Bailey consultó las hojas de la computadora.
—¿Qué asunto es ése?
—Seis astronautas, que llegaron a primera hora de esta mañana, informaron de que todos ellos habían sufrido de pesadillas crónicas durante el viaje de regreso. El doctor Lee Nakadai ha estado sometiéndoles a pruebas. Me llamó a consulta, pero no pude descubrir nada útil. Imagino que habrá algunos informes de Nakadai en mi despacho, pero…
—El Centro de Control —dijo Bailey— parece preocupado únicamente por los sucesos del hospital, no del complejo del puerto espacial en conjunto. Y si los seis astronautas sufrieron las pesadillas durante el viaje, no veo el modo de que sus síntomas se contagiaran a…
—De eso se trata exactamente —le interrumpió Mookherji—. Ellos tuvieron sus pesadillas en el espacio. Pero están durmiendo desde esta mañana, y Nakadai dice que descansan pacíficamente. Mientras tanto, aquí se ha producido una plaga de alucinaciones. Lo que significa que, fuera lo que fuese lo que les molestó durante el viaje, hoy anda suelto por el hospital… Una entidad capaz de originar sueños tan horribles como para llevar a unos astronautas veteranos al borde del ataque de nervios y que dañan seriamente, o matan incluso, al que tiene mala salud. —Advirtió que Bailey le miraba de un modo extraño y que no era el único. Con un tono más controlado, Mookherji añadió—: Lamento si esto les suena fantástico. He estado haciendo comprobaciones todo el día, de modo que he tenido tiempo para acostumbrarme a la idea. Y todo empieza a encajar precisamente ahora. No quiero decir que mi idea sea forzosamente la correcta. Lo que digo, sencillamente, es que se trata de una idea razonable, que se ajusta a la propia idea de los astronautas sobre lo que estaba molestándoles, que se corresponde al desarrollo de la situación… y que merece una investigación a fondo, si hemos de detener esto antes de perder más pacientes.
—De acuerdo, doctor —dijo Bailey—. ¿Cómo piensa llevar a cabo la investigación?
Mookherji se sintió abrumado. No había parado en todo el día estaba a punto de retirarse a descansar. Y ahora Bailey le ponía bruscamente al frente de aquella caza de fantasmas. ¡Y sin pedirle siquiera su opinión! Sin embargo, comprendió que no había modo de rehusar. Era el único telépata entre el personal. Y si la supuesta criatura andaba realmente suelta por el hospital, ¿quién podía hallarla sino un telépata?
Rechazando la fatiga, Mookherji dijo rígidamente:
—Bien, para empezar necesitaré el informe de todos los casos de pesadilla, el informe que muestre la situación de cada víctima y el momento aproximado del principio de la alucinación…
Ahora estarían preparándose para el Festival del Cambio, el momento cumbre del invierno. Miles de vsiirs en la fase de metamorfosis, estarían en camino hacia el Valle de la Arena, hacia aquel gran anfiteatro natural donde se realizaban los santos rituales. Los primeros en llegar habrían tomado ya posiciones frente al oeste esperando la salida del sol. Gradualmente se llenarían las filas, al ritmo en que los vsiirs acudieran de todas partes del planeta, hasta que el valle dorado estuviera abarrotado de ellos, vsiirs que constantemente variaban sus extensiones dimensionales, sus niveles de energía y resonancias interiores, avanzando gloriosamente hacia los momentos finales y gozosos de la temporada de la metamorfosis, compitiendo entre ellos, aunque con gentileza, para mostrar la mayor variedad de formas y el ciclo más dinámico de los cambios físicos y, cuando los primeros rayos rojos del sol pasaran la Aguja, los celebrantes enloquecerían más aún, bailando, saltando y transformándose con un abandono total, purgándose de las extravagancias del invierno al llegar al mundo la estación de la estabilidad. Y finalmente, bajo el esplendor del sol, se volverían unos a otros con amistad renovada, abrazándose…
El vsiir trató de no pensar en ello. Pero era duro reprimir aquella sensación de pérdida, el dolor de la nostalgia. Un dolor que se hacía más intenso por momentos. Ningún milagro imaginable llevaría al vsiir a casa a tiempo para el Festival de los Cambios. Lo sabía. Y, sin embargo, no podía creer realmente que tal calamidad hubiera caído sobre él.
