Выбрать главу

Pero no. Tenía que hacer el gran gesto y tomar la decisión sin consultarla. Era tan típico de un hombre, que cuando dejara de estar tan furiosa, se lo diría.

Entró en el aparcamiento del tribunal y aparcó el 545. Antes de abrir la puerta, miró a su padre.

– Tienes un plan, ¿verdad?

– ¿Acaso dudas de mí? -le preguntó él, sonriendo.

– Mmm…, normalmente no, pero en este caso es Mac. Puede que tenga ganas de estrangularlo en este momento, pero eso no significa que quiera que lo encierren.

– Lo tendré en cuenta.

Ella abrió la puerta del coche y salió al aire de la mañana.

Era un día claro y precioso, como había sido el de la celebración del centenario del muelle. Aunque ella no quería que se repitiera una mala experiencia, si…

Un sonido seco, como el de un disparo, la hizo dar un salto. Antes de que se le saliera el corazón del pecho, se dio cuenta de que era la puerta de otro coche del aparcamiento.

– Voy a necesitar ir a terapia de grupo para volverme normal otra vez -murmuró, antes de que alguien la tomara con fuerza del brazo.

– ¡Aquí estás!

Ella gritó y se dio la vuelta. Entonces, se encontró frente a frente con su ex marido.

– ¡Lyle! ¿Qué estás haciendo aquí?

– ¿A ti qué te parece? -le preguntó, congestionado-. ¡Me has arruinado!

Ella sacudió la cabeza.

– Me parece que te has arruinado tú mismo. Yo llevo en Los Lobos varias semanas, intentando arreglar mi vida. Tú has estado en San Francisco. ¿Cómo he podido yo hacerte eso?

Parecía que él estaba a punto de llorar.

– Lo he perdido todo. El trabajo, mi carrera. Se habla de que me van a retirar la licencia para ejercer.

– Lo sé. Lo siento.

Sorprendentemente, ella sintió que lo decía de verdad.

– Quiero mi coche -dijo, tan petulante como un niño.

– Claro -dijo ella, y le tendió las llaves-. Aquí las tienes.

– ¿Así de fácil? ¿Por qué estás siendo tan amable?

Porque él no le importaba. Porque él no tenía nada e, incluso aunque Mac fuera idiota, con él tenía la oportunidad de conocer la felicidad perfecta.

– Yo ya había accedido a entregarte el coche. Aquí tienes las llaves. Llévatelo.

Él se apartó el pelo de la cara y tomó las llaves. Después se volvió hacia el coche y le acarició el capó.

– ¿Tiene algún rayón? ¿Alguna abolladura?

– No. Ni un rasguño. Que lo disfrutes -le dijo ella, y comenzó a andar hacia el tribunal.

– Nunca entenderé lo que viste en él.

Ella miró hacia atrás mientras Lyle entraba en el coche y encendía el motor.

– Yo tampoco. Me conformé con él, y puedo asegurarte que no voy a volver a hacer nada semejante.

– Bien -le dijo su padre, y le pasó el brazo por el hombro-. Ya sabes que hay muchas posibilidades de que Lyle tenga que vivir en ese coche.

– Ya me he enterado.

Llegaron a las escaleras del edificio y comenzaron a subirlas. Desde la calle les llegó el sonido de un derrape, el chirrido de unos frenos y un estruendo. Jill se volvió y vio que Lyle había empotrado el brillante BMW 545 negro contra el costado de una furgoneta de reparto. Salió del coche gritando, frenético. Ella se quedó allí durante un segundo, intentando que le importara, pero se dio cuenta de que no, y entró en el tribunal.

Mac había pensado que unos cuantos ciudadanos del pueblo irían a la vista, porque los eventos como aquél siempre eran de interés, pero no se había imaginado que la sala estaría abarrotada.

– Parece que eres muy conocido por aquí -le dijo William Strathern, mientras abría el maletín y sacaba algunos papeles.

– Dudo que vayan a apoyarme -respondió Mac.

Se estaba dando la vuelta cuando vio a Hollis saludándole ansiosamente. Él había estado evitando al trabajador social durante dos días. Y ni en sueños quería oírlo en aquel momento.

– Te sorprenderías de lo que la gente quiere y no quiere, algunas veces -le dijo Strathern-. ¿Has hablado últimamente con Jill?

