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– No pareces muy entusiasmada. ¿Cuál es su problema esta vez?

– Ninguno -dijo Tess-. Es simplemente que…

– ¿Qué? Puedes hablar conmigo con toda confianza. Siempre eres tú la que me ayudas a mí. Esta vez puedo ser yo. Tengo mucha experiencia, ya lo sabes.

Tess la miró de reojo y dudó unos segundos.

– Está bien -le dijo-. Quizás tu opinión me sea útil. Vamos a imaginar una situación en la que yo tengo una buena amiga que solía salir con un hombre. Yo conozco al mismo hombre y me pide que salga con él.

– ¡Estas engañando a tu mejor amiga!

– ¡No! No exactamente. No era mi intención engañarla. De hecho, yo ni siquiera sabía que era el mismo hombre hasta que ya fue demasiado tarde. Y mi amiga ya no sale con él -Tess se sentó en la cama-. Pero me preocupa lo que ocurrirá cuando mi amiga se entere. Tal vez, debería contárselo.

– ¿Estás loca? -dijo Lucy alarmada-. Yo no se lo diría. No es como si estuvieras saliendo con él mientras está con ella. Es un juego limpio ahora.

– Pero ¿no piensas que es un poco inmoral? Es muy buena amiga mía.

– Las amigas vienen y se van -dijo Lucy-. Pero un hombre guapo es difícil de encontrar.

Tess se levantó indignada.

– ¡Esa es la actitud que te ha causado tantos problemas! Deberías tener más amigas y menos hombres en tu vida.

– ¡Pues cuéntaselo! -la retó Lucy-. Verás lo amiga que era ella cuando te saque los ojos.

En ese momento, sonó el teléfono.

Lucy corrió a agarrarlo, pero Tess se adelantó.

– ¿Diga?

Una voz masculina preguntó por Lucy.

– Es un hombre -dijo Tess.

– ¡Bien! -dijo Lucy satisfecha.

Tess continuó vistiéndose, mientras Lucy conversaba animadamente.

– Muy bien -dijo Lucy-. Nos vemos dentro de una hora en el Bistro Boulet.

Tess se volvió sobresaltada.

– ¿Bistro Boulet? ¡Allí es donde yo voy!

Lucy asintió, mientras colgaba el teléfono.

– Lo sé. Por eso pensé en ese sitio. Era Serge. Es diseñador de muebles. Lo conocí el año pasado en el lago Como. Está en la ciudad y quiere que salgamos a cenar. He quedado en el restaurante a las ocho.

¡Esa era la hora de su cita con Drew! ¡Cielo santo! ¿Qué iba a hacer? No podía darle plantón. Podría intentar localizarlo y cambiar el lugar de la cita, pero recordaba que le había dicho que iría directamente desde una reunión.

– ¿A las ocho? ¿De verdad que piensas que puedes estar lista a las ocho?

Lucy se levantó.

– Es sólo un amigo, no necesito ponerme nada especial. Tengo una idea, ¿por qué no vamos juntas? Puede ser divertido que cenemos los cuatro.

– ¡No! Bueno… quiero decir que no me parece buena idea.

En lo único que podía pensar Tess era en el desastre que se ocasionaría si Lucy sufría un ataque de histeria en mitad del restaurante al ver a Drew.

– ¡Se me está haciendo tarde! -dijo Tess-. Me tengo que ir.

– ¿Estás segura que no quieres que vayamos juntas?

– ¡No!

Sin decir más, Tess salió a toda prisa.

Lo primero que tenía que hacer era evitar el desastre y, después, buscar el modo de que su vida volviera a los cauces normales o algo aproximado, pues vivir con Lucy Courault Battenfield Oleska implicaba sobresaltos.

Capítulo 4

Tess observaba desde su privilegiado asiento de conductora a todos los vehículos, que entraban en el aparcamiento del restaurante.

Tenía un plan perfectamente tramado. Si Lucy aparecía la primera, permanecería oculta en su coche. Si era Drew el que primero llegaba, se apresuraría a rescatarlo del desastre que se avecinaba.

Pero, ¿qué ocurriría si los dos llegaban a la vez? Bueno, en ese caso lo único que podría hacer sería esconderse debajo del asiento y rogar al cielo por su vida.

– Esto se me está yendo de las manos -murmuró con disgusto-. Debería apartarme y dejar que lo que tenga que ocurrir ocurra.