Intentar llegar a la mente de los humanos era inútil. Tal vez si asumiera una forma visible para ellos, si se dejara ver e intentara entonces la comunicación abierta y verbal…
Pero el vsiir era tan pequeño y los humanos tan grandes… El peligro resultaba enorme. El vsiir, aferrado a un muro y manteniendo su longitud de onda más allá del ultravioleta, sopesó los riesgos y no hizo nada de momento.
—De acuerdo —dijo Mookherji confusamente, poco antes de medianoche—, creo que va hemos despejado el camino.
Estaba sentado ante una pantalla que ocupaba toda la pared, sobre la que el Centro de Control había expuesto un plano esquemático en tres dimensiones del hospital. Brillantes puntos rojos marcaban el lugar de cada incidente de pesadilla, y rayas amarillas el camino probable de la criatura extraña e invisible.
—Vino por este lado, sin duda alguna, ya que es el camino más directo desde la nave, y entró primero en el ala de cardíacos. Aquí, la cama de la señora Maldonado; ahí, la del señor Guinness, ¿lo ven? Luego subió al segundo nivel, dirigiéndose a la fachada y atacando la mente de los pacientes aquí y allá, entre las diez y las once de la mañana. No se confirmó ningún caso de alucinación en la siguiente hora y diez minutos, pero luego tuvo lugar aquel asunto tan desagradable en la Galería de Cirugía del tercer nivel. Y después de eso… —Cerró por un momento sus doloridos ojos, le pareció seguir viendo los puntos rojos y las rayitas amarillas. Se forzó a continuar, siguiendo el resto de la ruta del intruso para su público de doctores y personal de seguridad del hospital. Al fin, dijo—: Eso es. Me imagino que la cosa debe andar ahora por algún punto entre el nivel quinto y el octavo. Se mueve con mucha mayor lentitud que esta mañana, probablemente porque se está quedando sin energía. Lo que hemos de hacer es mantener las alas del hospital selladas para impedir que se mueva libremente, si esto es posible, e intentar reducir el número de lugares donde pueda encontrársele.
Uno de los miembros de Seguridad habló en tono ligeramente beligerante:
—Doctor, ¿y cómo se supone que vamos a encontrar una entidad invisible?
Mookherji luchó por evitar que su voz reflejara la impaciencia que sentía:
—El espectro visible no es el único tipo de energía electromagnética del universo. Si esa cosa está viva, tiene que emitir radiaciones, de la clase que sea, en algún punto. Ustedes disponen de una computadora con un millón de puntos sensoriales repartidos por todo el hospital. ¡Por el amor de Dios! ¿No pueden hacer que los sensores registren una fuente de infrarrojos o ultravioletas que se mueve por una habitación? ¿O incluso de rayos X? No sabemos qué tipo de radiación. Tal vez emita incluso rayos gamma. Escuchen, algo salvaje anda suelto por este edificio y nosotros no podemos verlo, pero sí la computadora. Que lo busque ella.
—Tal vez la energía que debamos usar para seguirlo sea… energía telepática, doctor —dijo el doctor Bailey.
Mookherji se encogió de hombros.
—Por lo que sabemos, los impulsos telepáticos se propagan fuera del espectro electromagnético. Pero, desde luego, usted tiene razón en que tal vez yo pudiera recoger alguna especie de mensaje, y me propongo hacer una investigación, piso por piso, en cuanto acabe esta reunión. —Se volvió a Nakadai—: Lee, ¿qué me dices de los hombres que tienes en cuarentena?
—Los seis pasaron hoy por períodos de ocho horas de sueño sin la menor señal de pesadillas. Soñaron, sí, pero de modo normal. En las dos últimas horas, los he tenido al teléfono hablando con algunos pacientes que sufrieron pesadillas, y todos están de acuerdo en que el tipo de sueños que la gente ha tenido aquí hoy es el mismo, en tono, textura y nivel general, que el horror que ellos sufrieron a bordo de la nave. Imágenes de destrucción corporal y paisajes extraterrestres, acompañados por una impresión abrumadora y casi intolerable de aislamiento, de soledad, de separación de la propia raza…