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– Así que te mudaste a Los Ángeles.

– Sí. También había sido policía militar, así que no tuve problemas de adaptación en el trabajo. Me gustaba, y también me gustaba la gente con la que trabajaba. Carly y yo sí tuvimos que adaptarnos, pero entonces nació Emily, y yo supe que costara lo que costara, ella había hecho que todo mereciera la pena. La quise desde el primer momento en que la tuve en brazos. Es lo mejor que me ha ocurrido en la vida.

Jill suspiró suavemente al oír aquellas palabras.

– Yo también creo que es una niña estupenda.

– Gracias. Así que allí estábamos nosotros. Una familia feliz. Carly y yo teníamos nuestros problemas, pero éramos buenos amigos y eso era toda una ayuda. Entonces, entré a trabajar en South Central L.A., en el departamento contra las bandas callejeras -dijo, y la miró-. Yo estaba muy contento porque pensaba que haría algo bueno por la ciudad. Y me equivocaba. Esos chicos viven una vida que los demás no nos imaginamos. La violencia es lo único que conocen y entienden. Yo me hundí, y empecé a beber para intentar escaparme.

Jill no se había esperado aquello, y no supo qué decir. Mac no esperó que dijera nada.

– Me fui distanciando de casa y a Carly no le gustó aquello. Comenzamos a pelearnos. Yo sabía que tenía un carácter difícil, pero estaba decidido a no dejárselo ver a ella, así que lo oculté y seguí bebiendo más y más -volvió a mirar al techo-. Un día, mi compañero y yo estábamos patrullando, y vimos a unos chicos que atracaban a una anciana. Comenzamos a perseguirlos corriendo, y nos metimos a un callejón. Era una emboscada.

Jill se puso tensa y comenzó a acariciarle suavemente el torso.

– ¿Estás bien? ¿Te dispararon?

Él la miró.

– Sí, dos veces, aquí en el pecho. Yo llevaba chaleco antibalas, y Mark, mi compañero, también. La diferencia es que a él lo dispararon en la cabeza.

Ella soltó un jadeo.

– Oh, Dios mío.

– Me dijeron que había muerto antes de caer al suelo. Yo no podía pensar, no podía respirar, no pude hacer otra cosa que reaccionar. Estaba enfurecido, y comencé a disparar apuntándoles. Eran cuatro -dijo, y cerró los ojos-. Ninguno tenía más de dieciséis años.

Ella se incorporó más para poder mirarlo a los ojos.

– Ellos intentaron matarte, Mac, y asesinaron a tu compañero. ¿Qué se suponía que tenías que hacer? ¿Dejarlos marchar?

– Eso es lo que me dijo todo el mundo, incluso los del departamento de psicología. Pero hay algo… Hay una diferencia entre matar a una persona para salvar tu propio pellejo y matarla porque estás furioso. Yo actué por ira, no por miedo. Quería que murieran, y los maté.

– Todas las emociones fuertes están muy unidas. La pasión, la rabia, el miedo… Se solapan la una con la otra. ¿Habría sido mejor dejar que se escaparan?

– Eran niños.

– Eran asesinos.

– Tú no tuviste que verlos morir.

Ella asintió lentamente.

– No, es cierto. Yo no tuve que verlo. Entonces, ¿qué ocurrió? ¿Tuviste problemas?

– No. Todos los chicos tenían antecedentes penales, algunos por asesinato.

– Entonces, no disparaste accidentalmente a alguien inocente.

– No estoy diciendo que fueran inocentes, sino que no quise ser yo el que los disparara, y mucho menos por ira -dijo él, y se frotó las sienes-. Empecé a beber más, y finalmente dejé la policía y me encerré en la habitación. Carly se marchó y se llevó a Emily. Dios, echaba mucho de menos a la niña, pero no conseguía hacer nada. Sabía que si dejaba de beber, tendría que recordar lo que pasó, y no podía sobrevivir con aquello.

– Entonces, dejaste que se fuera porque no podías volver a la realidad y encontrarla.

– Más o menos. Casi tan imperdonable como un pecado.

– No puedes perdonarte por lo que hiciste.

– No. Se suponía que yo era uno de los buenos.

– Yo creo que lo eres.

