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—De acuerdo.

—Que cada uno firme los resultados de su telepatía. Les haré unas pruebas mentales preliminares esta tarde, una vez que haya tenido la oportunidad de estudiar los descubrimientos clínicos. Mantén la cuarentena absoluta, por supuesto. Lo que sea podría resultar contagioso. Hay que ir sobre seguro.

Nakadai asintió. Mookherji lanzó una sonrisa profesional a los seis sombríos astronautas y salió meditabundo. ¿Un virus de pesadilla? ¿O un organismo invisible y extraño que intervenía la mente? No estaba seguro de cuál de las dos ideas le gustaba menos. Probablemente, pensó, habría alguna explicación prosaica y normal para ese mes de malos sueños: la comida contaminada, o una ligera avería en el reciclador de atmósfera. Una explicación simple y corriente.

Probablemente.

La primera vez que ocurrió, el vsiir no estaba seguro de lo que había sucedido realmente. Había alcanzado una mente humana y se había producido una reacción inmediata y vehemente. El vsiir había retrocedido, alarmado por la furia de la respuesta. Y un momento después, ya no pudo localizar de nuevo la mente, en absoluto. Sin duda, se dijo el vsiir, se trataba de un mecanismo de defensa, mediante el cual los humanos defendían su mente contra los intrusos. Sin embargo, eso parecía improbable, ya que, de todos modos, la mente humana se mantenía la mayor parte del tiempo eficazmente preservada. A bordo de la nave, cada vez que el vsiir había conseguido deslizarse a través de los muros que guardaban la mente de uno de los tripulantes, había tropezado siempre con una gran turbulencia —indudablemente los humanos no disfrutaban con el contacto mental con un vsiir—, pero jamás esta cerrazón completa, este total rechazo de sus señales.

Desconcertado, el vsiir lo intentó de nuevo, adelantándose hacia otra mente abierta, situada no lejos de donde estuviera la que se había desvanecido:

—Présteme atención, por favor. Un momento de consideración para un individuo confuso de otro mundo, víctima de circunstancias desafortunadas que…

De nuevo la respuesta violenta, un brillo repentino y tremendo de energía mental, un relámpago ardiente de temor y dolor, y el shock. Y de nuevo, momentos después, el silencio completo, como si el humano se hubiera retirado tras una barrera impermeable. ¿Dónde está? ¿Dónde se ha ido? El vsiir, muy preocupado, corrió el riesgo de crear un receptor óptico que funcionara en el espectro visible —y que, por tanto, sería visible para los humanos— y examinó la escena. Vio a un humano en una cama, completamente rodeado de una maquinaria complicada, en la que se encendían una tras otra muchas luces de colores. Otros humanos, con aspecto agitado, corrían hacia el lecho. El que yacía en él permanecía muy quieto. Ni siquiera se movió cuando un brazo de metal descendió bruscamente y le clavó una aguja larga y brillante en el pecho.

De pronto, el vsiir lo comprendió todo.

¡Los dos humanos debían de haber sufrido la aniquilación de la existencia!

Apresuradamente, disolvió el receptor del espectro visible y se retiró a un rincón para meditar sobre lo sucedido. Primer dato: dos humanos habían muerto. Segundo dato: habían muerto un instante después de recibir la transmisión mental del vsiir. Problema: ¿la transmisión mental había originado la muerte?

La posibilidad de que pudiera haber destruido dos vidas era algo desconcertante y aterrador. Al vsiir le sobrecogió un frío tan intenso que su cuerpo se encogió en una bola tensa y dura, anulados todos los procesos de pensamiento. Necesitó varios minutos para recuperar un estado plenamente funcional. Si sus intentos de comunicarse con los humanos producían efectos tan horribles, se dijo, las probabilidades de encontrar ayuda en este planeta eran muy escasas. ¿Cómo arriesgarse a intentar el contacto con otros humanos, si…?

