—Necesitas descanso, Pete —asintió Nakadai—. Me encargaré de eso.
Mookherji cruzó lentamente el vestíbulo hacia el despacho del doctor Bailey, recordando la sonrisa en el rostro de Satina, recordando al pobre vsiir, tan pequeño y triste, pensando en las pesadillas.
—Que duermas bien, Pete —le despidió Nakadai.