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«Actúa con naturalidad», se ordenó. «Finge que no ha cambiado nada». Aquél no era el lugar, ni tampoco era el momento de hablar de lo que sentía cada uno.

– Voy hacia el coche -dijo Tina.

– ¿Necesitas ayuda? -le preguntó Jill, ansiosa por desaparecer un rato.

– No. Tú quédate aquí de guardia. Te aseguro que la gente es implacable.

Y dicho aquello, se marchó.

Jill se puso a extender más toallas mientras Bev marcaba las esquinas del territorio con las neveras portátiles.

– Es como un fuerte -dijo Emily, riéndose-. Tenemos que hacer turnos para la vigilancia.

Jill se sentó y comenzó a quitarse las sandalias. En aquel preciso instante vio a Rudy, acercándose. Consciente de que Mac se estaba acercando también, se puso de pie para decirle a Rudy que se alejara rápidamente de allí. Sin embargo, la expresión de la cara del hombre se lo impidió.

– Tenemos un problema -le dijo él, a modo de saludo.

El señor Smith estaba justo detrás de él, y Jill se dio cuenta de que llevaba la mano metida bajo la chaqueta, como si fuera a sacar la pistola en cualquier momento.

Bev se acercó y le tomó la mano a Rudy.

– ¿Qué pasa?

– Un socio mío ha venido al pueblo, y está muy enfadado por la reciente muerte de su hermano.

Jill sintió pánico. ¿Otro mafioso en Los Lobos, buscando venganza? ¿Entre aquella multitud?

Su primer pensamiento fue Emily, y se acercó a la niña. ¿Dónde podían ir? ¿Dónde podían esconder a Emily para que estuviera a salvo?

– Rudy, no lo entiendo -le dijo Bev, asustada-. ¿De qué estás hablando?

Jill tuvo ganas de gritarle la verdad, pero sabía que Emily estaba escuchando. Miró a su alrededor, buscando entre la gente a un extraño furioso, a Mac, al marido de Tina.

Rudy atrajo a Bev hacia sí.

– ¿Te acuerdas de esas conversaciones que has tenido con Jill?

Bev asintió.

– Pues ella no está equivocada.

Bev se desplomó contra él.

– No.

– Lo siento. Debería habértelo dicho yo mismo, pero tenía miedo de que ya no me quisieras.

– Voy a sacar a Emily de aquí -dijo Jill, y tomó a la niña de la mano.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella-. ¿Por qué llora Bev?

Jill se dio la vuelta y se chocó contra Mac.

– ¿Qué pasa? -le preguntó.

Antes de que nadie pudiera contestarle, se oyó el grito de una mujer.

Capítulo 20

Mac se volvió hacia el grito, y vio a Andy Murphy sosteniendo un cuchillo contra la garganta de su mujer.

– ¡Atrás! -gritó Andy-. Todo el mundo hacia atrás.

Mac soltó una imprecación y le hizo gestos a la gente para que se echara hacia atrás. Kim, embarazada y pálida, con los ojos abiertos y llenos de terror, no dijo nada. Su marido la estaba sujetando con un brazo por encima de la barriga. La punta del cuchillo le rozó la piel y apareció una gota de sangre. Ella gimió y alguien entre la multitud gritó.

Mac notaba el peso de su propia arma contra el costado. Si la sacaba, Andy le cortaría el cuello a su mujer. Y si no lo hacía…

– Todo esto es culpa tuya -dijo Andy, con la voz llena de rabia-. Me echaste encima a ese imbécil de asistente social.

– ¿Qué? -le preguntó Mac-. ¿De qué demonios estás hablando?

Justo entonces vio a Hollis que daba un paso hacia delante. ¿Qué había hecho aquel imbécil?

– Atrás -le gritó Mac a Hollis.

Hollis no le hizo caso y caminó decididamente hacia delante.

– Soy un profesional y sé lo que estoy haciendo.

– Si das otro paso más, le cortaré la cabeza -le gritó Andy.

Hollis se quedó petrificado.

Mac no le prestó atención al trabajador social y se concentró en Andy.