No, desde que él le había dicho que la quería y ella había salido de su casa como si la hubiera insultado.

– Está enfadada -le dijo el juez-. Me preguntó por qué.

Mac tragó saliva, pero no respondió.

– Ya sabes que le han ofrecido un buen puesto en San Diego.

– Me lo ha contado.

– Y su antigua empresa también quiere que vuelva.

Mac no lo sabía.

– Estupendo. Debe de estar muy contenta.

– Pues en realidad, no lo está. Oh, supongo que se siente resarcida, pero parece ser que de todas formas quiere hacer otros planes para el futuro.

Mac sabía que el juez quería decirle algo más, pero no estaba seguro de lo que era.

– Yo no…

– ¿No se te ha ocurrido pensar que hay una razón para que Jill y tú hayáis vuelto a Los Lobos al mismo tiempo?

Antes de que Mac pudiera asimilar la pregunta, y responderla, apareció Carly. Él no la había visto en un mes, y no parecía que estuviera muy contenta.

– ¿Dónde está Emily? -le preguntó ella, a modo de saludo.

– Con su niñera. No quería que viera esto.

– Por lo menos, eso lo has hecho bien -dijo ella-. Maldita sea, Mac, ¿cómo has podido hacer esto? ¿Cómo puedes comportarte así y pretender que confíe en ti para que cuides de nuestra hija? ¿Qué ocurrirá si te acusan formalmente? ¿Qué ocurrirá si te meten en la cárcel?

– ¿Señora Kendrick?

Mac estuvo a punto de lanzar un gruñido cuando vio que Hollis se acercaba.

– Vete de aquí -le dijo Mac.

Hollis no le hizo caso.

– Señora Kendrick, soy el asistente social que está trabajando en su caso. ¿Tiene un momento?

Mac tuvo ganas de agarrarlo por la solapa y sacudirlo.

– Mantente al margen de esto, Hollis.

Hollis se encajó bien las gafas en la nariz.

– Me temo que no puedo hacer eso, Mac. Hay algunas cosas que la madre de Emily tiene que saber sobre ti.

Mac se hundió en la silla. Sabía que estaba totalmente acabado.

– ¿No es un admirador tuyo? -le preguntó Strathern.

– Creo que es más una persona a la que le gustaría verme hundido.

Aparecieron el alguacil y el juez, y aquél último se sentó en el estrado y llamó al orden a la sala. Mac miró hacia delante, sin querer ver lo que estaba sucediendo tras él, ni mirar al fiscal del distrito.

Se leyeron los cargos. Después, William Strathern se levantó y se presentó.

– Me alegro de verte, Bill -le dijo el juez-. Creía que te habías mudado a Florida.

– Y me he mudado. Éste es un caso especial -Strathern se puso las gafas-. Estoy seguro de que el fiscal del distrito le ha dicho, señoría, que Andrew Murphy ha muerto.

– Ya me había enterado, pero eso no cambia lo que ocurrió.

Lo que Mac había pensado.

– ¿Y también sabe que mi cliente tiene la custodia temporal de su hija menor de edad, y que hay ciertas limitaciones en esa custodia?

– Sí. El señor Bass, del departamento de Servicios Sociales, me ha puesto al corriente de los detalles. Si hay cargos contra el señor Kendrick, informaré al tribunal de Los Angeles.

– Eh… ¿señoría?

Mac se volvió y vio que Hollis se había levantado.

– ¿Sí?

– Soy Hollis Bass. Querría decirle que, en cuanto al informe para el tribunal de Los Ángeles, no es realmente necesario.

El juez frunció el ceño.

– ¿Qué quiere decir?

– Sólo que, pase lo que pase aquí, o lo que hiciera el señor Kendrick, él quiere mucho a su hija.

– Pero hay ciertas reglas, señor Bass.

– Claro, por supuesto -Hollis se ajustó las gafas de nuevo y carraspeó-. Pero en los últimos días me he dado cuenta de que el señor Kendrick es un extraordinario padre. Lo que le hizo al difunto estuvo mal, pero lo hizo por buenas razones. Él estaba intentando proteger la vida de una mujer joven y embarazada. Se involucró en el problema cuando mi departamento no estaba haciendo nada. Él le salvó la vida a la señora Murphy.