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Robert Silverberg

Algo salvaje anda suelto

El vsiir subió por accidente a la nave que se dirigía a la Tierra. Desde luego, su intención no era tomarse unas vacaciones en un planeta tan húmedo y tristón como la Tierra, pero estaba en su fase de metamorfosis, sufriendo ese período de cambios faltos de disciplina que se inician al llegar el invierno, y tan avanzado en el espectro que los ojos terrestres no podían verle. Claro que un observador realmente adiestrado habría podido observar una pequeña mota púrpura y deslizante que parpadeaba de vez en cuando, una especie de ronquido cuando el vsiir salía por algún momento del ultravioleta, aunque para eso debería saber dónde y cuándo mirar. El miembro de la tripulación responsable de la entrada del vsiir en la nave jamás consideró siquiera la posibilidad de que algo invisible estuviera durmiendo sobre una de las cajas del cargamento que era introducido en la bodega. Se limitó a pasar junto a la fila de cajas, asegurar los nudos de los flotadores de cada una! hacerlas resbalar por el pozo de gravedad que llevaba a la abertura. La quinta caja que entró era la que el vsiir había elegido para echar una siesta. El astronauta ignoraba que concedía un viaje gratis a la Tierra a un organismo extraño. Tampoco lo supo el vsiir hasta que la bodega fue sellada y una atmósfera de oxígeno y nitrógeno empezó a sisear desde los ventiladores. No eran los gases que él solía respirar pero, como estaba en la época de la metamorfosis, pudo adaptarse rápidamente y sin molestias a los vapores amargos que se introducían en sus células metabólicas. El paso siguiente fue disponer una especie de cuadro del espectro completo a fin de conocer lo que le rodeaba. Al cabo de unos minutos el vsiir era consciente de que:

a) Se hallaba en un lugar grande y oscuro en el que había muchas cajas llenas de productos minerales y vegetales de su mundo, especialmente ramas del árbol de fuego verde, pero también algunas otras cosas cuyo valor resultaba incomprensible a un vsiir.

b) Que un muro doble de metal curvado rodeaba el lugar.

c) Que más allá de este muro había una zona carente de atmósfera, tal como la que se encuentra entre un planeta y otro.

d) Que todo este sistema cerrado sufría aceleración.

e) Que, en consecuencia, se trataba de una nave espacial que rápidamente se alejaba del mundo de los vsiirs, que ya estaba a una distancia de diez diámetros planetarios, y que la separación crecía por segundos de modo alarmante.

f) Que seria imposible, incluso para un vsiir en estado de metamorfosis, escapar de la nave una vez llegado a este punto.

g) Y que, a menos que lograra persuadir a los tripulantes de la nave para que se detuvieran y retrocedieran, se vería obligado a sufrir un viaje largo y molesto a un mundo extraño y probablemente odioso, donde la vida sería por lo menos inconveniente y podía suponer grandes peligros. Se hallaría penosamente separado del ritmo de su propia civilización, se perdería el Festival de los Cambios, se perdería el Santo Eclipse, no podría tomar parte en la siguiente Marea de Primavera, y sufriría de mil modos horribles.

