– ¿Conoces los términos del acuerdo de custodia? -le preguntó Hollis-. Debes mantener un empleo legal, tener reuniones regulares conmigo, mantener una casa adecuada para tu hija y preocuparte de que todas sus necesidades estén cubiertas. Además, no cometerás ningún delito, ni siquiera puedes ser acusado de ningún delito.
– No tengo ningún problema con eso.
– Me alegro -dijo Hollis, y cerró la carpeta-. Mac, voy a ser claro contigo. No creo que los policías sean buenos padres.
Aquélla era una de las ocasiones en las que Mac odiaba tener razón.
– ¿Y por qué lo piensas? -le preguntó, apretando los dientes para no dejarse llevar.
– Por observación personal. Los hombres que están en tensión día a día tienen problemas para relacionarse con sus familias, sobre todo con sus hijas. Demasiada presión, demasiada violencia… eso puede cambiar a una persona. Mira tu propia experiencia. De acuerdo con lo que he leído en el expediente, tu divorcio y tu separación de Emily se debieron al tiempo que estuviste en la policía.
Por mucho que lo detestara, Mac tuvo que reconocer que el chico tenía parte de razón.
– ¿Y cómo van las cosas con la niña? -le preguntó el trabajador social, con la voz suave y amable.
Mac pensó en Emily. Su hija apenas le hablaba, se vestía monocromáticamente, comía de la misma forma y mantenía una distancia emocional con su entorno.
– Muy bien -dijo él, con desenvoltura-. No podría ir mejor.
Hollis suspiró.
– Pienses lo que pienses de mí, en lo personal, de veras quiero ayudar.
– Lo tendré en cuenta.
– Está bien. Nos veremos la semana que viene.
Mac se sentó al borde de la cama de su hija. Habían sobrevivido las veinticuatro primeras horas. No podía considerar que todo había sido una victoria, pero al menos no había sido un desastre total. Emi no hablaba mucho cuando él estaba presente, pero tampoco había dicho nada de marcharse. Él no creía que pudiera soportar aquello.
– ¿Qué tal el día? -le preguntó, aunque sabía que era mejor no hacerlo.
– Bien.
– ¿Qué le ha parecido Beverly a Elvis?
Ella sonrió ligeramente.
– Le ha caído bien.
– Elvis siempre ha tenido muy buen gusto con las mujeres. A mí me parece que es muy divertida.
– Me cae bien Jill.
Él pensó en la belleza esbelta de la casa de al lado.
– Ya me imagino.
– Hemos jugado a disfrazarnos para la cena. Me ha dejado que yo fuera la princesa y ella ha sido mi doncella.
– Qué amable -dijo, y se acercó a su hija para acariciarle el pelo-. Estoy muy contento de que estés aquí, Em. Te he echado mucho de menos.
Ella abrió mucho los ojos, pero no dijo nada.
Él esperó, con la esperanza de que hablara. Sin embargo, después de unos segundos, se inclinó hacia ella y le besó la mejilla.
– Que duermas bien, hija.
– Buenas noches.
Mac apagó la luz y salió de la habitación. Suspirando, bajó las escaleras. ¿Cómo iba a arreglar las cosas con su hija? ¿Cómo iba a conseguir hacer su trabajo, mantener contento a Hollis, curarse la brecha emocional y averiguar qué debería hacer después?
En aquel momento, oyó pasos en el porche de la casa y se dirigió a abrir la puerta principal. Jill le sonrió.
– Sé que no has cenado, así que te he traído lasaña -le dijo, mientras le tendía un plato cubierto con papel de plata.
– Nunca he sido capaz de resistirme a una mujer con comida -dijo él, y abrió de par en par para dejarle paso-. ¿Quieres hacerme compañía?
– Claro. ¿Ya está Emily acostada?
– Sí.
Ella le dio el plato y lo siguió a la cocina. Aquella casa era muy parecida a la de su tía, pero tenía más metros y un jardín más grande.
– ¿Te apetece tomar algo? -le preguntó él-. Cerveza, vino, cereales morados…
Jill se rió.