– Tú estás influida.

– En algunos aspectos sí. Pero no en esto. Si no hubieras disparado a esos chicos, ellos te habrían metido una bala en la cabeza a ti.

Él sonrió cansadamente.

– Gente con mucha más experiencia que tú ha intentado convencerme de que hice lo que debía.

– Y no ha funcionado.

– No.

– Y entonces, ¿cómo llegaste aquí?

Él sonrió.

– Un día, alguien llamó a la puerta de mi casa, y a pesar de que le grité que se fuera, no lo hizo.

Jill arrugó la nariz.

– Mi padre.

– Efectivamente. No sé cómo averiguó lo que sucedía. Me dijo algo de que me seguía la pista. Yo estaba demasiado borracho como para acordarme de algo. Me metió bajo una ducha de agua fría hasta que se me pasó la borrachera, y después me echó una buena bronca. Me dijo que no tenía derecho a malgastar una vida que él había ayudado a salvar. Después me ofreció el trabajo aquí, y una oportunidad de recuperar a Emily.

Él hizo un gesto de culpabilidad.

– Y acostarme con su hija no es muy buen modo de pagarle lo que ha hecho por mí.

Ella se inclinó hacia él para susurrarle a la oreja.

– Ya he estado casada. No creo que mi padre pensara que soy virgen.

– Espero que no.

– Confía en mí. Tú eres perfecto. Además, él está en la otra parte del país. No lo averiguará.

– ¿Estás segura?

Ella pensó en toda la gente con la que su padre seguía en contacto.

– No. En realidad, no.

Él la abrazó fuerte.

– Voy a perderla.

Emily. Ella lo abrazó también.

– No, no vas a perderla. No dejaré que suceda eso. Voy a encontrarte el mejor abogado.

– ¿Para qué molestarse? Me lo he ganado.

Ella se sentó en la cama y se quedó mirándolo seriamente.

– Maldita sea, Mac, no vas a rendirte. ¿Me oyes? ¿Acaso no me has estado diciendo lo mucho que quieres a tu hija? ¿Cómo te atreves a no luchar por ella?

– Jill, he roto las reglas. He golpeado a un tipo.

– Pero hay circunstancias atenuantes. Cometiste un error, pero eso no quiere decir que tengas que rendirte. Tienes que luchar. Merece la pena por Emily, ¿no?

– Sí.

– No puedes dejar que pierda a su padre por segunda vez.

Él no dijo nada durante unos instantes, pero después asintió lentamente.

– Tienes razón. Le prometí que no volvería a dejarla y voy a intentar mantener esa promesa. Incluso si tengo que ir arrastrándome ante ese idiota de Hollis.

– Lo de arrastrarte sería entretenido, pero personalmente, yo iría buscando un buen abogado.

– Eso te lo dejo a ti. Tú eres la experta.

Ella lo besó y sonrió.

– En eso tienes razón.

Después de la última reunión del comité de los preparativos para la conmemoración del centenario del muelle, en la que Rudy anunció que haría una millonaria contribución para acabar de restaurarlo, Jill se abrió paso entre la multitud hasta que llegó a él. Lo tomó por el brazo y lo arrastró hasta una puerta lateral.

– Hola, Jill -le dijo él, jovialmente-. ¿Adónde me estás llevando? No es que no me sienta halagado, pero Bev y yo…

Ella se volvió a mirarlo.

– No te atrevas a hacerme bromitas -le dijo, y después le ordenó al señor Smith, que los seguía-: Usted quédese ahí fuera.

Rudy le hizo un gesto afirmativo y después los dos entraron a un pequeño pasillo que había entre las salas de reuniones.

Rudy, tan elegante como siempre con un traje de verano, le dedicó una enorme sonrisa.

– ¿Cuál es el problema, Jill? ¿Quieres que me encargue de Lyle?

– ¿Acaso crees que necesito un favor? No puedes estar más equivocado.

En realidad, Jill tenía ganas de darle un puñetazo, pero se contuvo por varias razones. La primera, pensaba que Rudy le devolvería el golpe y le haría daño. La segunda, que no era su estilo. Y la tercera y más importante, el señor Smith estaba al lado y llevaba un arma.