Le asaltó un pensamiento consolador. Comprendió que estaba sacando una conclusión apresurada basándose en pruebas parciales, a la vez que pasaba por alto algunos argumentos poderosos contra esta conclusión. Durante todo el viaje a este mundo, había estado estableciendo contacto con los humanos, los seis tripulantes, y ninguno de ellos había muerto. Eso era buena prueba de que los humanos podían soportar el contacto con la mente de un vsiir. Por tanto, el contacto solo no podía ser el causante de aquellas dos muertes.

Probablemente, era una coincidencia el que se hubiera acercado sucesivamente a dos humanos que se hallaban a punto de terminar. ¿Sería éste un lugar donde se trajera a los humanos cuando su fin estaba próximo? ¿Habrían muerto de todos modos aunque él no hubiera intentado establecer contacto? ¿El intento de contacto suponía una intensificación en la disminución de energía suficiente para impulsar a los dos hacia su fin? El vsiir lo ignoraba. Y se sentía incómodo al comprobar cuántos hechos importantes desconocía. Sólo de una cosa estaba seguro: se le acababa el tiempo. Si no encontraba ayuda pronto, la decadencia metabólica se iniciaría, seguida por la rigidez metamórfica, seguida por la pérdida fatal de adaptabilidad, seguida por… el fin.

El vsiir no tenía alternativa. Continuar sus intentos de establecer contacto con un humano era la única esperanza de supervivencia.

Cauta, tímidamente, empezó de nuevo a enviar sus tentáculos buscando una mente adecuadamente receptiva. Ésta se hallaba bien cerrada, Y ésta también. Y todas. ¡No había ninguna entrada! El vsiir se preguntó si las barreras que los humanos poseían estaban especialmente diseñadas para evitar la intrusión de una conciencia no humana o bien protegían a cada humano contra toda clase de contactos mentales, incluido el contacto con otros humanos. Si existía un contacto de humano a humano, el vsiir no lo había detectado, ni en este edificio ni a bordo de la nave espacial. ¡Qué raza tan extraña!

Tal vez sería mejor probar un nivel diferente del mismo edificio. Se introdujo fácilmente bajo una puerta cerrada y subió por la escalera de servicio al piso superior. De nuevo envió sus tentáculos. Una mente cerrada aquí, y aquí, y aquí… Y al fin una receptiva. El vsiir se dispuso a enviar su mensaje. Para mayor seguridad, rebajó la potencia de la transmisión, reduciendo su pensamiento a un simple susurro:

—¿Me oye? Le habla un ser extraterrestre perdido. Necesita ayuda. Desea…

Del humano le llegó una respuesta aguda, muda pero inconfundiblemente hostil. El vsiir se retiró inmediatamente. Esperó aterrado, temiendo haber causado otra muerte. No; la mente humana seguía funcionando, aunque ya no estaba abierta, sino rodeada por la especie de barrera que los humanos llevaban normalmente. Abrumado, decepcionado, se alejó reptando. Otro fracaso. Ni siquiera un instante de contacto significativo, de mente a mente. ¿No habría modo de llegar a esa gente? Continuó con desaliento su búsqueda de una mente receptiva. ¿Qué otra cosa podía hacer?

La visita al Centro de Cuarentena había retrasado en cuarenta minutos el programa matinal del doctor Mookherji. Eso le molestaba. No podía culpar a los de Cuarentena por sentirse preocupados ante el caso de los seis astronautas y las alucinaciones crónicas, pero, en su opinión, la situación, aunque misteriosa, no era lo bastante grave como para llamarle con urgencia. Fuera lo que fuera lo que había trastornado a los astronautas, ya saldría a la luz a su debido tiempo. Mientras tanto, permanecían totalmente aislados del resto del puerto espacial. Nakadai debía de haber hecho más tests antes de llamarle. Estaba resentido por haber tenido que robar tiempo a sus pacientes.