Había seis humanos a bordo de la nave. Extendiendo sus perceptores, el vsiir trató de llegar a sus mentes. Aunque los humanos llevaban va muchos años acudiendo a su planeta, jamás se había preocupado por establecer contacto con ellos. Pero es que antes no se había visto nunca en tan grave problema. Envió un nebuloso tentáculo de pensamiento a registrar los corredores, buscando huellas de inteligencia humana. ¿Aquí? Un resplandor de actividad eléctrica en una esfera de hueso: una mente. ¡Una mente! Y una mente ocupada. Pero rodeada por un muro, al parecer. El vsiir trató de traspasarlo y fue rechazado. Lo cual le resultó turbador y le asustó ¿Qué clase de seres eran estos cuyas mentes estaban cerradas al contacto normal? El vsiir continuó buscando por toda la nave. Otra mente. Y también cerrada. Y otra. Y otra. El vsiir sintió que le invadía el pánico. Su mente tembló, sus radiaciones de energía bajaron más aún en el espectro visible; luego se agitaron nerviosamente hacia ondas mucho más cortas. Incluso su forma física experimentó una serie de metamorfosis involuntarias, rápidas, con gran apuro por su parte. No recuperó el control de su cuerpo hasta haber pasado de esférico a cúbico, y luego a caótico, y hasta haberse convertido en una fina red de tentáculos fibrosos, unidos solamente por la fuerza pulsadora del ego. Se obligó con firmeza a volver a la forma esférica y reanudó la búsqueda por la nave, advirtiendo con gran consternación que, para entonces, su mundo nativo se hallaba ya a media unidad estelar de distancia. No le quedaban esperanzas, pero siguió insistiendo en tantear las mentes de los tripulantes, aunque sólo fuera para agotar todas las posibilidades. Sin embargo, aunque estableciera contacto, ¿cómo podría comunicar la naturaleza de su problema? Y aun en el caso de comunicarla, ¿por qué iban a estar dispuestos los humanos a ayudarle? No obstante, siguió buscando por la nave, y…

¡La había encontrado! ¡Una mente abierta! No había muros en absoluto. ¡Un verdadero milagro! El vsiir se apresuró a establecer el contacto íntimo, abrumado por el gozo de la sorpresa, explicando a toda prisa su problema:

—Por favor, escúchenle. Desdichadamente, un organismo no humano se ha introducido de manera accidental en esta nave durante la carga. Está metabólica y psicológicamente inadecuado para la vida prolongada en la Tierra. Se disculpa por las molestias que pueda ocasionar y desea un pronto regreso a su hogar, al planeta que dejamos atrás; lamenta los trastornos en el plan de vuelo de la nave, pero confía en que no será imposible concederle este gran favor. ¿Comprende mi mensaje? Desdichadamente, un organismo no humano se ha introducido de manera accidental…

El teniente Falkirk disfrutaba de su primer período de sueño después del despegue. Se lo había merecido. Se había agotado vigilando las mercancías durante la operación de carga, asegurando los nudos de los flotadores de cada caja y pasando la información de tránsito a la computadora. Ahora que la nave circulaba ya por el espacio, podría disfrutar de algún descanso, mientras el resto de la tripulación se ocupaba de las tareas de vuelo. Así que, tan pronto como estuvieron en camino, se instaló para seis horas en su litera. Bajo él, los seis aspiradores de gravedad giraron en torno a sus ejes, anulando la inercia e intensificando la aceleración, y la nave se lanzó hacia la Tierra a una velocidad que alcanzaría el nivel galáctico antes de que Falkirk se despertara. Se hundió en la somnolencia. Un buen viaje. Suficiente madera de fuego verde en la bodega para que la Tierra venciera una docena de ataques de la plaga molecular y, además, muchas otras medicinas en potencia, junto con una gran cantidad de muestras minerales interesantes, y… Falkirk se quedó dormido. Durante media hora, disfrutó de un dulce sueño, la mente libre, el cuerpo relajado.

Hasta que una pesadilla espantosa se introdujo en su cerebro.

Una luz de un púrpura intenso, cálida y sombría. Algo resbaladizo que tantea los bordes de su cerebro. Él yace sobre una losa blanca, en un desierto requemado… Incapaz de moverse… Cada vez le resulta más difícil respirar. La gravedad… Una tensión terrible, que le destroza, descoyuntándole los huesos. Figuras encapuchadas que se mueven en torno a él, le señalan, se ríen, intercambian confusos comentarios en un idioma desconocido. Su piel se funde y adopta una nueva textura; púas de erizo brotan en el interior de su cuerpo, como si quisieran atravesarlo para salir al exterior, desgarrando todos los poros. Y puntos de ignición en todo su ser. Una mano fina y escarlata, con los dedos engarfiados como garras, se abre ante su rostro. Arañando, arañando, arañando. La sangre corre ya entre las púas, espesa, turbia. Tiembla, lucha por incorporarse… Alza una mano que deja restos de carne estremecida adheridos a la losa… Se incorpora…

Y se despierta temblando, gritando.