Pero le importaba su hermana y, como siempre, trataba de protegerla. Y, aunque no sabía exactamente qué era lo que sentía por Andrew Wyatt, sí sabía que no se merecía una humillación pública.

Y, si no merecía eso, ¿qué se merecía? ¿Por qué demonios estaba ella haciendo todo aquello?

Quizás sólo buscaba una buena excusa para poder seguir viéndolo, una justificación que no la hiciera sentir como una rata.

Tenía que admitir que estaba encantada con la atención que le mostraba. Quería creer que la atracción que él decía sentir era real. Parecía ciertamente obsesionado por conseguir una cita y tenía más interés del que ningún hombre le había mostrado en los últimos años.

Tess suspiró. Si lo que quería era vengarse de Drew, ¿por qué estaba haciendo todo lo que podía por protegerlo de Lucy? Después de todo era el malo de la historia.

Estaba confusa, muy confusa y no sabía bien qué hacer.

De pronto, unos pasos resonaron en el silencio de la noche.

Tímidamente, Tess asomó un poco más la cabeza. El corazón se le encogió al ver a Drew. Llevaba un traje impecable con una camisa blanca.

La brisa de la noche agitaba sus cabellos negros. ¿Por qué tenía que ser tan arrebatadoramente guapo? ¿Y por qué a ella le gustaba de ese modo? ¡No había derecho!

Durante unos segundos estuvo tentada de arrancar el coche y salir huyendo de allí.

Sin embargo, por algún motivo, no se sentía capaz de hacerle eso. Conocía a su hermana y, de algún modo, no le extrañaba lo que le había sucedido. No era la primera vez, sino más bien la número cien mil y sabía que Lucy tenía cierta tendencia a excederse en su interpretación de lo que sus enamorados decían.

– ¡Deja de excusar a ese hombre! -se dijo-. Parece que estuvieras perdidamente enamorada de él.

Tess se quedó pensativa unos segundos. ¡No podía enamorarse de él, era una locura! No obstante, y siendo honesta consigo misma, tenía que admitir que no tenía nada claro lo que sentía.

A veces, Drew Wyatt la hacía sentir como si fuera la mujer más deseable del mundo, como si de verdad compartiera con ella algo especial. Sin embargo, otras no creía ni una sola palabra de lo que le decía.

Tess volvió en sí y se dio cuenta de que no era el momento de analizar sus sentimientos, sino de evitar una catástrofe.

Drew estaba a punto de entrar en el restaurante, cuando vio a Lucy y a su acompañante que se dirigían hacia el mismo lugar.

Tess salió del coche y corrió al rescate de Drew.

Lo alcanzó cuando ya había llegado al recibidor del restaurante y conversaba amigablemente con el maître.

Como un rayo, Tess entró, lo agarró y se lo llevó a un rincón, ante la perpleja mirada de cuantos estaban en el recibidor en aquel momento.

– ¡Tess! ¿Qué… qué ocurre?

Miró por encima del hombro de él para comprobar que Lucy estaba ya dentro.

– Te estaba esperando fuera -le susurró al oído.

– Habíamos quedado a las ocho aquí, ¿no? -se pasó la mano por la frente en un gesto de confusión-. No he llegado tarde, ¿verdad?

– ¡No, para nada!

– ¿Estás bien?, ¿pasa algo? Estás un poco… sofocada.

Por lo menos ya no estaba pálida. Al fin había podido eliminar todos los restos de pintura de su cara.

– Es sólo que… estoy muy contenta de verte.

Tras decir esto, lo empujó aún más hacia la esquina, para evitar que su hermana lo viera.

– ¿Qué ocurre?

Tess continuó atenta a lo que sucedía en el recibidor. Su hermana hablaba con el maître y le pedía mesa con una de esas sonrisas arrebatadoras con las que conseguía siempre lo que quería y de inmediato.

– La verdad es que no tengo hambre -le dijo Tess.

Drew sonrió de medio lado.

– ¿Te quieres marchar sin haber cenado?

Tess asintió. El corazón le latía con tanta fuerza que temía que él pudiera oírlo. Su mirada se vio cautivada por el espesor de sus labios seductores. Podría besarlo, todo como parte de su plan vengador, claro estaba. Pero su instinto le decía que una vez que sus labios se juntaran, ya nunca nada volvería a ser lo mismo. Seguro que era un besador excepcional. Desde luego, unos labios como aquellos no se encontraban todos los días. Un leve encuentro de bocas sería su perdición…