La información le bombardeaba el cerebro: quién estaba cerca, lo afilado que estaba el cuchillo, el estado mental de Andy, que se deterioraba rápidamente… Se preguntó si el tipo estaba borracho o simplemente había llegado al límite. ¿Habría salido a la superficie toda su naturaleza de matón, forzándole a creer que estaba atrapado y que aquélla era la única forma de salir? Mac tenía que convencerle de lo contrario. Y si no podía hacerlo, tenía que ganar tiempo para preparar un disparo limpio.

– No deberías matarla -le dijo Mac-. Si dejas que te lleve tan lejos, sabes que habrá ganado ella.

Andy lo miró fijamente.

– ¿Qué?

– ¿No quieres ganar tú? ¿No tienes que ser tú el que se marche mientras ella te suplica de rodillas que la perdones?

Andy frunció el ceño. Miró a Kim y comenzó a asentir. Justo entonces, Hollis intervino.

– ¿Qué dices? -preguntó-. Andy, baja el cuchillo para que nadie se haga daño.

Mac empujó al asistente social hacia atrás, pero ya era tarde. La ira de Andy volvió.

– Voy a rebanarle el pescuezo -gritó-. Le voy a estropear la diversión a todo el mundo. ¿Qué os parece?

¿Dónde estaba el resto de su equipo? ¿Y qué harían cuando llegaran? Mac tenía que calmar a Andy, pero con toda aquella multitud rodeándolos, y con Hollis, aquello no iba a ocurrir.

– Andy -le dijo, con la esperanza de que Hollis no interviniera en aquella ocasión-. Sabes que ella no merece la pena.

Andy apretó un poco más el cuchillo contra el cuello de Kim, y ella dejó escapar un grito estrangulado. La sangre se le derramó por el cuello. Mac calculó la distancia. Si hacía un movimiento para tomar su arma… ¿tendría aquel loco tiempo suficiente para herir a Kim gravemente?

Mac oía las conversaciones angustiadas de la gente. Notaba que Andy estaba perdiendo el control. Tenía que hacer algún movimiento, pero…

Un hombre moreno con un traje de verano de color claro se acercó a Andy por detrás y le puso una pistola en la sien.

– Suéltala -le dijo con la voz helada.

Jill se contuvo para no gritar. Aquello no sería de ayuda. Sin embargo, no podía creer lo que estaba viendo.

Andy se quedó rígido y apretó el mango del cuchillo con fuerza.

– Si me disparas, ella morirá.

– No lo creo -dijo el extraño, tranquilamente-. Baja el cuchillo.

Andy bajó el brazo, pero siguió sujetando a Kim. Jill quiso agarrar a la mujer y tirar de ella para alejarla de Andy, pero el tipo que estaba apuntándole a la sien parecía muy peligroso.

Mac lo miró y sacó su propia pistola.

– Has venido por Rudy -le dijo.

– Sí.

El hombre miró más allá de Mac. Jill siguió instintivamente su mirada y estuvo a punto de desmayarse cuando vio a otro extraño apuntando a Rudy con una pistola. El señor Smith estaba inconsciente en el suelo.

– Parece que va a haber un tiroteo -dijo el primer pistolero.

– No quiero que la gente inocente resulte herida -dijo Mac.

– Algunas veces, se quedan en medio.

– No me importa lo que le ocurra a Rudy -le dijo Mac-, pero no voy a permitirte que te ocupes de tus asuntos en mi pueblo.

– El señor Casaccio no nos ha dejado otra alternativa.

Mac miró a su alrededor y Jill supo que se estaba preguntando dónde estaban sus ayudantes. El hombre de la pistola pensó lo mismo, obviamente.

– Dos de tus hombres están atados en sus coches. Los otros están demasiado lejos como para llegar aquí a tiempo. Siento interrumpir la fiesta. A mí no me gustan estas exhibiciones públicas, pero no tengo otro remedio.

Jill se volvió hacia Emily. Tenía que sacar a la niña de allí. Sintió alivio al ver que Bev ya tenía a la niña y se estaba retirando casi imperceptiblemente de aquel escenario de pesadilla. De repente, oyó el lejano sonido de unas sirenas.

– Parece que mis hombres vienen para acá -dijo Mac, y apuntó con su pistola al hombre que estaba junto a Andy-. Baja el arma y arreglaremos esto de otra forma.

– No creo, sheriff. Tus hombres llegarán aquí demasiado tarde.

– Maldita sea, todo esto es sobre mí y mi mujer -gritó Andy-. Voy a matarla ahora mismo.