– ¿Qué tal una copa de vino? Sólo me he tomado una copa hace tres horas, así que no creo que esté en peligro.
– ¿No quieres repetir lo de ayer?
– Creo que no. Prefiero limitar mi número de desmayos al mínimo.
– Buena política.
Él sirvió dos vasos de vino y los dos se sentaron a la mesa. Cuando él retiró el papel de plata que cubría la lasaña, el delicioso olor que desprendía hizo que le rugiera el estómago.
– Mmm -dijo, al probarla-. Tu tía cocina maravillosamente.
– Estoy de acuerdo. Yo he repetido en la cena -le dijo ella-. Y tu hija también. ¿Quieres saber cómo hemos conseguidlo que Emily comiera lasaña?
Él miró la salsa de tomate que cubría la lasaña y recordó que su hija iba vestida de morado.
– ¿No protestó?
– Jugamos a disfrazarnos, y casualmente, el vestido de princesa que se puso Emily era de color rojo. No se cambió hasta después de cenar.
– Muy astuto.
– Fue cosa de mi tía, no mía. La idea se le ocurrió a ella.
– Siento que sea tan difícil.
– ¿Emily? No lo es. Es muy mona.
– Pero está pasando por una temporada difícil. El divorcio. El hecho de tener que estar aquí durante el verano.
– Claro. Todo eso será extraño para ella, pero si su peor reacción es intentar manipular un poco a los adultos que la rodean siendo caprichosa con la comida, creo que todo va a salir bien. Es una forma muy tranquila de desahogarse.
Él no lo había pensado de aquella manera. En algún momento del día, Jill se había soltado el pelo, y le caía como una cascada hasta la espalda. Tenía los rasgos delicados, la nariz recta y los ojos marrones y grandes. Había sido una niña muy mona, y se había convertido en una mujer muy bella. Recordaba vagamente que ella había estado enamorada de él cuando tenía quince o dieciséis años. Si estuviera mirándolo en aquel momento con los mismos ojos de cachorrito que cuando era adolescente, Mac no sabía si habría podido resistirse.
– ¿Qué tal te fue la reunión con el asistente social?
– No preguntes.
– ¿Tan mal?
– Peor. Es un idealista rígido y recién licenciado que piensa que los policías no son buenos padres. Tengo que ir a verlo todas las semanas, cuidar a Emily y no tener roces con la ley.
– A mí no me parece demasiado difícil, a no ser que estés pensando en cometer un par de delitos.
– Esta semana no -dijo él, y le dio un sorbo a su vino-. Sé que su trabajo es hacer que Emily esté segura. Yo también quiero lo mismo. Quiero que sea feliz. Lo que no quiero es tener que tratar con Hollis -terminó, encogiéndose de hombros-. Supongo que sobreviviré.
– Quizá puedas pillarle pasándose el límite de velocidad, y ponerle una multa. Eso sería divertido.
– Buena idea. Pondré en alerta a mis ayudantes.
– ¿Realmente te gusta estar aquí? ¿Eres feliz?
– Estoy contento de haber vuelto. Este es un gran lugar para crecer, como tú dijiste. Siempre me ha gustado el pueblo. Incluso cuando era un adolescente, y era tan rebelde.
– Entonces, ¿vas a quedarte para siempre?
– Me presento a sheriff en noviembre.
Jill se quedó sorprendida.
– ¿Son elecciones de verdad?
– No realmente. Nadie más está interesado en el puesto.
– Guau. Así que dices en serio lo de quedarte por aquí.
– Tan en serio como tú dices lo de marcharte.
– Creía que te gustaban las aventuras. ¿No eres tú el chico que se alistó en el ejército para ver mundo?
– Era una forma de escapar. Sabía que si me quedaba aquí no llegaría a ninguna parte. Tu padre me lo enseñó.
– A él le gusta salvar a la gente, a su manera entrometida. Cuando supo que había dejado a Lyle y que me habían despedido, me habló del puesto libre que había en el pueblo.