontrar alguna señal de que estuviera gastándole una broma pesada.

– Primero mandó a sus guardaespaldas -afirmé-. Al parecer te buscaba a ti, pero cuando dije que no estabas, se empeñó en hablar conmigo. Pensé que era mejor permitírselo. No estaba segura…, nunca habíamos discutido sobre lo que yo debía hacer en caso de…

– Porque no tendría que haber ocurrido. Cuando supo que yo no estaba aquí, no debería haber insistido en hablar contigo. Me sorprende que no supiera… -Se interrumpió, y me miró a los ojos-. Él sabía que yo no estaba, ¿no es cierto?

– Esto…, en realidad no estoy segura.

Lucas torció el gesto. Echó atrás su silla, se dirigió a grandes pasos al vestíbulo y sacó bruscamente el teléfono móvil de uno de los bolsillos de su chaqueta. Antes de que pudiera marcar, me acerqué al vestíbulo y levanté una mano para detenerlo.

– Si vas a llamarlo, será mejor que te cuente lo que quería, porque si no va a pensar que yo me he negado a transmitirte su mensaje.

– Sí, por supuesto.

Lucas guardó el teléfono en el bolsillo y luego se pellizcó el puente de la nariz, levantándose las gafas al mismo tiempo.

– Lo lamento mucho, Paige. Esto no tendría que haber ocurrido. Si se me hubiera pasado por la cabeza que él podría venir aquí, te habría prevenido; se suponía que nadie de la organización de mi padre debía ponerse en contacto contigo ni con Savannah. Me dio su palabra…

– Se comportó muy bien -dije, esbozando una sonrisa-. Fue breve y amable. Sólo quería que yo te dijese que tenía otro de esos casos que podía interesarnos…, bueno, interesarte.

Lucas frunció el ceño y supe que había captado mi lapsus.

– Aseguró que nos interesaría a los dos. Pero en realidad se refería a que podría interesarte a ti. Utilizó el plural sólo para suscitar mi curiosidad. Ya sabes: si logras intrigar a la nueva novia, ella insistirá hasta que él diga «Sí».

– ¿Qué fue lo que dijo?

Le conté la historia de Benicio. Cuando terminé, Lucas cerró los ojos y movió la cabeza a un lado y a otro.

– No puedo creer que haya… Mentira, quelo creo. Tendría que haberte prevenido.

Lucas hizo una pausa y luego me llevó de vuelta a la cocina.

– Lo siento mucho -dijo-. Estos últimos meses no han sido fáciles para ti, y no quiero que te veas afectada por esta parte de mi vida, al menos no más de lo necesario. Sé que yo soy la razón de que no encuentres brujas que se unan a tu Aquelarre.

– Eso no tiene nada que ver. Soy joven y no me he probado a mí misma…, bueno, aparte de probar que pueden echarme de un Aquelarre. Pero sea lo que sea lo que las obsesione, no tiene nada que ver contigo.

Él mostró una sonrisa pequeña y tenue.

– Sigues sin saber mentir.

– Bueno, no importa. Si ellas no quieren… -Sacudí la cabeza-. ¿Pero por qué estamos hablando de mí, si puede saberse? Tienes una llamada que hacer. Seguro que tu padre ya se ha convencido de que no voy a darte su recado, así que no dejaré de acosarte hasta que lo llames.

Lucas sacó su teléfono pero lo único que hizo fue contemplarlo. Tras unos instantes, me miró.

– ¿Tienes algún proyecto importante que hacer esta semana? -preguntó.

– Todo lo que debería estar terminado para finales de esta semana tendría que haberlo estado la semana anterior. Con Savannah aquí, no puedo permitir que se me echen encima los plazos, porque cualquier emergencia podría dejarme sin trabajo.

– Claro, por supuesto. Bueno… -Se aclaró la garganta-. No tengo que volver a los tribunales hasta mañana. Si Savannah pudiera quedarse esta noche en casa de unos amigos, ¿podrías, o debería decir querrías, volar hoy conmigo a Miami para volver mañana?

Antes de que yo abriera la boca, se apresuró a continuar:

– Lo he venido posponiendo durante demasiado tiempo. Para tu propia seguridad, ya es hora de que te presente formalmente a la Camarilla. Tendría que haberlo hecho hace meses, pero…, bueno, esperaba que no fuese necesario, que mi padre cumpliría su palabra. Parece que no es así.

Me quedé mirándolo. Era una buena excusa. Pero yo sabía la verdad. Quería llevarme a Miami para que oyera el resto de la historia de Dana MacArthur. Si no lo hacía, la preocupación y la curiosidad me concomerían hasta que finalmente encontrara algún modo de obtener las respuestas que necesitaba. Ésa era la reacción que Benicio buscaba, y que yo desesperadamente quería evitar. Y sin embargo, ¿qué daño había en oír lo que realmente había sucedido, y ver tal vez a esa bruja adolescente y asegurarme de que se encontraba bien? Benicio había dicho que era la hija de un empleado de la Camarilla. Las camarillas cuidaban de los suyos. Eso lo sabía. Lo único que teníamos que hacer era decir «No, gracias» y la Camarilla lanzaría una investigación y haría justicia a Dana MacArthur. Para mí, así tenían que ser las cosas.

De modo que acepté, y nos dispusimos para partir de inmediato.

Un genio de la manipulación

Reservamos plazas en un vuelo a Miami. Luego conseguimos que Savannah se quedase a pasar la noche con unos amigos, la llamamos a la escuela y le contamos las novedades. Una hora después estábamos en el aeropuerto.

No habíamos tenido problemas para reservar pasajes de última hora, y tampoco esperábamos tenerlos. Hacía un mes y pico que unos terroristas habían estrellado varios aviones contra el Word Trade Center, y muchos viajeros habían optado por no volar en cielos tan poco amistosos, si podían evitarlo. Habíamos llegado temprano, sabiendo que pasar por seguridad no constituiría un proceso rápido, como lo había sido en el pasado.

El guardia abrió la bolsa de Lucas, hurgó en ella y sacó un tubo de cartón. Lo pasó por el detector de metales y luego, cautelosamente, le quitó la tapa y examinó el interior.